
Son muchos cruces históricamente significativos. Hay historia de periodos breves y de periodos largos. La iglesia católica no es hija de las circunstancias sino de los muchos siglos, pero a veces las circunstancias aprietan a la historia larga y la obligan a decidir. Robert Prevost es de la orden de San Agustín; es peruano y estadounidense; matemático y teólogo; eligió el nombre de León XIV, a la vez, frente a las historias breve y larga.
Que sea el papa después de Francisco no será sencillo. Francisco fue un hombre bueno y generoso, un abogado y consolador de las víctimas, pero no un centro de convergencias doctrinales o teológicas: su papado enfrentó quebraduras y rebeldías, principalmente con los conservadores, y apoyó una sinodalidad participativa, donde todos los fieles –laicos, religiosos y clérigos– tuvieran voz y donde la participación de todos sustituyera a las estructuras jerárquicas rígidas, e incluso abordó temas como el celibato, la ordenación de mujeres y la moral sexual. Desde su primera aparición pública como papa, León XIV dijo en referencia a Francisco: “queremos ser una Iglesia sinodal”.
Que sea agustino es muy importante: junto con San Jerónimo y San Ambrosio, la iglesia católica romana tiene en San Agustín a su primer gran Padre y al más brillante defensor de la Gracia Divina: no hay virtud, inteligencia, ni bondad que alcancen por sí mismas la salvación eterna y, como la salvación no solo existe sino abunda, tenemos que reconocer que la salvación existe porque sí, porque Dios la regala a los humanos. De Agustín viene esa Iglesia de la gratitud. Pero también en la orden agustina, por cierto, surgió el gran cisma de occidente: Lutero. Quizá León XIV pueda seguir restañando esa herida ya muy vieja entre iglesias cristianas. Al menos, el diálogo y la disposición de Robert Prevost no son solo predicados sino actos repetidos en su historia. Y lo confirma en su primera alocución pública: “Debemos buscar juntos una Iglesia misionera que construya puentes y diálogo”.
Que sea peruano y estadounidense es América entera, Norte y Sur, justo en tiempos que parecen desear más fronteras, mayores exclusiones, en sentido contrario a la tendencia de las décadas anteriores, que buscaban apertura y puentes. Uno de sus primeros saludos fue para su “querida diócesis de Chiclayo en el Perú”. A estas alturas, nadie ignora que Robert Prevost es un sacerdote norteamericano, de Chicago, donde abundan las feligresías mexicana y latinoamericana y, además, de los católicos irlandeses; es decir, fieles que estuvieron, o están, en condición de migrantes. Tampoco se ignora que su relación con los católicos tradicionalistas del equipo de Donald Trump (Thiel, Bannon, Deneen, Vance) no es tersa sino tirante. ¿Qué pasaría si León XIV decidiera visitar alguno de los campos de reclusión para migrantes en vía de deportación?
Que sea matemático es no solo interesante, sino indicador de una espléndida ironía: un papa matemático, salido de una nación que se hizo superpoderosa, en buena medida gracias a las ciencias y sus aplicaciones, pero que ha desarrollado en el corazón de su gobierno una suerte de cruzada anticientífica. Y otra sonrisa: que el papa matemático genere, en algunos grupos, una mayor confianza por matemático que por papa. Y este asunto apunta a la elección onomástica.
Que sea seguidor de León XIII es muy significativo. En el ámbito intelectual, cultural, científico, el de León XIII fue un periodo osado. Aire fresco y nuevo, que urgía. Decidió que varios obispos y cardenales se dedicaran exclusivamente al estudio y la escritura (por ejemplo, John Henry Newman); abrió el Archivo Vaticano a los investigadores y fundó un centro de estudios astronómicos. Y con todo, se le recuerda como el papa que terminó los antagonismos entre el liberalismo y la Iglesia –difícil, pero indispensable convivencia en un mundo que había dejado atrás a los súbditos para abrirse a los ciudadanos, para quienes la libertad es obligatoria–; el papa que entendió la industrialización y abrió un espacio digno para los trabajadores y obreros, entre la cerrazón de Pío IX y los socialismos, acompañándose por Don Bosco en este territorio nuevo para la historia social, dividido no solo por propietarios y pobres sino por clases nuevas: obreros, empleados, asalariados, prestadores de servicios. Mucho más complejo.
Nombrarse en la línea del papa de la encíclica Rerum Novarum (que abogaba por salarios justos, derecho de organizar sindicatos, mientras rechazaba vivamente los socialismos) es una toma de posición fuerte. León XIII no fue partidario de la democracia liberal, pero dejó de combatirla. León XIV se hace a sí mismo responsable y heredero de aquellas grandes transformaciones que, además, no han permanecido estáticas. El Concilio Vaticano II y la Doctrina social de la Iglesia terminaron por asentar en la normalidad aquello que fue vanguardia, pero hoy el reto se ha multiplicado, por la velocidad de las comunicaciones, por la tendencia actual hacia el populismo y los gobiernos autoritarios, por el resurgimiento de conflictos armados. Quizá ninguno de los cardenales haya viajado pastoralmente tanto como él. Conoce de conflictos y de sus soluciones. En una de ésas, hasta pudiera iniciar un diálogo con China. Ojalá. Es de esperar, sin embargo, y dada su trayectoria, su elección onomástica y su moderado conservadurismo, que León XIV tienda a una mayor simpatía por las instituciones democráticas de la que se podía tener hace 125 años.
¿De verdad León XIV tiene la capacidad de dar nueva vida a todo esto? Y con la falta que hace. ~