Foto: Reuters
En mayo de 2015, dos años apenas después de su designación, el papa Francisco promulgó la encíclica Laudato si, un texto de 180 páginas sobre la crisis ambiental y la indiferencia de los poderosos, que precisamente por esto embistieron contra ella de manera inmisericorde para menguar su trascendencia y sepultarla en el olvido.
Es quizás el documento capital de su reinado vaticano, que recordamos ahora cuando el autor ha claudicado finalmente, después de un titánico esfuerzo, a los achaques respiratorios que le martirizaron desde la infancia en un barrio bonaerense.
Trieste, 2024, foto: Alessandro Garofalo/Reuters
Su divulgación ocurrió precisamente en vísperas del viaje que Francisco efectuaría a los Estados Unidos, para entrevistarse con el presidente Obama, y dejar ante las Naciones Unidas y una sesión conjunta del Congreso un material de reflexión a los negociadores que preparaban la conferencia sobre el ambiente a celebrarse en París a fines de aquel año.
Con el presidente Obama en Washington.
Sin florilegios diplomáticos, su concepto fundamental se basaba en uno de los cánticos del santo de Assisi, de la visión del planeta como una casa común que comenzaba a parecer un basurero, exigiendo que todas las naciones, sobre todo las más prósperas y las más contaminantes contribuyeran a su sanación y a saldar la grave deuda contraída con las gentes más pobres y vulnerables.
De una Madre Tierra que clamaba por el daño causado con el uso y abuso irresponsables de los bienes con que la premió el Creador, olvidando que nosotros mismos somos polvo de esa tierra y existimos solo gracias a ella, como ya lo había sentenciado Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris cuando estuvimos hace medio siglo tan cerca de una confrontación nuclear; asimismo su sucesor, Paulo VI en un discurso en 1971 ante la FAO que ya es histórico, y Juan Pablo II desde su misma primera encíclica en que criticó nuestra tendencia a no ver en el medio natural sino lo que sirve de utilidad inmediata y al consumo y apeló a una conversión ecológica global.
En Copacabana, durante la misa de la Jornada Mundial de la Juventud, Foto: AP
Francisco hizo suya la amalgama del papa polaco entre la moral y el desarrollo humano ampliándola al entorno, tomando en cuenta la naturaleza de cada ser en mutua conexión con un sistema ordenado y subordinando nuestra capacidad de transformar la realidad a un don emanado directamente de Dios, y cerró la búsqueda de referencias doctrinales mencionando el exhorto de su inmediato antecesor, Benedicto XVI, a eliminar las causas estructurales de las disfunciones económicas y reemplazar los actuales modelos de crecimiento por otros más respetuosos del ambiente.
Porque, en suma, como afirmó el papa germano, el libro de la naturaleza es uno e indivisible, incluye el medio ambiente, la vida, la sexualidad, la familia y las relaciones sociales y su deterioro está íntimamente conectado a la cultura que modela la coexistencia humana.
Francisco buscó así apoyo en científicos, filósofos, teólogos y grupos cívicos dentro de la Iglesia católica, pero también en pensadores de otras religiones, como Bartolomeo, el Patriarca ortodoxo de Constantinopla, que llegó a equiparar los delitos contra el mundo natural a un pecado contra nosotros mismos y contra Dios.
En el Zócalo mexicano, Foto: AP.
Pero, desde luego, le fue esencial la figura de Francisco de Asissi, inspiradora de su propio nombre apostólico y patrón de todos los interesados por el ambiente, como “el ejemplo por excelencia del cuido por el vulnerable y de una ecología integral vivida con alegría y autenticidad”, y evidente su anhelo de imitar por “su alegría, su generosa entrega y su apertura de corazón, al místico y peregrino que vivió con simplicidad y en maravillosa armonía con Dios, con los demás, con la naturaleza y consigo mismo y mostró cuán inseparable es el vínculo entre la preocupación por la naturaleza, la justicia para el pobre, el compromiso con la sociedad y la paz interior”.
Y sentenció que si nos aproximábamos a la naturaleza sin admiración y respeto, sin un lenguaje de fraternidad y belleza en nuestra relación con el mundo, actuaríamos como dominadores y explotadores despiadados, incapaces de fijar límites a sus necesidades inmediatas, mientras que, al sentirnos unidos íntimamente con todo lo que existe, nacerían de manera espontánea la sobriedad y el cariño.
La pobreza y la austeridad de san Francisco, continuó, eran no sólo expresiones de ascetismo o de ingenuo romanticismo sino de algo mucho más radical: el rechazo a considerar la realidad como un objeto que simplemente debe ser utilizado y manipulado, e invitó a contemplar la naturaleza como un libro maravilloso en que Dios nos habla y regala con un guiño cómplice su infinita belleza y bondad.
El mundo, más que un problema a resolver, era un festivo misterio a contemplarse con alegría y veneración, concluyó el pontífice que viene de ser sepultado allende los muros opresivos del Vaticano, en la basílica de Santa María Maggiore donde solía reclinarse para rezar y meditar documentos magistrales como éste, auténtica joya del pensamiento ambientalista cuya lectura sería el mejor homenaje al hijo ilustre del barrio porteño de Flores.
Ultima aparición, horas antes de su fallecimiento.Foto: Abaca-Rex-Shutterstock
“Yo no insulto a quienes no están conmigo, es mi única originalidad”… bien pudo enmarcar el papa Francisco en la frase del agnóstico que fue Camus un pontificado caracterizado por la humildad de quien sabía perfectamente las limitaciones de su oficio, sembrado de peligros en un mundo enfermo de soberbia , en búsqueda angustiosa de liderazgo.
Hettlingen, abril 2025.