Multilateralismo herido, geopolítica en ascenso: la guerra comercial de 2025
Las políticas comerciales puestas en práctica durante el primer gobierno del actual presidente de Estados Unidos, Donald Trump (2017-2021), redefinieron profundamente el comercio global y las dinámicas geopolíticas. Su enfoque proteccionista desafió los principios del multilateralismo que habían guiado la economía internacional desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y sus consecuencias, lejos de ser pasajeras, continúan en 2025.
¿Pero qué es una guerra comercial?
Una guerra comercial es un conflicto económico entre dos o más países que implica el uso de medidas proteccionistas como aranceles, cuotas de importación, restricciones comerciales o subsidios a industrias nacionales, con el fin de proteger la economía interna de una nación. En lugar de buscar acuerdos o soluciones diplomáticas, los países involucrados recurren a políticas que restringen el libre comercio, con la esperanza de obtener ventajas económicas a corto plazo o presionar al otro país para lograr cambios políticos o comerciales.
Sin embargo, este tipo de conflicto suele generar efectos negativos para todos los involucrados. Las medidas proteccionistas tienden a aumentar los costos de los productos importados, afectando directamente a los consumidores, y suelen provocar represalias. Además, las cadenas de suministro globales resultan alteradas, especialmente cuando los países en disputa desempeñan roles clave en sectores estratégicos como la tecnología, la manufactura y la agricultura, todos ellos altamente dependientes de las importaciones.
¿Por qué Estados Unidos inicia una guerra comercial?
El objetivo declarado por el presidente Trump fue lograr que las multinacionales estadounidenses ubicadas en Asia regresaran e instalaran sus fábricas dentro del país. Para ello, impulsó una escalada arancelaria que penalizaba explícitamente los productos extranjeros, con el propósito de incentivar la producción nacional.
Aunque públicamente se presentó como una medida necesaria para proteger los intereses de los trabajadores estadounidenses y corregir desequilibrios comerciales, la guerra comercial promovida por la administración Trump parece responder también a una lógica más profunda y menos explícita. Detrás del discurso sobre justicia económica y soberanía industrial, puede interpretarse una estrategia orientada no solo a obtener concesiones comerciales, sino a reconfigurar el orden internacional. En este nuevo orden, Estados Unidos no solo recuperaría ventajas económicas, sino que reafirmaría su papel como árbitro principal de las decisiones globales.
Al imponer barreras, renegociar tratados y desafiar normas previamente aceptadas, Trump obligó a otros países a replantearse sus vínculos económicos. De forma implícita, los colocó ante una disyuntiva: resistir o adaptarse a un nuevo escenario en el que la Casa Blanca pretende convertirse en el centro gravitacional de la política económica mundial. Lo que a simple vista parece una lucha por aranceles y balanzas comerciales, podría ser en realidad un intento deliberado de condicionar la soberanía de otros Estados, canalizando sus decisiones estratégicas hacia los intereses de las corporaciones transnacionales norteamericanas.
Esto no es un gesto simbólico ni una perturbación temporal del modelo económico. El gobierno estadounidense considera que el proceso de globalización que él mismo impulsó desde los años setenta —y del cual sus multinacionales y entidades financieras se beneficiaron ampliamente— ha dejado de ser útil, y está decidido a transformarlo de forma unilateral.
A largo plazo, el objetivo es reducir el abultado déficit comercial y reindustrializar Estados Unidos. A corto plazo, sin embargo, esta política ha generado nerviosismo en los mercados, lo cual se traduce en un impacto negativo sobre el dólar y en dificultades para las empresas estadounidenses, que deben encontrar proveedores alternativos a las importaciones, ahora encarecidas. Esta situación también afecta directamente a la sociedad estadounidense. Es importante recordar que este fue uno de los compromisos de campaña de Trump, y su cumplimiento resulta crucial de cara a las elecciones legislativas de 2026, donde tradicionalmente el partido del presidente suele perder terreno.
