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Daniel Auteuil: «Como cineasta mi objetivo es captar sentimientos»

Daniel Auteuil: “Como cineasta mi objetivo es captar sentimientos” - hoyesarte.com

 

 

Grande entre los grandes, en un país de enormes intérpretes, Daniel Auteuil no transmite autosuficiencia alguna. Ríe y contesta, contesta y sonríe desde la sencillez de quien hubiera logrado su primer papel tras haber superado el primer casting de su carrera. Está de más pormenorizar la trayectoria que lo encumbra, esa a la que añade Presunta inocencia, su quinta película como director, una cinta de notable calado de la que también es protagonista y coautor del guion.

Nacido en una familia de cantantes de ópera, Auteuil vino al mundo en Argel –por entonces colonia francesa– en enero de 1950. Desde muy pronto, escenarios y cámaras formaron parte de su vida, que comenzó a consolidarse profesionalmente cuando, con apenas veinte años y ya en París, se formó en arte dramático.

«Mi destino estaba escrito casi desde la cuna», señala, quien ha logrado respeto y reconocimiento a través de unas interpretaciones versátiles y complejas que siempre ha resuelto con la naturalidad de los maestros.

Avalan su trayectoria más de treinta papeles protagonistas en cine y otros tantos en teatro. Los premios César, los BAFTA, los de la Academia Europea de Cine o los del Festival de Cannes lo han reconocido en la categoría de mejor actor.

– Tras Enamorado de mi mujer ha tardado seis años en volver a ponerse tras la cámara. ¿Qué le impulsó a volver a dirigir?

Aunque me produce un inmenso placer, creía sinceramente que no dirigiría otra película. A no ser que me invadiera una necesidad irreprimible de narrar una historia. Ese preciso momento llegó cuando mi hija Nelly –nacida de la relación que mantuve durante una década con Emmanuelle Béart–, que coproduce la película, me dio a conocer el blog del difunto abogado Jean-Yves Moyart, que escribía bajo el seudónimo de Maître Mô.

– ¿Por qué esa necesidad irreprimible?

De inmediato me impresionaron los convincentes relatos de vida y justicia que compartió, así como su retrato de la soledad inherente a la profesión de abogado: el último aliado del acusado en medio de un mar de adversarios. Esta esencia de la profesión de abogado, transmitir lo inexpresable más allá de las formalidades, me cautivó. Al profundizar en el blog me impresionaron sus reflexiones sobre la naturaleza subjetiva de la verdad, que varía de un individuo a otro. La verdad se convierte en una convicción, algo intangible. Descubrir este blog me sumergió en las profundidades de la humanidad, con toda su fuerza y fragilidad. De ahí que me sintiera obligado a crear una película centrada en esta búsqueda de la verdad.

– Entre todos esos relatos, eligió para su película el de Nicolas Milik…

Fue así porque me dejó atónito. Mi decisión de embarcarme en este viaje cinematográfico surgió de mi deseo de ahondar en la psique de ese individuo acusado. A través de Milik me alineo con los privados de voz, convertidos instantáneamente en vulnerables. Y, a través de él, junto a un abogado cuya voz es su principal herramienta, Presunción de inocencia se convierte en una narración que ahonda en el núcleo de la experiencia humana.

– ¿Cuál fue su principal objetivo al embarcarse en el proyecto?

Retratar una narrativa arraigada en la vida provinciana, reflejando con rigor un blog que no relata las hazañas de un prominente abogado parisino o de un alto cargo de la administración pública. El caso Milik encarna la esencia de un crimen cotidiano, trágicamente común. La película trata de describir la banalidad inherente a los procesos judiciales, en los que los jurados suelen dictar sentencia basándose en escasas certezas. A partir de esta premisa, me propuse cultivar una película de género centrada en la investigación psicológica emprendida por un abogado, inspirándome en el ambiente de los tribunales en las películas y los relatos del Oeste.

