Democracia y Política

José Antonio Gómez Yáñez: El jugador y el político

«Una de las claves de lo que está pasando es que no se vislumbra un proyecto alternativo. Sin una idea motriz alternativa, sus rivales se condenan a jugar su juego»

El jugador y el político
                                                                      Alejandra Svriz

Dostoyevski, la Asociación Americana de Psiquiatría, los psicólogos y el cine han creado un arquetipo equivocado del jugador, asociándolo a un trastorno mental. Se ha popularizado, porque el ludópata tiene posibilidades dramáticas, fáciles de plasmar; y porque se le ve como víctima. Es un perfil que existe, pero muy minoritario, por suerte. Son casos que pasan por las consultas de psiquiatras y psicólogos, por tanto, escriben sobre ellos. Pero ese no es «el jugador», un arquetipo bastante diferente.

El jugador conoce las reglas de su juego, cuida sus movimientos, calcula las probabilidades, escrudiña la mente de sus rivales hasta dominarla y prever sus reacciones, digiere la tensión del envite, conoce los gestos del adversario que revelan la tensión de ir de farol, de no tener buenas cartas, o traslucen la seguridad de tenerlas. Sintetiza esa información y actúa con fría lógica. Detecta los momentos cruciales de la partida que pueden cambiar el curso de los acontecimientos en su favor. Opera sin piedad en esos instanteselevando las apuestas hasta lo insoportable para el adversario o engatusándolo para que arriesgue más. No suele tener amigos, sólo relaciones sociales. El perfil es estable, no ofrece las situaciones dramáticas o descontroladas que ofrece el opuesto.

En el cine y la literatura suelen quedar en papeles secundarios. Son Lesley HowardThe Man (Edward G. Robinson), en The Cincinati KidEl Rey del Juego en España (Norman Jewison, 1965), que gana a Steve McQueen con frialdad glacial con la última carta (siempre he pensado que la película acabaría mejor si no se descubriera esta carta). Es el Gordo de Minnesota (Jackie Gleeson) que gana al billar a Paul Newman en The HustlerEl Buscavidas en España (Robert Rosen, 1961), para acabar perdiendo la segunda vez. Rosen no se atrevió a lo que Jewison: quién hubiera imaginado a McQueen perdiendo ante Robinson. Otro jugador memorable: Harlan Eustice (Bill Camp), el profesional de las partidas que organiza Molly Bloom (Jessica Chistain) en Molly’s game (2017), el director fue Aaron Sorkin, por tanto, traza el personaje en off «era el mejor jugador sobre la mesa, de todas las mesas… le odiaban todos los jugadores, jugaba sobre seguro, no daba espectáculo, calculaba las probabilidades, cuidaba su dinero, jugaba al póquer mientras los demás apostaban…», pero no conocía a Brad «el manta», perdió una mano con él y se desequilibró.

El jugador se acerca al sociópata. Una de las mejores series de los últimos años, Mindhunter (2017, tamp. 1, cap. 3), registra este diálogo:

Prof. Wendy Carr: «Dirijo un seminario sobre la intersección entre sociopatía y fama. Para gente como Andy Warhol la fama es el alimento de su ego».

Agente Bill Tench: «Nixon era un sociópata».

Agente Holden Ford: «¿Cómo se puede llegar a ser presidente de Estados Unidos siendo un sociópata?».

W.C.: «La pregunta es cómo se puede llegar a presidente sin serlo».

Llegados a este terreno. El arquetipo del jugador en la política española actual es Sánchez. Es el que en marzo de 2023 lo perdió casi todo y se juega el resto sorprendiendo a sus rivales, por carácter y cálculo. Sabía que las primeras manos las ganó su adversario (Feijóo), pero también que no sostendría los envites -hasta para asegurar lo ganado hace falta una estrategia y «carácter»-, intuía que los dirigentes regionales del PP, devorados por la impaciencia, no sabrían retrasar la negociación con Vox, en realidad, aliado tácito de Sánchez (se necesitan mutuamente), y pondrían en un brete a su jefe.

En julio ganó una partida que tenía perdida. Para Sánchez ganar es tener más «cartas» (escaños) que su rival. Ve las cosas en la clave de que no hay otros socios disponibles, como decía Stalin, si hay que cruzar el puente con el diablo se cruza, pero ni un paso más -salvo que haga falta-. Es quien mejor conoce las reglas de este juego. Desde las elecciones de julio de 2023 sabe que todos los integrantes de la mayoría de la investidura están en la mejor situación a la que pueden aspirar: un gobierno que les necesita para aprobar cualquier cosa. Los seduce, los compra, los presiona o los engaña (o va a Finlandia a decir que se incrementará el gasto en defensa, dejando al Congreso y su socia plantados). Vadea las reglas del juego. Sólo otro jugador que no conoce límites le pone en aprietos, está loco, pero no puede romper (Puigdemont).

Se entiende sin hablar con Vox, el peor enemigo de su adversario (Feijóo). Quebranta la moral de su rival con desplantes, convence a los demás de que les interesa «jugar su juego» porque les dará algo de lo que quieren, luego ya veremos. Maneja el tiempo, clave en el juego del poder. ¿Con qué cartas juega este hombre?, ni siquiera lo saben sus socios que temen que les engañe, pero no les queda más remedio que seguir su juego, y él lo sabe, y ellos saben que él lo sabe.

