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Francisco, discípulo de Guardini

Un análisis minucioso y normativo que plantea reflexiones y tiene en cuenta los dictámenes de la historia

Asdrúbal Aguiar

 

 

Me es obligante, ante su regreso a la Casa del Padre, todavía más concluyendo la Semana Mayor, poner de relieve y en su simbología la experiencia vital de S.S. Francisco como cabeza de la cátedra petrina. No solo la catolicidad sino otras religiones han sido sensibles ante su partida: “Los judíos argentinos lloran la muerte del Papa Francisco”, reseña The Jerusalem Post, en su portal del 22 de abril.

En las redes, algunos usuarios de trincheras le señalan vínculos con el progresismo. Hasta le califican de comunista o “medio comunista” como si cupiesen las medias tintas o los sincretismos de laboratorio al respecto o que la catolicidad admitiese partidizaciones, sin mengua de su universalidad. Su muerte no arredra a los más enconados.

He de admitir que, contando siempre con la bendición de su amistad, propiciada por Luis Ugalde, s.j. durante el ejercicio de Jorge Mario Bergoglio como Cardenal arzobispo de Buenos Aires, quien me pide acompañarlo en su universidad, la Universidad del Salvador, una que otra vez, con respeto, consentí se le criticase como Papa. Años más tarde leería yo una tesis sobre sus enseñanzas antropológicas en esa Casa de Estudios. Entonces ya me hacía eco del sufrimiento de los venezolanos y al no verlo arremeter contra la dictadura criminal que nos ha secuestrado, me era difícil comprenderlo.

Un franciscano, lector de Guardini

La muerte es olvido, no de quien muere sino en quien queda y queda impelido a vivir otra etapa ante la realidad de quien se va, y que al irse se asumirá como pérdida una vez como se descubre, siempre tarde, el valor modelador de las enseñanzas que deja en herencia. La ausencia de Francisco me impele a observar que, así como a este se le culpaba de omisiones, lo cierto es que a diario nos enojamos con el mismo Dios, todopoderoso, por nuestras desventuras. Nos asumimos, así, como seres inmortales, ajenos a las falencias e injusticias de nuestra humana condición, o, en nuestro caso, el de los venezolanos, reclamamos una mirada preferente por considerarnos las víctimas más necesitadas del planeta.

Nadie duda, eso sí, del acompañamiento constante y solidario, entre amenazas recurrentes y riesgos de vida, ofrecido por la Conferencia Episcopal Venezolana. Mas no nos preguntamos si ¿acaso lo hace desafiando la autoridad del Pontífice? ¿Olvidamos que, con sus reformas, dio autoridad a los Episcopados para que se expresen en su nombre?

Si regresamos sobre las experiencias veremos que a Pio XII lo condenaban sus contemporáneos tachándole de connivencia con el Nacional Socialismo. No condenaba abiertamente los exterminios en los campos de concentración. Y la verdad era que, tras su postura discreta, en apariencia indiferente, le sirvió para darle protección a miles de judíos dentro los muros vaticanos. Eso le ocurrió a Papa Pacelli (1876-1958) en un tiempo en el que las comunicaciones no gozaban de la autonomía e instantaneidad de las redes digitales, a cuya presión inclemente se ha visto sometida la Curia romana desde los inicios del Tercer Milenio.

Al sosegarse las aguas encrespadas, por obra de su fallecimiento, cabe nos preguntemos, serenamente, sobre el porqué o los muchos porqués de esos proverbiales silencios que se le cuestionaban Francisco. ¿Era comunista? ¿Un Papa insensible, ante el dolor humano? ¿Un enemigo de la libertad, como se repite, por haber departido con gobernantes de izquierda a lo largo de su pontificado? Porque si de rótulos se trata, ¿cómo es eso de que en su agonía recibe al vicepresidente J.D. Vance de Estados Unidos, emisario de un hombre del que siempre se dijo y machacó le desagradaba al Santo Padre, como Donald Trump? Si de olvidos se trata, ¿cómo pudo, en la hora de su muerte, más ocupado en pensar sobre la hora postrera y la promesa de la resurrección, canonizar al símbolo que unifica a todos los venezolanos, San José Gregorio Hernández? ¿Entendemos su mensaje?

Francisco, líder universal de la Iglesia Católica, también Soberano de un Estado sin cañones, el Vaticano, como se insiste, me confesó en Buenos Aires que pudo haber sido electo en el cónclave precedente al suyo el Cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara. Le profesaba una grande admiración, y lo cierto es que don Rosalio era un anticomunista militante. Sucesivamente, al momento de ser electo Francisco, los primeros en atacarlo fueron los socialistas del siglo XXI, los justicialistas porteños vinculados a los Kirchner, desde el diario Página 12: Unos, sindicalistas, otros, exmiembros del Ejército Revolucionario del Pueblo, organización guerrillera y militar argentina marxista afirmaban de él que era un fascista y que coludió con la dictadura militar. A su antecesor, Benedicto XVI, le tildaban de haber hecho parte del movimiento hitleriano.

