Anonimato, vergüenza, cinismo y cobardía
Me pregunto por qué permiten las redes el enmascaramiento si se puede manotear, acabar con honras, sembrar el pánico y hasta provocar el suicidio
Desde que me acuerdo, un mensaje anónimo se asocia con algo oscuro, indigno, tal vez amenazante. O, en el mejor de los casos, con la forma que algunos encuentran de hacer una denuncia que entraña riesgos. Es decir, que se envía para poner algo en evidencia, pero ocultando la identidad por precaución o cobardía. En todo caso, no es algo que veamos con buenos ojos.
Por eso yo me pregunto por qué lo permiten en redes, si desde el enmascaramiento se puede matonear, acabar con honras ajenas, sembrar pánico y agredir de tantas formas que hasta el suicidio puede ser una de las consecuencias.
Opinar exige temple, claridad y capacidad argumentativa, tanto si estamos sentados con amigos, como disertando en un aula o frente al computador, como hacemos escritores y periodistas. Lo que hacemos cuando opinamos en público es dar la cara, exponiéndonos a respuestas agresivas, a insultos, y en ciertos lugares, por desgracia, a la muerte misma.
Esta es la razón que aducen algunos para justificar el anonimato: que en regímenes dictatoriales es la única manera de participar de forma segura en el diálogo colectivo. Pero el precio que paga la sociedad es muy alto.
Los que muestran su yo hiperbólico en Facebook, son los mismos que se camuflan a la hora de opinar o de agredir
En su importante libro ‘Izquierda no es woke’, Susan Neiman cita a Mary Midgley: «Los cambios morales son, tal vez más que ningún otro, cambios en el tipo de cosas de las que personas se avergüenzan». Neiman trae un ejemplo diciente: hoy en día, digan lo que digan en privado, muy pocos son los que en público se atreven a hacer chistes sexistas o racistas o a reírse de ellos. Les da vergüenza. Y más adelante añade: «Si internet puede servir como sumidero es por el simple hecho de que permite que los ataques sean anónimos». Según ella, el anonimato permite gritar al mundo lo que dando la cara avergonzaría.
Esa es una posible razón. Pero Lacan dijo que si algo ha cambiado en el mundo de hoy es que ya no hay vergüenza, lo cual sería el reverso de lo que dice Neiman. Yo pensaría que hoy se avergüenza más la víctima que el victimario. Incluso un escándalo público puede dar réditos al que queda expuesto.
Como escribió Beatriz Sarlo, «los guionistas del escándalo son sus mismos protagonistas». Porque también la intimidad cambió, dando pie a incoherencias. Los mismos que muestran su yo hiperbólico en Facebook, exhibiendo su felicidad e incluso su sexualidad, son los mismos que se camuflan a la hora de opinar o de agredir.
Y un contrasentido más: en una de nuestras vidas podemos actuar anónimamente, a pesar de que hacemos parte de la sociedad de la vigilancia, en la que estamos más que identificados por las grandes empresas tecnológicas y somos manipulados por ellas a través de los algoritmos, que revelan todo de nuestras identidades.
La conclusión de Neiman tiene que ver con el problema ético que verdaderamente plantea el anonimato: «…el temor a la vergüenza debería ser en sí mismo vergonzoso, algo que nos atormenta en la adolescencia pero que debe dejarse atrás. ¿Cuántas veces nos comportamos como los súbditos del emperador y somos demasiado cobardes para señalar su desnudez?». Tal vez sea que la cobardía hace mucho que nos avergüenza.