La oligarquía contra el pueblo en Cuba
El castrismo debe saber bien que la última evolución en la máquina de poder de las autocracias puede ser suficiente para reprimir, pero no lo es ya para persuadir a un pueblo que ha asumido dos recursos poderosos: la protesta y el desprecio.

La ruptura entre la oligarquía cubana y el pueblo de la misma nacionalidad es profunda e implosiva. Dos imágenes poderosas la reflejan. Por un lado, el último Festival del Habano sobre la Tumba del Mambí, en el Capitolio, asiento de la Asamblea Nacional —el último lugar a elegir para ese aquelarre artificial que a ningún cubano digno le importa—; por otro, la protesta política del hambre de una madre primero, y luego de todo un pueblo en Río Cauto, provincia Granma.
La oligarquía cubana insiste en que el pueblo la quiere. El pueblo insiste en que no quiere saber más de la oligarquía cubana.
En el Consejo para la Transición Democrática en Cuba (CTDC) nos preguntamos por qué el Gobierno persevera en una percepción distorsionada que ahora Río Cauto reactualiza.
El divorcio es profundo. Recientemente, una delegación gubernamental visitó esa misma localidad y danzó en medio de una coreografía política montada desde arriba para intentar mostrar un apoyo ilusorio de la Cuba profunda, rural, aparentemente fiel a un proyecto que persiste en llamarse revolución, desinflado por enésima vez con la pregunta de una humilde madre de tres: «¿Dónde está la revolución?».
El Gobierno cubano debe dejarse aconsejar por sus sociólogos. Si en la Cuba más esquinada y expuesta a las inclemencias —no solo del sol—, donde la información no circula con la velocidad y el contraste de las urbes más pobladas, y donde se vive con más dolor la humillación mediática de jóvenes oligarcas que destrozan sin autopiedad el mito de sus apellidos, se ha abierto ya un abismo insalvable con el poder, ¿cuál no será el dato y el sentimiento de hartazgo social en el resto del país?
La autoreflexión es el ejercicio más importante y maduro para quienes tienen las mayores responsabilidades. Sobre todo, las de un país.
El Gobierno debe saber bien que la última evolución en la máquina de poder de las autocracias, que han decidido combinar el poder judicial, el legal, el militar y el policial con los poderosos servicios de inteligencia, puede ser suficiente para reprimir —contra los derechos constitucionales y humanos de la ciudadanía—, pero no lo es ya para persuadir a un pueblo que ha asumido dos recursos poderosos: el de la protesta y el del desprecio. En Río Cauto acaban de manifestarse ambos en todo su esplendor.
Revela algo de sabiduría entender, como dice el lema principal de la Mesa de Unidad de Acción Democrática, que «es la hora del cambio». Pacífico, inclusivo, racional, con la ciudadanía y de la ley a la ley, como asumimos y proponemos en el CTDC.
José Daniel Ferrer es presidente del Consejo para la Transición Democrática en Cuba.