En mi experiencia, cuando le conocí y traté nunca dejó de ser Francisco un testigo viviente de humildad y pobreza franciscanas. Era un cura, como se dice y eso sí, de “villas miseria”, a las que acudía para encontrarse en el gran Buenos Aires con los más pobres entre los pobres. A ellos se entregó con devoción y espíritu misionero, y los hizo el centro de su Episcopado. Le fastidiaba el boato, el engolamiento palaciego, destacando su modesta cercanía en la cotidianidad del trato. Me pedía llamarle Padre Jorge, no Su Eminencia, tampoco Monseñor.

Escribí sobre él mi libro La opción teológico-política de S.S. Francisco (2015), releyendo cuidadosamente su libro fundamental Reflexiones en esperanza (USAL, 1992) y su seminal ensayo “La nación por construir”, cuyo ejemplar me dedicó en 2005. Puedo decir sin ambages que acusarlo de comunista o marxista, más que un despropósito es una estupidez. Bergoglio, un hombre formado por los padres salesianos, al hacerse sacerdote hizo compromiso de vida con el credo de Ignacio de Loyola – la llamada unidad de ánimos, o la unidad de corazones en la diversidad de lo que somos – y apelaba repetitivamente a las enseñanzas de Agustín de Hipona.

 

 

Memoria que conservo de su Santidad Francisco

Memoria que conservo de su Santidad Francisco

 

 

Aún más, compartiendo la llamada teología del pueblo – ajena a la de la liberación, que sí es marxista y violenta – se nutría del pensamiento del filósofo y sacerdote alemán Romano Guardini, a quien y a buen seguro descubrió cuando ultimaba su tesis doctoral en Alemania. La contradicción entre los extremos del comportamiento, sin posibilidades de complementariedad entre uno y el otro, siempre conlleva a la exclusión, es la tesis; en tanto que aceptándose como naturales las polaridades y relacionándolas ambas en sus complementos, media, según Guardini, una tensión humana que permite la inclusión. Ese fue, en sustancia, el GPS del Padre Jorge. Guardini, en efecto, le mostraba como idea la de un hombre decidido a brindar a esta época elementos para un pensamiento integral, demandaba un esfuerzo de diálogo y síntesis entre el realismo y la concepción moderna del hombre. Nada más, nada menos.

Su legado, la cultura del encuentro

Como ejemplaridad para lo social, el sucesor 266 de Pedro y Papa fallecido nos deja como bienes morales a sus cuatro encíclicas, la primera escrita a dos manos con su predecesor, Benedicto XVI, sobre la fe, dirigida a la Iglesia: Lumen Fidei (2013). Le siguen Laudato Si’ (2015) sobre el cuidado de la Casa Común, Fratelli Tutti (2020) sobre la fraternidad y la amistad social, y Dilexit Nos sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo.

Es a la luz de estas que cabe, apropiadamente, juzgar a su pontificado, más allá del ruido de redes o del encasillamiento subalterno del papado para bajarlo hasta las sendas de una guerra informativa con la que se ha buscado destruir la tradición judeocristiana en Occidente. Sería ello, de cederse, el final de esa iglesia milenaria, caso de que se nos ocurriese hacerla depender de una globalización mejor ganada para la virtualidad, la relatividad de los datos y la negación de los tiempos, con su instantaneidad.

En Lumen Fidei recuerda que “sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al «yo» más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto… Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca”, reza el texto.

Al escribir sobre el amor humano y divino en Dilexit Nos cierra Francisco el círculo, afirmando, en desafío de la cultura del relativismo y el tsunami materialista que ha disuelto las certezas de lo humano bajo la gobernanza de lo digital, que, “hoy todo se compra y se paga, y parece que la propia sensación de dignidad depende de cosas que se consiguen con el poder del dinero… El amor de Cristo está fuera de ese engranaje perverso y sólo él puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente”, nos lo recuerda.

En medio de esas dos aceras sitúa los otros dos aspectos que se complementan y encuentran como nervio integrador al señalado, el conjugar las cosas e integrar nuestras dimensiones animal y humana “desde el corazón”.

Abordando la cuestión ecológica en Laudato Si’, sin dejar de poner su propio énfasis, al cabo lo hace en línea con la idea magisterial de sus predecesores. Observa que “la novedad cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo material – la creación en su conjunto o la Tierra – supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a la relación de un Tú a otro tú”, evocando a Guardini, sin lugar a duda.

“Cuando se propone una visión de la naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene serias consecuencias en la sociedad”, advierte. “La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo”, finaliza.

Nos deja S.S. Francisco la radiografía de lo que vio desde Roma y en su experiencia como Obispo de la Ciudad Eterna: “Entre los componentes sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de algunas innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los más jóvenes, la pérdida de identidad… Algunos de estos signos son, al mismo tiempo, síntomas de una verdadera degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social”, sostiene.

Creyó haber encontrado una solución al problema de nuestro tiempo y su posmodernidad en la tesis de Papa Ratzinger sobre la ecología humana, por integradora desde el redescubrimiento de lo esencial y faltante, la fraternidad humana. “¿Con quién te identificas?”, interpela: “Esta pregunta es cruda, directa y determinante. ¿A cuál de ellos te pareces?”. “Nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás; especialmente de los más débiles. Digámoslo, hemos crecido en muchos aspectos, aunque somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente”. Esto último, justamente, lo sabemos los venezolanos.

 

 

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