– Para Jean Monier, el abogado protagonista, el nuevo juicio supone retomar un tipo de casos que ya no lleva tras lograr la absolución de un sujeto que después ha seguido delinquiendo. ¿Qué o quién provoca ese cambio?

Sí, el abogado es un hombre marcado por un trauma. Encarna la fragilidad, pero se aferra a la esperanza en su profesión. Al principio, el caso Milik le sirve para reafirmar esta esperanza, aunque no está dispuesto a reinventarse. No tiene ninguna intención de hacerlo, y se limita a asistir a la primera reunión como un favor a su exmujer, que inicialmente ocupaba el cargo de abogada de oficio antes de cederle el testigo.

– Sin embargo, opta por defender él mismo a Milik…

Hay una cualidad inefable en este hombre, aparentemente infantil, acusado de asesinato conyugal, que resuena en el abogado. Percibe el inminente peso aplastante del juicio que se cierne sobre Milik. Impulsado por su duradera fe en su profesión, Monier se embarca en este arduo viaje, desprovisto de cualquier perspectiva de gloria o titulares. Por el contrario, simboliza una reconciliación, una recuperación de la fe en sí mismo y en su profesión. El retrato de Monier resuena en mí. A pesar de su dilatada experiencia, lucha con la incertidumbre, reflejando la perpetua búsqueda de la verdad inherente a mi profesión de actor. A pesar de las presiones externas, se esfuerza por salvar a un hombre que no busca necesariamente la salvación, un acto que recuerda la afirmación de Lacan de que «amar es dar algo que no se tiene a alguien que no lo quiere».

 

 

 

 

– ¿Siempre quiso encarnar al personaje de Jean Monier?

Absolutamente, sin dudarlo. A pesar de mi papel de director, mi atención no se centraba en mí mismo, sino en el conjunto. Desde el principio de los ensayos, transmití mi visión, mi intención de cultivar un ambiente tenso en cada escena del tribunal, evitando el espectáculo en favor de la humanidad, la vulnerabilidad y la duda.

– ¿Cómo se preparó para la película?

Tuve el privilegio de asistir a un juicio a puerta cerrada que reflejaba un relato similar, y me impresionó la sensación de temor que impregnaba el proceso. Intenté transmitir con autenticidad esa atmósfera, subrayando la ausencia de pruebas concluyentes o de motivos claros que suele haber en esos juicios.

– ¿Por qué eligió a Grégory Gadebois para encarnar al acusado Milik?

Fue una elección instintiva. Él refleja de manera soberbia la personalidad de Milik: de fragilidad adulta e inocencia infantil. Encarna a un coloso frágil, ignorado por la sociedad, y que durante tres años va a codearse con un tipo que, por fin, va a interesarse por él. Un tipo al que contará una historia y al que este abogado creerá sin dudarlo, aunque en realidad solo sea su verdad, no la verdad, que se supone que el juicio debe sacar a la luz.

– ¿Y el resto del elenco, en el que se mezclan intérpretes de cine y teatro?

Sidse Babett Knudsen interpreta a la exmujer de Monier, también abogada. Sidse posee un talento poco común para transmitir profundidad en un tiempo mínimo en pantalla. Le encargué que impregnara cada escena con las complejidades de la dinámica pasada y presente de la pareja, un reto que aceptó con una humanidad y espontaneidad sin parangón. En principio, el papel puede parecer pequeño, pero lo que hace con él es enorme.

Veo el personaje del fiscal como, unos años más tarde, el del estudiante de Derecho de Una razón brillante. Recurrí a Alice Belaïdi porque había visto de cerca su enorme potencial, al haber trabajado con ella en El nuevo juguete, pero también a nivel más personal, porque, como yo, empezó en el Théâtre du Chêne Noir. También había actuado con Isabelle Candelier y Jean-Noël Brouté, que hizo de mi hermano en Los amores de una mujer francesa. En Aventuras de un bribón, Isabelle hizo de Zerbinette, un papel casi imposible en el que tenía que mantener un ataque de risa durante quince minutos, y en el que estaba prodigiosa. Siempre he pensado que los actores acostumbrados a interpretar papeles cómicos suelen tener la capacidad de aportar un toque extra de humanidad. Suliane Brahim y mi hija Aurore también poseen ese talento. Como también lo tiene Florence Janas, a quien descubrí a través del casting, un ejercicio en el que no me siento muy cómodo, ya que yo mismo, como actor, lo he hecho muy poco.