Cabe destacar que el país que promovió la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC), que abogó por el libre comercio, y que convenció al mundo de que producir en Asia era más eficiente, hoy ha dado un giro drástico. Se ha convertido en el principal opositor de ese modelo que antes defendía con fervor.
La orden ejecutiva del 2 de abril de 2025 marca un antes y un después en la historia del comercio internacional. A partir de ahora, Estados Unidos impone aranceles “recíprocos” que igualan los que otros países aplican a sus productos. En teoría, se trata de justicia comercial; en la práctica, es una revolución proteccionista con nombre y apellido. El mensaje es claro y contundente: “Si fabricas fuera de EE. UU., lo vas a pagar caro.”
Esto revela una transformación del modelo competitivo hacia uno defensivo y frágil, que ignora la lógica de las cadenas globales de valor. En este contexto, vale la pena mencionar el caso de México, que ocupa una posición particularmente vulnerable en esta guerra comercial. México se encuentra atrapado entre dos paradigmas: por un lado, el 51% de sus exportaciones aún están protegidas por el TMEC; pero el 49% restante, aquellas que incluyen insumos asiáticos, podrían recibir un trato arancelario diferente.
Surge entonces una pregunta crucial: ¿cuál sería el tratamiento arancelario para una televisión fabricada en Tijuana con componentes coreanos y circuitos chinos? ¿Sería considerada un producto global y, por tanto, excluida de los beneficios del TMEC, por no cumplir con las reglas de origen?
Otro de los grandes perjudicados en esta guerra comercial es el sistema multilateral de comercio, representado principalmente por la OMC. Esta organización, encargada de mediar en conflictos comerciales bajo reglas acordadas, se ha visto debilitada. En su primer mandato, Trump bloqueó el nombramiento de jueces del Órgano de Apelación de la OMC, paralizando su mecanismo de resolución de controversias. Además, la retirada de Estados Unidos del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) y su escepticismo hacia otros organismos multilaterales han configurado un entorno comercial más fragmentado y polarizado.
Actualmente, la OMC sigue sin poder ejercer eficazmente su papel mediador, mientras que soluciones alternativas como acuerdos bilaterales y bloques regionales cobran protagonismo. El multilateralismo ha quedado gravemente herido, especialmente en áreas clave como la resolución de disputas y la regulación del comercio digital. En lugar de cooperar, las grandes potencias compiten agresivamente mediante políticas industriales y tratados excluyentes, generando un nuevo “orden comercial fragmentado”.
Con el debilitamiento del sistema multilateral, los países refuerzan sus vínculos regionales. La RCEP (Asociación Económica Regional Integral), que agrupa a China, Japón, Corea del Sur y varias naciones del sudeste asiático, ha ganado protagonismo como contrapeso a la influencia estadounidense en Asia. En 2025, China consolida su papel de liderazgo en este bloque, mientras que Estados Unidos, a pesar de su estrategia en el Indo-Pacífico, ha quedado parcialmente excluido de los acuerdos clave en la región.
En América Latina, el TMEC sigue siendo un acuerdo central, pero también ha generado tensiones. México ha comenzado a diversificar sus relaciones comerciales con China y países de la Unión Europea. Esta última, por su parte, ha intensificado sus esfuerzos por alcanzar una mayor autonomía económica. Aunque la relación transatlántica con Estados Unidos sigue siendo significativa, la UE busca una posición más independiente en comercio y defensa, reflejando una nueva geopolítica menos subordinada a Washington.
Al adentrarnos en 2025, la geopolítica sigue estando marcada por las secuelas de la guerra comercial iniciada por Trump. La fragmentación del comercio global ya no es una posibilidad futura, sino una característica central del presente. Potencias como China y Estados Unidos compiten ferozmente por liderar sectores tecnológicos estratégicos y controlar los mercados emergentes.
La competencia se ha trasladado también a otros ámbitos: la gobernanza del ciberespacio, la carrera espacial, el acceso a minerales críticos y la inteligencia artificial. Hoy, el comercio internacional ya no está determinado por la eficiencia económica, sino por consideraciones políticas, de seguridad nacional e ideológicas.
Luis Velásquez