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Papa Francisco, sufrimiento y muerte

Hemos ido perdiendo el sentido del duelo, lo hemos banalizado. Occidente no quiere saber nada del sufrimiento y de la muerte.

 

 

El talante de una sociedad, su peso específico y profundidad espiritual puede medirse, en mi opinión, en la relación que tiene con el sufrimiento y la muerte.

Occidente ha banalizado la muerte. Todos los días aparecen “números de muertos” debido a terremotos, choques, accidentes aéreos, etc. Meros números que se olvidan rápido. En muchos casos el drama que experimentan las familias se silencia y el tema termina ante la pregunta de si había o no seguros comprometidos.

Por otro lado, la muerte, esa radical experiencia de la ausencia definitiva de un ser humano en la sociedad se trata de esconder a cómo de lugar.

Los cementerios quieren parecer parques, las clínicas quieren tener servicios de hotelería de primer nivel, los muertos se maquillan generando una verdadera industria para que quien no verá más la luz del día, “se vea bien”. En los féretros suelen haber fotos del difunto sonriendo, para quedarse con un buen recuerdo, dicen. Las preguntas más radicales de la existencia humana quedan relegadas diciendo a toda voz “vuela alto”. La pregunta sobre qué pasa después de la muerte y el sentido de la vida a la luz de esta realidad, está ausente.

Algunos funerales, como los “narcofunerales” demuestran el nivel de superficialidad. También se banaliza el drama que conlleva la muerte de una persona, cuando los deudos, con la mejor de las intenciones, piden como última canción, porque “le gustaba tanto”, “y sigo siendo el rey”, que se entona con una gran emotividad junto a una banda de mariachis contratados para la ocasión.

De la muerte como misterio, como realidad radical que cuestiona la vida, ni una palabra. Hemos ido perdiendo el sentido del duelo, lo hemos banalizado. Occidente no quiere saber nada del sufrimiento y de la muerte y su lema pareciera que ser “vivamos y comamos que mañana moriremos”.

Frente a una sociedad marcada por el exitismo y la búsqueda desenfrenada del placer, el sufrimiento y la muerte son dos enemigos, que, como no se puede ir contra ellos, mejor es vivir como si no existieran.

El proceso de infantilización de la sociedad obviando los grandes temas, que por lo demás han sido los que han dado pie a las grandes reflexiones filosóficas y teológicas y a un sin número de expresiones artísticas, es más que evidente. Tan simple como eso. Ello nos empobrece como sociedad porque nos distancia de la realidad para llevarnos a una falseada. Sacar el sufrimiento y la muerte de la vida de las personas y la sociedad, es hacernos vivir con las conciencias anestesiadas y con una gran anemia espiritual. La vida, así, se convierte en un mero hacer sin trascendencia alguna.

Dicho con palabras del Papa, en el mensaje que el Papa Francisco desde el Policlínico Gemelli enviara para el miércoles de cenizas: “Esta condición de fragilidad nos recuerda el drama de la muerte, que en nuestras sociedades intentamos exorcizar de muchas maneras incluso excluir de nuestro lenguaje, pero que se impone como una realidad con la que debemos lidiar, signo de precariedad y transitoriedad de nuestras vidas”.

Estas palabras son de una lucidez y profundidad que bien vale sacar a la luz, nos sirven para preguntarnos si tiene sentido una sociedad orientada al éxito, al tener más, a competir.

Si resulta razonable y honesto vivir tan distraídos, con máscaras que nos quieren hacer olvidar lo que las cenizas nos recuerdan, somos seres de polvo y frágiles. Es un mensaje del líder espiritual no sólo para los católicos, sino que para el mundo entero. Lo escribe, además, desde un momento delicado de su vida, estando enfermo. Es un mensaje que nos recuerda quienes somos, cual es nuestra realidad y el sentido que tiene, desde la fe, el sufrimiento y la muerte.

En este contexto de realismo, aunque brutal para la sensibilidad del mundo moderno, el Papa desde su propia fragilidad nos invita a tomarnos la vida más en serio y a reavivar la auténtica esperanza, que es Jesús, que nos une como hermanos y nos libra de las exclusiones odiosas.

El Papa desde el lecho de enfermo y contemplando su propia fragilidad, es capaz de unirse a Cristo que se mezcló con el polvo de la tierra elevándolo al cielo.

Es superficial hacer cualquier tipo de comentarios en relación a la salud del Papa. Él la está viviendo unido a Cristo, su maestro y Señor.

Más que el tema de su salud, le preocupa mantener la esperanza viva, no hundirse en la tristeza y la desolación, sino que dejarse envolver por la luz de Cristo que ilumina nuestro peregrinar y nos provee de hambre de Dios , que no es otra cosa que “hambre de amor y de verdad”, lo única capaz de saciarnos verdaderamente.

Dicho con sus palabras que emocionan, nos hacen descubrir la grandeza de su espíritu apostólico y misionero, lleno de fe, esperanza y caridad.

Jacques Maritain hablaba del ser humano como “mendigos en el cielo“, para nutrir nuestra esperanza de que en nuestras fragilidades y al final de nuestra peregrinación está el cielo, la vida eterna. Es muy pertinente preguntarse si ¿estamos dispuestos como sociedad a proponer un modelo educativo, social, cultural, económico que tenga presente estas verdades para repensar los modos de vivir y actuar que se nos ofrece desde la infancia?

De seguro que sería muy distinto al que tenemos. Estos son, en mi opinión, los grandes temas que no están en la “agenda” y cuya su ausencia nos ha ido llevando a una cultura donde brilla todo menos la humildad, el sentirse necesitados de los demás, y por cierto de Dios.

 

 

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