– ¿Cómo enfoca la dirección a la hora de trabajar con actores?

Dirigí los ensayos centrándome principalmente en las escenas del juicio, con el objetivo de cultivar una tensión palpable en la que cada palabra y cada gesto tuvieran significado; en la que cada intención tuviera que ser sentida profundamente para que nunca estuviéramos hablando por hablar. Para conseguirlo, dirijo a mis actores de una manera muy musical. Y todo empieza conmigo, porque estoy jugando con ellos, en medio de ellos. Estar en el centro de las cosas me da una mejor idea de lo que está pasando.

– ¿Cómo ideó las imágenes sobre el juicio y el ambiente de la sala?

El director de fotografía, Jean-François Hensgens, asistió conmigo al juicio que he mencionado antes. La idea era, sin caer en el documental, encontrar la manera de llegar al corazón de los personajes, de percibir y sentir el más mínimo temblor. Teníamos que acercarnos lo más posible a algo que nos quema, que nos perturba, que molesta. A través de la ficción, teníamos que encontrar la manera de estar atentos a la más mínima mirada, a los silencios que lo dicen todo. La idea central era captar los sentimientos. Por eso también pedí a mis actores que hablaran en todo momento con los miembros del jurado, no con el público que asistía al juicio ni con los representantes de la justicia.

– Esa tensión que menciona también se construye en el proceso de montaje. ¿Es fiel la película al guion inicial en el que usted ha participado?

Sí, muy fiel. Básicamente, esta parte fue extremadamente fácil gracias a la contribución esencial de la maravillosa Valérie Deseine. Éramos como dos mitades del mismo cerebro. Sentíamos las mismas cosas todo el tiempo. Era asombroso ver hasta qué punto ella estaba en mi cabeza. En cualquier caso, era esencial permitir que ciertas escenas se alargaran durante un tiempo, para que la sensación de malestar o de humanidad pudiera expresarse plenamente. También quiero resaltar el trabajo del músico Gaspar Claus. La música de cine es algo curioso: no debe estar por encima o por debajo de la emoción. Tiene que sentirla.

– Hablando de sentimientos, ¿qué ha sentido al estar acompañado en la producción por una de sus hijas y dirigir a otra?

Para ser sincero, temía no estar a la altura de las expectativas de Nelly, ya que era su primera película como productora. Soy una persona que duda mucho y, al mismo tiempo, va a por todas. Este doble impulso aparentemente contradictorio es vital para mí. Y por eso trabajo tanto. En cuanto a Aurore, su cruda profundidad emocional sobre el escenario me inspiró para mostrar una faceta diferente de su talento en la pantalla.


A lo largo de esta conversación, facilitada con motivo de la presentación del filme, un Daniel Auteuil satisfecho –que no vanidoso– se muestra especialmente compensado por el esfuerzo realizado al levantar Presunción de inocencia: «En comparación con otros proyectos, influye el hecho de que yo también la escribí. La vida tiene una forma de dar vueltas, de reavivar pasiones que uno creía desvanecidas. Probablemente sea porque, en el fondo, no he renunciado a nada y siempre estoy dispuesto a vivir mis sueños. De hecho, creo que escribir canciones me dio la liberación catártica que necesitaba para empezar a escribir una película. ¡Y no hay edad para desbloquearse!».

Por eso, entre risas, afirma sentirse listo para un nuevo reto: «Estoy buscando activamente un tema, una idea… la máquina vuelve a funcionar».

 

 

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