Todos lo saben menos su rival que cree que tiene cartas para seducir a algún «aliado»: el flirteo del PP con Junts o su insistencia en que se desencadenará una crisis que arrastre a unas elecciones anticipadas son ejemplos de que el cuartel general del PP no comprende la situación, ni a Sánchez, ni a sus aliadosSánchez tiende una celada cada vez que necesita aprobar un Real Decreto Ley o una Proposición de Ley -forzando los procedimientos parlamentarios-, o elude a las Cortes si necesita incrementar le presupuesto de Defensa, si no sale, culpa al PP, que suele caer en las trampas -incapaz de trazar su propio camino-.

«El siguiente capítulo será la hybris, ‘la embriaguez del poder’, de la que empieza a mostrar síntomas. Llámesele tentación cesarista»

En la negociación, sus «socios» de investidura sacan compensaciones que socavan al país -ver los acuerdos de Zurich del 21 de febrero, mediador y Zapatero mediante-. Una larga lista de rivales cría malvas, los sacó de la mesa con golpes de mano inesperados, porque los caló -es inocultable que los rivales que salieron a su encuentro en el PSOE tenían alcance limitado-. Domina la simulación, cuando se trataba de dominar al PSOE; se presentó como abanderado de los afiliados, aunque procede de los despachos de la secretaría de Organización de Ferraz (o sea, de Blanco). Obligó a su partido a cerrar filas en torno a él declarándose enamorado.

Agita los restos de Franco y planea una campaña para «resucitarlo», pero la abandona a las dos semanas para mostrarse como el abanderado global contra la multinacional ultraderechista de Trump y Elon Musk. Este será su papel favorito durante varios años. Quisiera convertir la política española en un debate contra Trump y Musk. Por fin adversarios de su talla. Es posible que bajo este zigzagueo queden rescoldos de una inconexa ideología que se define más por oposición «a la derecha» que en otra clave. El suyo es un proyecto de supervivencia, ir ganando partidas.

El siguiente capítulo será la hybris, «la embriaguez del poder», de la que empieza a mostrar síntomas. Llámesele tentación cesarista. Incapaz de simular siquiera que gobierna con los socios que ha elegido, concentrará las decisiones. Se adivina el desenlace a la larga, pero quedan muchos capítulos para verlo y, tal vez, haga falta que aparezca en la mesa un jugador de su talla. Preventivamente, se ha asegurado el control del PSOE, sabe que las próximas elecciones las tiene casi perdidas, porque sus socios se han desplomado, se adivina que maneja los hilos que han convertido a Sumar en un títere (nadie quiere votar un títere). Aguardará, confía en que la impaciencia desequilibre a Feijóo.

Para comprender la naturaleza de este jugador hay que compararlo con otro. Sinteticemos en tres decisiones. González puso contra las cuerdas a su partido en 1978 con un dilema: ¿se quiere hacer lo que hay que hacer para gobernar o no? Si se quiere hacer, cuenten conmigo. En 1986 colocó a la sociedad entera ante otro dilema: nos interesa estar en el club donde están nuestros socios, ¿quieren ser realistas o jugamos al tercer mundo? Entonces la derecha y la extrema izquierda aprovecharon la ocasión para intentar desbancarle. Tres años más tarde los protagonistas de la apuesta desde la derecha salían del primer plano de la política nacional, y muchos de los de la extrema izquierda pedían cobijo en el PSOE.

«Una de las claves de lo que está pasando es que no se vislumbra un proyecto alternativo. Sin una idea motriz alternativa, sus rivales se condenan a jugar su juego»

González era capaz de explicar sus decisiones mediante una poderosa lógica que envolvía para llegar a la conclusión de que era la mejor decisión. Su discurso está guiado por una intensa coherencia interna y una extraña capacidad de síntesis, difíciles de evadir. Utilizaba las reuniones del Comité Federal del PSOE para llevar al partido a esta lógica. La diferencia esencial estriba en que los órdagos de González formaban parte de «una cierta idea de España». Incluso su gran dilema, en la navidad de 1991, cuando decidió separar a Alfonso Guerra del Gobierno, se lo explicaba a sí mismo y a su interlocutor, en una carta manuscrita, en función de un proyecto ante el que sentía que tenían visiones divergentes. Aquella separación, por cierto, provocó una guerra civil en el PSOE con consecuencias decisivas para el futuro del país.

A Sánchez lo domina la pasión por acceder y permanecer en el poder. Por eso su agilidad al «cambiar de opinión» y subir las apuestas. De ahí su dificultad para explicar un proyecto en clave positiva, es siempre en oposición frontal a «la derecha». Lo que ofrece es lo que se ve: una sucesión de golpes de efecto y decisiones fragmentarias apoyadas por la heteróclita mayoría de la investidura. Al final, la imagen es confusa. Sus socios son de conveniencia. Es un zigzag constante. González es capaz de explicar su trayectoria como una sucesión coherente, se ve a sí mismo anudando fuerzas históricas.

Maquiavelo analizaba las maniobras políticas como necesarias para conseguir un objetivo, la unidad de Italia. Sin otro objetivo que sostenerse en el poder, la política se reduce a un juego. Como jugador, Sánchez supera a todos los que están en la mesa. Porque una de las claves de lo que está pasando es que no se vislumbra un proyecto alternativo. Sin una idea motriz alternativa, sus rivales se condenan a jugar su juego.

 

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