Chitty La Roche: ¿Poder o constitucionalismo? La tragedia del dilema
No se equivocó Loewenstein al afirmar que el poder es irracional y demoníaco. Y tampoco Lord Acton, al anotar que el poder corrompe y, el poder absoluto corrompe absolutamente.
Estoy pensando en el forcejeo que se esta desarrollando entre el poder y la constitucionalidad en todas partes del mundo. No me referiré a Asia porque no han comprendido ni asumido nunca la significación de la Constitución y por su siempre reiterada tendencia a la autocracia y especialmente, al desprecio que hacia los derechos humanos y las libertades públicas han mostrado.
Ni hablar del orbe islámico, siendo que el totalitarismo religioso es por naturaleza reacio a la democracia constitucional y fanático a ultranza de todo genero de anacronismos que no han permitido que arriben al reconocimiento y mucho menos el respeto a los derechos humanos y ni hablar de los derechos políticos.
Focalizo a Europa, Australia, Nueva Zelandia y América que, a la postre, han sido quienes hicieron el hallazgo y comulgaron con la constitucionalidad y, por cierto, antes con la república, como el único arquetipo susceptible de permitir la coexistencia de la dignidad del ser humano en la libertad responsable y el ejercicio de la función pública desde el poder que, sin embargo, solo limitado desempeña el rol que de él aspiraríamos, procurando la garantía de esos derechos humanos y ciudadanos y prioritariamente la libertad política, con la seguridad, la convivencia, el progreso individual y colectivo, la paz en la estabilidad.
No es como algunos opinan una crisis de la democracia “per se,” la que tiene en ascuas al universo de la institucionalidad y al Derecho sino, el desempeño del mando que parte no del compromiso con los conciudadanos y la normación societaria pública, sino con la adulteración del mandato que la mayoría concede al liderazgo en elecciones, cuando son limpias al menos, enajenando su soberanía y facilitando el abuso y la contrariedad del orden político en sus bases republicanas.
Los padres fundadores del sistema político norteamericano se ufanaban, no de haberles dado a sus compatriotas una democracia sino una república, lo que se evidencia además en las letras del Federalista. Una ingeniería para sostener un régimen de libertades, con poderes separados en cuanto a actores y tareas, con control del poder a través de una constitución y un poder judicial neutral, apegado a la constitución y a la ley.
El drama actual consiste en traicionar a Montesquieu. Comprometer la separación de los poderes y convertirla en la libertad del poder para hacer lo que quiera y no lo que debería hacer. El avieso poder se infla al desafiar, desconocer y anular a ese poder judicial llamado a asegurar la constitucionalidad.
Insisto, un órgano judicial signado con un propósito, preservar las libertades y precisamente para hacerlo, vigilar que la constitucionalidad sea como barrera a no traspasar nunca, que se mantuviera a toda costa y así, los valores liberales se sostuvieran por encima de los vaivenes y juegos pendulares del poder y de las contingencias que pudieran influir en el ánimo de los electores.
Una república en que prevaleciera la legislación y en la que los más sagrados derechos humanos y ciudadanos se constituyeran en el bien más importante a tutelar. Una república es el imperio de la ley que se fundamente en un principio innegociable; gobierna la ley y no los hombres.
La experiencia de vida de los Estados Unidos de América, enhebradas sus actuaciones con ese hilo de pensamiento moral, jurídico y político, fue lo que hizo grande al país y es ahora cuando, mas que nunca, debemos tenerlo claro.
Mutatis mutandis, después de la segunda guerra mundial, Europa transitó el camino del Estado constitucional, social, democrático y de justicia, cuidando de seguir las marquesinas de la constitucionalidad, recordando siempre a los autócratas que la llevaron a la guerra y se elevaron sobre los hombros de mayorías empujadas por el resentimiento, la frustración, el racismo, los nacionalismos y especialmente los discursos populistas.
Lo grave de la degeneración de la democracia que engendra el populismo, es que afecta y eventualmente lesiona a la república y a sus constructos para decantarse en los autoritarismos que se han hecho presentes por doquier…
Empero, Aristóteles y su epígono Polibio asentaron sabiamente la genética de los sistemas de gobierno que se corrompen y desvían para derivar en depredadores que, no obstante partir de un marco jurídico, lo contaminan y trastocan en su némesis.
Siguiendo a O’ Donnell, me percato de ese perverso giro en el que siguiendo al liderazgo y confiando todo a él, involucionan las democracias y caen por el despeñadero de la demagogia, el despotismo y la impostura.
Lo que pasa hoy en USA es prueba de ello y otro tanto se visualiza en Turquía, Polonia, Hungría y a su manera en Argentina y, el caso Venezuela no lo menciono en ese lote porque se trata de un golpe de Estado en continuado.
Disfrazándose de demócratas y jurando servir al credo mayoritario, electos por el cuerpo político, legítimos entonces. se dedican a falsear la política e inficionar al sistema de personalismo y subrogarse la soberanía. En otras palabras, a desrepublicanizar y haciéndolo, desvencijar la democracia.
Una recomendación de mi amigo, profesor y tutor de doctorado Ricardo Combellas, con la colaboración del dilecto fratello y admirado intelectual Freddy Millán Borges, me trajo la lectura de un libro de Jean Paul Sartre titulado la República del Silencio, en la que el existencialista francés describe el trance de la ocupación alemana en Paris y en Francia y la actitud de los franceses frente a sus captores y verdugos. La mejor defensa era solo pensar, nada decir, resistirlos desde lo más profundo del alma.
En Venezuela, la prensa ha sido reducida a su mínima expresión, más de trescientas emisoras de radio han sido cerradas y saqueadas por los equipos de seguridad del régimen y las televisoras que siguen abiertas, practican la normalización que alcanza a editar cualquier entrevista que pueda molestar al oficialismo para desde la autocensura sobrevivir.
El colmo de la abyección se nos anuncia en Venezuela también. Reformar la constitución para sancionar una nueva constitución, sesgada, ideologizada, subordinada y desde luego, ontológicamente inconstitucional.
La ciudadanía es el enemigo, la libertad conculcada, la crítica proscrita y la conciencia a remolque por el gobierno, de la oligarquía kakistocrática. Ese es el momento, pero no es y no será el fin de la historia.
Nelson Chitty La Roche, nchittylaroche@hotmail.com, @nchittylaroche