Fede Durán: Políticos: la cena de los idiotas
«En la era de las necesidades específicas, cada comensal exigirá un menú diferente. Tan enamorados de su singularidad, jamás probarán el plato del otro. Lo mismo ocurre con la política»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Desde tiempos inmemoriales, la España política esquiva hábilmente la cuestión de la preparación del estamento. Para dedicarse a esto, reza la tradición, basta con enrolarse en las juventudes del partido, aprender a lamer culos y apuñalar, recitar de memoria el libreto de las consignas y estar preparado si el esperado momento del liderazgo parcial o total florece en todo su esplendor. Entonces, sólo quedará hacer acopio de fuerzas, repartir favores, blindar el porvenir económico, leer al medio amigo y tachar al medio enemigo de peligrosa maquinaria iconoclasta.
Congelada en su viscosa magnitud, la escena recuerda a una cena de los idiotas donde cada comensal ingresa en el restaurante sabiendo lo que quiere y despreciando lo que piden los demás, pues sabor no hay más que uno y el resto es puro glutamato. Así nacen, crecen e involucionan siglas habituales (PSOE, PP, PNV, ERC, CiU-Junts) o novedosas (Vox, Podemos en sus múltiples variantes, Ciudadanos) y así existe el país, atrapado en una red de incompetencias donde el único motor intelectual es el dogma, pues aspectos tan baladíes como el normal funcionamiento del suministro eléctrico, la reacción ante catástrofes naturales, la justicia entre territorios o la lealtad institucional preocupan exclusivamente a los ciudadanos, cuya única utilidad reside en el voto.
No se trata de señalar a unos para salvar a otros. La materia prima siempre es pésima. Lo demostró el catálogo de desfachateces asociado a la gestión de la DANA y lo corrobora cualquier disrupción, incluyendo la del Superapagón, donde todo un presidente del Gobierno comparece muchas horas después de desatarse el caos sin lanzar ni media explicación.
«Admitamos que una parte de la sociedad quiere dedicarse a la política para siempre. Parece hasta lógico: si un señor como ZP se forra hoy igual que se forraron Aznar o González, ¿por qué no van a poder las nuevas generaciones hacer exactamente lo mismo hasta el final de los días?»
Esta es una cuestión que debe plantearse con transparencia. Admitamos que una parte de la sociedad (de hecho una de sus capas más extractivas) quiere dedicarse a la política para siempre. Parece hasta lógico: si un señor como ZP se forra hoy igual que se forraron Aznar o González, ¿por qué no van a poder las nuevas generaciones hacer exactamente lo mismo hasta el final de los días? Es como lo de esos funcionarios que aprueban la oposición y se echan felizmente a dormir, con la diferencia de que al menos ellos apretaron los dientes, aprobaron un examen y obtuvieron una plaza según los principios del mérito y la capacidad, elementos condonados al parecer al hermano de Sánchez, feliz de que el apagón apagase la noticia de su imputación.
A cambio de esa eternidad al servicio de la gente, a cambio de sus dietas y pensiones y de sus pisos y chalets comprados con milagrosos descuentos, los políticos se verían además sometidos a una fiscalidad más dura cuyo diseño podría orquestar la ministra Montero una vez quede claro que Andalucía la regurgita a Madrid tras su fallida candidatura a la Junta. Estudiar, pagar más y, por qué no, cumplir con tediosas obligaciones como las sesiones de control, los actos de Estado, los paseíllos no siempre gustosos ante la plebe y la necesidad cuatrienal de convencer a ese indeciso que decide en las elecciones que la carne es mejor que el pescado al menos momentáneamente y por el saludable placer de perder de vista a unos y dejar que sean otros los que holgazaneen y se lucren en primer término.
Coda: podría ocurrir, como hace 2025 años, que un mesías interrumpa esta secuencia y plantee una revolución basada en la honradez, la excelencia y la limitación de mandatos. En tal caso, politólogos, votantes y casas de apuestas coincidirían en el vaticinio. Un milagro sería que semejante personaje obtuviese siquiera un par de escaños para instalarse penosamente en el grupo mixto del Congreso, donde no tardaría en aprender las peores artes del oficio.