CorrupciónÉtica y Moral

Hipócritas de izquierdas

«El interés por no perjudicar a su empresa partidista fue más fuerte que los principios o la dignidad. Olvidaron la idea de justicia y no les importó mentir»

Hipócritas de izquierdas

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Aver si lo entendemos. Las mujeres del PSOE ocultaron los vicios prostibularios de sus compañeros de partido. Las de Sumar escondieron las perturbaciones de Errejón. Y las de Podemos encubrieron los presuntos abusos sexuales de Monedero. Sin embargo, todas ellas iban a manifestaciones feministas, defendían el MeToo y el «Yo sí te creo, hermana», y apostaban por la cancelación pública de todo abusador sin mediar juicio. 

Esas mujeres se lanzaron a la calle por la «manada» de Pamplona, obligaron a las azafatas deportivas a taparse, se rasgaron las vestiduras por el pico de Rubiales, sentenciaron que un piropo es un delito, borraron a las mujeres con la ley trans, insinuaron la bondad del sexo con menores, hablaban de desmaculinizar a los varones a la vez que los acusaban de ser presuntos violadores de la cuna a la tumba. Se empeñaron unas y otras en que existía una guerra entre hombres y mujeres desde el comienzo de los tiempos. No. La verdadera guerra es entre la dignidad y la hipocresía. 

Al tiempo que defendían alguna variante feminista contra la derecha, callaban el uso de la prostitución y los presuntos abusos sexuales que ocurrían entre sus filas. El interés por no perjudicar a su empresa partidista fue más fuerte que los principios expresados o que la dignidad personal. Se dedicaron a juzgar a todos desde la lápida del sentimiento del deber. Olvidaron la idea de justicia, la verdadera, aquella que está por encima de ideologías y religiones, y no les importó mentir. La hipocresía se apoderó una vez más de su acción política. Ya pasó cuando predicaban como si fueran pobres pero viviendo como ricos, como si fueran obreros pero sin haber trabajado jamás, como si defendieran el pluralismo democrático pero abrazándose a dictaduras.

Luego hemos conocido la complicidad de los medios de izquierdas. Igual de hipócritas. Raquel Ogando intentó pasar a periódicos «progresistas» los audios que señalaban a Monedero, y ninguno lo publicó. Solo cuando los ha sacado otro medio se han sumado a la cacería contra los señalados. Pasó con Errejón y ahora ocurre con el otro fundador de Podemos. Cuánto intelectual y periodista escribiendo contra el patriarcado y el machismo, y resulta que sus medios ocultaron que dirigentes de izquierdas eran buenos representantes de eso mismo que criticaban.

El silencio es colaboracionismo con el delincuente o, en el menor de los casos, hipocresía. Y todo ocurría mientras Irene Montero era ministra de Igualdad, al igual que Ábalos seleccionaba a una mujer en un catálogo de prostitutas sentado en el Consejo de Ministros. El exministro socialista daba lecciones de honradez y feminismo mientras usaba el dinero público para tener relaciones sexuales. Es un caso más que muestra la costumbre de algunos hombres del PSOE de comprar el servicio íntimo femenino, y hacerlo con pasta ajena. Como ha escrito Álvaro Nieto, «este asunto no es de faldas o de vida privada», sino de dinero público.

«Estas izquierdas han aparentado lo que nunca han sido, pero no por civilizar, sino para enfrentar a la sociedad y conseguir el poder»

Tiene gracia, porque Judit Butler, un tótem de este feminismo inquisitorial, al final va a tener razón. En enero pasado escribió que ya no sirve simplemente denunciar la hipocresía porque los votantes asumen que la moralidad solo es una máscara. Es más; apuntaba que los seguidores del líder o partido hipócrita se emocionan ante la «exhibición de desprecio por la moralidad» mientras sea útil a «la causa». Claro que Butler hablaba de Trump. No sabemos si diría lo mismo de las feministas españolas que han callado los presuntos delitos sexuales y las costumbres prostibularias de sus compañeros de partido.

La hipocresía nos ha invadido. Ya escribió Zizek, otro referente de esta izquierda posmoderna, que la hipocresía es la base de la civilización porque permite sobrevivir a las apariencias. Vamos, que una cosa es predicar virtud y montar comités de salud pública para guillotinar al enemigo, y otra ser un virtuoso. Es lo que dijo Pablo Iglesias: «cabalgar contradicciones». Estas izquierdas han tratado de aparentar lo que nunca han sido, pero no por civilizar, sino por enfrentar a la sociedad y conseguir así el poder.

En medio de toda esta ignominia quizá haya sido Yolanda Díaz quien ha culminado el esperpento. Mientras se cruzaban las noticias de abusos y prostitución, la vicepresidenta comunista ha confesado este 21 de febrero que si Sumar no estuviera en el Gobierno «no habría condones ni gafas». Lo que no ha dicho es en qué orden se usan.

 

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