Hoyos: La adicción a la amistad

Una forma, sin duda extraña, de ver la amistad es considerarla un vicio. Pero vaya que hay vicios sanos.
Los amigos son la familia de elección. Pueden ser, al igual que las familias de parentesco, numerosos o contados. Los amigos, sobre todo si ya han acumulado bastantes años, a veces se mueren y lo dejan a uno viendo un chispero o teniendo conversaciones mentales que ya nunca ocurrirán en la vida real. Pienso en cuatro o cinco que perdí. La verdad sea dicha, tres de ellos podrían incluso haber sido padres míos, algunos padres tempranos. Ah, y abundan asimismo las amigas, claro, pues vaya que con las mujeres de cualquier edad es viable la amistad. Yo tengo muchas. Una de ellas, hoy lo lamento tantísimo, firmó la planilla de salida antes de tiempo y por propia mano. ¿Era posible salvarla? Ya nunca se sabrá.
Pienso en dos o tres de los que me he alejado después de los años. Uno se volvió un funcionario privado demasiado rígido, que solo hablaba de su entorno laboral, de sus jefes, de los resultados de su organización y ahora, supongo, de sus subalternos. A mí me quedaba difícil pensar que un ambiente así es el centro de las definiciones vitales y la verdad es que nos vimos cada vez menos. Al saludarnos hoy, igual nos damos un abrazo. Un segundo amigo me empezó a aburrir por biempensante. Hoy no lo frecuento. Un tercer amigo se entregó a una rumba muy pesada y no me fue posible seguirlo por ese camino. La cuarta que se me viene a la cabeza se fue a vivir al campo y no la veo, pues tendría que hacer un viaje expreso a su finquita y después quedarme en un hotel. Sin embargo, estos cuatro son una minoría. Me quedan bastantes todavía.
Por supuesto que, de tarde en tarde, algún amigo viejo se aleja por su propia decisión. Las conversaciones se hacen más escasas o ni siquiera se dan. Tengo hoy presente al menos a uno de esos. Me cuentan que su vida se ha enredado. Al menos en mi caso, los alejamientos no han tenido que ver con discrepancias políticas o sociales, es decir, con las ideologías. Un motivo más reciente es el de las identidades, hoy de moda. Para mencionar una polémica actual que trata de las identidades, a mí no me nace tener opiniones inflexibles, por ejemplo, sobre lo que les pasa o no les pasa a las personas trans. Pese a que no se puede decir que yo sea feminista, uso con ellas el género femenino, así en su origen hayan sido hombres.
Escarbando, encontré varias citas valiosas sobre la amistad. Las pongo en desorden. Plutarco, por ejemplo, advertía que no se puede ser un verdadero amigo de los poderosos, sobre todo de aquellos que no admiten contradictores. Doy fe. Para Borges: “La amistad no necesita frecuencia, el amor sí, pero la amistad no”. Sócrates decía que “el amigo ha de ser como el dinero, que antes de necesitarlo, se sabe el valor que tiene”. De acuerdo. Según un aforismo muy sabio de Aristóteles, “el deseo de ser amigos es un trabajo rápido, pero la amistad es una fruta de maduración lenta”. Jean de la Bruyère afirmaba algo que a muchos les parece polémico: “Es más vergonzoso desconfiar de los amigos que ser engañado por ellos”. No sé si concuerdo con esto. En fin, Alfredo Bryce Echenique resumía el asunto de forma lapidaria: “Mi patria son los amigos”.