Cómo es el Cónclave, el proceso para elegir al nuevo Papa
Será elegido dentro de entre 15 y 20 días con un mecanismo diseñado a lo largo de los siglos para asegurar un nuevo Pontífice de consenso

Imagen de archivo de los Cardenales entrando a la Capilla Sixtina para el Cónclave en el que se eligió a Francisco
Sin prisa pero sin pausa. Para no precipitar la elección del próximo sucesor de San Pedro, y permitir que se vote con la cabeza fría y sin dejarse condicionar por el luto, las normas vaticanas establecen que antes de que inicie el cónclave deban pasar al menos quince días desde su muerte, pero que no empiece más tarde de veinte. Ese plazo consentirá que los cardenales que viven en zonas remotas tengan margen suficiente para llegar a Roma e intercambiar impresiones sobre el futuro de la Iglesia y el perfil del nuevo pontífice.
Las reglas del cónclave se han ido mejorando a lo largo de la historia. Juan Pablo II reelaboró y unificó la legislación precedente con la constitución apostólica «Universi Dominici Gregis», que Benedicto XVI modificó en dos ocasiones. El Papa Francisco ha preferido no tocar nada.
Actualmente sólo pueden votar los cardenales menores de 80 años, llamados técnicamente «cardenales electores». Es un colegio muy variado formado por 138 purpurados de todos los continentes. Teóricamente pueden elegir Papa a cualquier católico que reúna las condiciones para ser «obispo de Roma». En la práctica el número de candidatos se reduce a los cardenales que entran en la Capilla Sixtina para votar.
Durante el cónclave, se encerrarán en el Vaticano hasta que elijan un nuevo Pontífice. No podrán mantener contacto con el exterior, ni leer la prensa, ver la televisión, hacer o recibir llamadas, enviar correos o tuitear. Se «confinarán» en Casa Santa Marta para dormir, comer y celebrar misa. Saldrán de allí solo para recorrer 700 metros en autobús o a pie hasta la Capilla Sixtina, y nadie se les podrá acercar durante el recorrido.

‘Extra omnes’
Cuando entren en la Sixtina, apoyarán la mano sobre los evangelios y jurarán guardar secreto de las deliberaciones y respetar las reglas del cónclave. Inmediatamente después, el maestro de ceremonias pronunciará el famoso «Extra omnes», «Todos fuera», o «que no quede nadie dentro» para invitar a salir de la Sixtina a quien no sea cardenal. Después, cerrará las puertas de la capilla, escucharán una última meditación sobre la responsabilidad que les incumbe, y dará inicio al delicado proceso de votación. Los imponentes frescos del Juicio Final trazados por Miguel Ángel les recordarán que Dios les va a pedir cuentas del nombre que escriban en su papeleta.
Las reglas son muy sencillas: el único mecanismo de elección es el voto secreto (no son válidas elecciones por proclamación o por compromisarios, como en el pasado); para ser elegido hacen falta al menos dos tercios de los votos, en este caso 92 de 138, o dos tercios más uno si no puede hacerse una división neta; y no pueden hacerse promesas electorales o pactos, ni aceptar vetos de ninguna clase, por ejemplo, por parte de gobiernos, instituciones religiosas, étnicas o multinacionales.

El primer día habrá sólo un escrutinio, y en el resto de sesiones, cuatro, dos por la mañana y dos por la tarde. Si después de 34 escrutinios ningún candidato ha alcanzado los dos tercios de preferencias, se puede pasar a elegir entre los dos más votados, quienes no podrán votar, y seguirán necesitando dos tercios de los apoyos.
Es uno de los cambios establecidos por Benedicto XVI. Hasta entonces, a partir del escrutinio número 35 bastaba la mayoría simple para ser elegido Papa, lo que hacía posible elegir a un candidato sin amplio consenso. También Benedicto permitió que los cardenales adelanten la fecha de inicio del cónclave, si todos los electores están en Roma y lo aprueban de común acuerdo.
‘Fumata bianca’
La chimenea que se posicionará sobre la Capilla Sixtina informará con señales de humo sobre el resultado de las votaciones. Después del recuento, las papeletas se queman en una «estufa» y se añaden productos químicos para colorear el humo. Si es negro, significa que no hay acuerdo. Si es blanco, «fumata bianca», significa que ya ha sido elegido el pontífice. En caso de humo gris, para salir de dudas, la eventual elección será confirmada por el repique de las campanas de San Pedro.
La primera votación es la más importante pues mostrará quiénes son los dos o tres candidatos que realmente reúnen apoyos, de forma que las sucesivas votaciones van a mostrar hacia cuál de ellos se desplazan el resto de los votos. Los resultados no trascenderán hasta que sean filtrados después de la elección.
En 2019, el vaticanista Gerard O’Connell publicó en el libro «The election of Pope Francis» una reconstrucción del cónclave de marzo de 2013. Asegura que en la primera votación obtuvo 30 votos el arzobispo de Milán, Angelo Scola, seguido del de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, que logró 26; el tercero fue el prefecto de la Congregación de obispos, Marc Ouellet, que recibió 22; y el cuarto, el arzobispo de Boston Sean Patrick O’Malley, con 10.
Un día después, en la primera votación de la mañana, Bergoglio llegó a 45, Scola a 38 y Ouellet a 24; y en la segunda, Bergoglio pasó a 56, Scola a 41 y Ouellet bajó a 15. «Recibí algunos votos en el primer escrutinio, el del 12 de marzo por la tarde, y recibí muchos votos en los escrutinios de la mañana siguiente, el día 13. Pero los interpreté solo como votos de depósito. Significa que te votaban, pero que no querían elegirte a ti», confirmó en 2024 el Papa Francisco, en el libro entrevista con el corresponsal de ABC ‘El Sucesor’.
Después del almuerzo, en la primera de la tarde, Scola y Ouellet perdieron algunos votos, que pasaron a Bergoglio, aunque aún no llegaba a los 77 entonces necesarios: Bergoglio 67, Scola 32 y Ouellet 13. En el quinto escrutinio, Ouellet bajó a 8 votos, Scola a 20 y Bergoglio obtuvo 85 votos y fue elegido pontífice.
Una vez revisadas todas las papeletas y confirmado que un cardenal ha recibido más de dos tercios, quien lleve menos tiempo como cardenal saldrá de la Capilla Sixtina y avisará al maestro de ceremonias y al secretario del Colegio de cardenales. Ellos entrarán y junto al cardenal decano se acercarán al elegido y le harán dos importantes preguntas. «¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?» Si acepta, a partir de ese momento exacto se convertirá en Papa.
Entonces, le podrán hacer la segunda pregunta: «¿Con qué nombre quieres ser llamado?». Su respuesta dará la primera pista sobre las prioridades de su pontificado.
Luego, el nuevo Papa se retirará a la sacristía de la Capilla Sixtina para ponerse por primera vez la sotana blanca. Esa habitación se llama «Sala de las lágrimas», imaginando la conmoción con la que entra el nuevo sucesor de Pedro. Mientras se esté cambiando, se quemarán las papeletas, el humo blanco saldrá por la chimenea, y la noticia de la elección dará la vuelta al mundo.
Lo antes posible, el cardenal «protodiácono» de los votantes, actualmente el francés Dominique Mamberti, se asomará al balcón central de la basílica de San Pedro para pronunciar el «Habemus Papam» y revelar quién es y qué nombre ha escogido.
El nuevo Pontífice saldrá poco después a ese mismo balcón y dará su primer discurso y su primera bendición «Urbi et orbi». Lo que a partir de ese momento le espera, sólo Dios lo sabe.