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Fernando Savater: Mario nuestro que estás en los cielos

«Fue este gran intelectual hispanoperuano el que defendió la España unida y democrática como pocos intelectuales españoles se atrevieron a hacer»

Mario nuestro que estás en los cielos

Los escritores Fernando Savater y Mario Vargas Llosa. | Europa Press

 

Los verdaderos lectores (inciso: no todo el que lee de vez en cuando una novela de 150 páginas que le dura un mes es un lector, lo mismo que quien se toma en bodas o Navidades un par de copas no es un alcohólico) tenemos una relación ambivalente con los escritores que amamos: por un lado, quisiéramos conocerlos personalmente, convivir en cierto modo con ellos, impregnarnos de su compañía; por otro, tememos justamente eso, tratarles demasiado de cerca, que el contraste entre el artista admirado y el hombre o la mujer de carne y hueso sea derogatorio, inaguantable.

A mí me ha pasado demasiadas veces que el autor que tanto me gustaba, cuando lo he tenido al lado, me ha resultado fatuo, atrabiliario, dogmático, en fin, insoportable. Y lo peor es que ya nunca podré volver a leerle con inocencia desprejuiciada, siempre el gilipollas cuya mano he estrechado se impondrá sobre el doctor angélico cuyas páginas he leído. No volveré a poder disfrutar con él. Me asusta la idea de que grandes maestros del pasado que tengo en la mayor estima fuesen personas desagradables o repulsivas: que Quevedo fuese mal compañero de copas, que Daniel Defoe fuese un robagallinas y Virginia Woolf una pelmaza redicha. Prefiero que me ocurra lo contrario, como le pasó a George Sand, que según contó por carta a Flaubert, había conocido en una travesía por el Mediterráneo a un tipo estupendo, muy agradable y divertido, cuyo único defecto era empeñarse en mostrarle lo que escribía, francamente malo. Era Stendhal.

No voy a hablar de Vargas Llosa como escritor, otros muchos lo están haciendo estos días (recomiendo especialmente el artículo de Ricardo Cayuela en THE OBJECTIVE: Las tres geografías de un escritor liberal). Diré, en cambio, que siendo sin duda uno de los grandes indiscutibles de su oficio, fue de los pocos que mejoraban al conocerlo. Mario no sólo era un verdadero humanista, sino algo aún mejor, un gran ser humano. Generoso, valiente, afectuoso, con un arte incansable de conversador. Siempre dispuesto a descubrir y si era el caso disfrutar de lo nuevo, fuese un libro recién encontrado, un paisaje desconocido, otro tema científico o artístico, una mujer guapa… Se me acumulan los piropos, pero es que fuimos amigos. Uno de esos regalos inmerecidos que me ha hecho la vida y que son los que ayudan a vivirla.

No sé por qué, pero Mario escuchaba lo que le decía como si yo tuviera el secreto de la sensatez, virtud que nadie más ha podido reprocharme. Recuerdo un almuerzo casi clandestino en Madrid con Octavio Paz (otro regalo para mí) en el que mi maestro mexicano se empeñaba en que debía convencer a Mario para que no se presentase a las elecciones presidenciales en Perú. «Nunca saldrá, antes le matarán, nos quedaremos sin nuestro mejor novelista…». Yo me reía: «Pues debes convencerle tú, Octavio». Y Paz abría los brazos en gesto de impotencia: «¡A mí no me hace caso!». Preferí no insistir ni con uno ni con otro. Qué tiempos, qué amistades, cuánta suerte… hasta que se acabó.

Vargas Llosa y yo intimamos definitivamente cuando él ganó el premio Planeta con Lituma en los Andes y yo quedé finalista con El jardín de las dudasDurante un mes, viajamos por todos los Corte Inglés de España presentando nuestras novelas y de paso haciendo una vida casi marital: desayunábamos juntos, almorzábamos juntos, cenábamos juntos… Un régimen que podía fácilmente habernos llevado al odio mutuo, pero que, en cambio, cimentó una amistad para toda la vida. Aprendí más cosas valiosas en ese mes que en todos mis años de Universidad. Y además nos reíamos juntos y terminamos con un juego inocente para despistar a la prensa, él contaba mi novela como si fuera la suya y yo hacía lo propio con Lituma, para desesperación de la representante de la editorial, que no entendía nada. A partir de entonces, cada uno de nosotros supo que podía contar con el otro.

