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Trump, Sánchez y los métodos del déspota

«El retroceso democrático en Estados Unidos y España coincide con el mandato de figuras carentes de convicciones democráticas»

Trump, Sánchez y los métodos del déspota

  Donald Trump y Pedro Sánchez. | Archivo

 

En una entrevista en la cadena NBC el presidente Donald Trump admitió este domingo sin ambages que está considerando la posibilidad de aspirar a un tercer mandato en la Casa Blanca, pese a que una enmienda de la constitución norteamericana lo prohíbe expresamente. «No estoy bromeando, mucha gente me lo está pidiendo y hay métodos para hacerlo, pero es todavía muy pronto para hablar de eso», respondió al ser preguntado al respecto en un programa matinal.

Es como asistir en directo a la demolición de una democracia sin que, aparentemente, existan recursos para impedirlo. «Hay métodos para hacerlo», dijo. Es decir, cuando se tiene el poder, siempre se puede encontrar en las leyes un subterfugio para eludir su cumplimiento o para infringirlas directamente. O eso es al menos lo que piensan los déspotas que observan los mecanismos de control de las instituciones democráticas como obstáculos para la consecución de sus propósitos.

El paralelismo con la realidad a la que nos enfrentamos en España no puede ser más evidente. Desde hace años, Pedro Sánchez encuentra métodos para burlar la fiscalización por parte de los organismos y entidades que ejercen como contrapoder en nuestra democracia, bien sea con su ocupación grosera por parte de personas de absoluta obediencia o mediante la descalificación de quienes se resisten a sus deseos. No sólo ha incumplido durante todo un año el mandato constitucional de someter a la votación del Congreso un proyecto de Presupuestos, sino que dice ahora disponer de métodos para seguir haciéndolo indefinidamente, privando al Parlamento de su derecho a comprobar si el Gobierno dispone de mayoría y, por tanto, poniendo en cuestión de facto la legitimidad del poder Ejecutivo. Este mismo fin de semana, la vicepresidenta primera del Gobierno negó expresamente la prevalencia del principio de presunción de inocencia, sin el cual simplemente desaparece el Estado de derecho. El método, en este caso, consiste en inundar de demagogia la opinión pública para invalidar la acción de la justicia.

«Una sociedad precavida y madura debería reaccionar antes de que el deterioro institucional sea irrecuperable»

Tanto en el caso de Trump como en el de Sánchez estamos ante amenazas mucho más graves que la de políticos que tratan de conservar el poder a toda costa, que también: nos encontramos ante una estrategia manifiesta de modificar el régimen político para acomodarlo (mediante sus métodos) a sus necesidades personales -judiciales, en ambos casos- y a sus intereses políticos, que también en ambos casos casan más con el autoritarismo que con la democracia liberal. Trump cada vez se esfuerza menos en esconder sus propósitos. Sus métodos son más brutales. Se siente espiritualmente facultado para actuar sin pudor, mientras que, favorecido por un modelo político presidencialista, está obligado a acelerar la construcción de su propio régimen -incluida la nueva reelección- en el plazo que le queda legalmente en el poder. Sánchez aún trata de esconder el desguace de nuestra democracia detrás de una retórica progresista y antifascista cada vez menos convincente, pero aún suficiente para mantener a su grey a raya. Indiferente y arrogante ante todo contrapoder nacional, guarda, sin embargo, las formas para no acabar ganándose también la enemistad de los organismos europeos, a los que aún mantiene en la inopia, aunque también cada vez con más dificultad. Todo eso hace que sus métodos sean más suaves que los de su maestro norteamericano.

La forma en la que avanzan las cosas en Estados Unidos o en España puede hacer difícil establecer el momento en el que cualquiera de los dos países deja de ser una democracia. Al fin y al cabo, todavía gozan ambos de libertad de expresión, en ambos casos la oposición política actúa con plenos derechos y en los dos países hay muchos jueces que creen en la ley y están dispuestos a aplicarla con rigor e imparcialidad. También en ambos hay una fuerte corriente de opinión que cree que el problema está circunscrito a la naturaleza de quienes están al frente del poder y que todo volverá a la normalidad una vez que uno y otro desaparezcan.

Es posible, pero una sociedad precavida y madura debería reaccionar antes de que el deterioro institucional sea irrecuperable. Ignoro adónde nos dejarán las cosas Trump y Sánchez. Quizá ni ellos mismos lo saben porque ambos dedican más tiempo a destruir lo que les estorba que a construir una alternativa. Pero lo que es indudable es que el deterioro de la democracia avanza a un ritmo mucho mayor del que podíamos sospechar hace muy pocos años. Y sería muy triste que, como han anticipado varios teóricos y académicos, la nuestra se nos muriera casi sin darnos cuenta, con anestesia total, dejándonos a todos adormecidos en el sueño plácido del verano en puertas, del que al despertar descubriéramos que hemos dejado de ser ciudadanos de pleno derecho.

 

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