«Mario fue figura destacada del duro manifiesto internacional de Basta Ya contra ETA, el tinglado de Ibarretxe y el hipócrita PNV»

En 1997 ETA asesinó al concejal popular de Ermua Miguel Ángel Blanco. La banda terrorista había planeado este crimen, precedido de un siniestro aviso y de una atroz cuenta atrás, como un modo de intimidar a los ciudadanos reacios al nacionalismo, pero consiguió lo contrario: sublevarlos. Yo le había hablado largo y tendido a Mario sobre la situación que vivíamos en el País Vasco y él había entendido la cosa a la primera. ¡Con lo que costaba metérselo en la cabeza a muchos intelectuales españoles! Aprovechando la resaca del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el lehendakari Ibarretxe lanzó un plan que no era más que una secesión más o menos maquillada.

Un grupo de vascos españoles que no queríamos dejar de serlo lanzamos el movimiento cívico Basta Ya contra ETA, contra Ibarretxe y contra el separatismo violento y… menos violento. Entonces apelé a Mario, cuyo peso internacional nos era indispensable. Y Mario respondió, sin reticencias ni melindres. Fue figura destacada del duro manifiesto internacional Aunque contra el tinglado de Ibarretxe y el hipócrita PNV. Basta Ya convocó un congreso de intelectuales en el Kursaal de San Sebastián, al que no hubo empujones para acudir. ETA mataba entonces con saña y frecuencia que por lo visto muchos ya han olvidado, aunque entonces todos tenían muy presentes. Vino mucha gente decente, desde luego, y desde aquí les reitero nuestro agradecimiento, pero otros se excusaron porque estaban escribiendo una obra maestra indispensable (deben seguir con ella, porque aún no les conocemos ninguna) o padecían un catarro pertinaz.

Además, San Sebastián estaba lejos, y era un sitio caro y… pues sí, allí mataban gente. A Mario Vargas Llosa no hubo más que decirle el día y el lugar de nuestro encuentro. Él se pagó el viaje, su hotel y el de Patricia, y se presentó con un fajo de folios que nos leyó en el Kursaal con su voz de tenor peruano. No hubo que convencerle de los engaños y fechorías del nacionalismo xenófobo: fue él mismo quien nos los explicó brillantemente a nosotros. Sólo él y Bernard-Henri Lévy respondieron con tanta prestancia y gallardía a nuestra petición de ayuda.

Después… pues después apadrinó el lanzamiento de nuestro partido UPyD, heredero del impulso de Basta Ya, hablando en el acto inaugural. Y también se puso al lado de Ciudadanos desde sus comienzos. Y en 2017 encabezó la enorme manifestación en Barcelona contra el referéndum unilateral e ilegal de independencia, donde abominó del nacionalismo y dijo con toda razón que estaba destrozando la sociedad catalana. En resumen, fue este gran intelectual hispanoperuano el que defendió la España unida y democrática como pocos intelectuales españoles se atrevieron a hacer (por cierto, los muy hipócritas hoy le escriben responsos elogiosos a su compromiso cívico).

Y yo como donostiarra me enorgullezco de que le gustase mucho San Sebastián, que aprendió a disfrutar el año que presidió el jurado de nuestro Festival de Cine. «Fui feliz como jurado», dijo después. «Viendo tres o cuatro películas diarias, comiendo rico… Uno vive aquí en una especie de pequeño paraíso». Cuando murió Julien Benda, Sartre comentó: «Echaremos en falta su vigilancia». A partir de ahora, echaremos en falta la vigilancia democrática de Mario, pero también su coraje para navegar contra viento y marea, su excelente pulso narrativo y la calidez de su compañía. Incomparable Mario.

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