Cuba arrastra desde hace décadas un pesado lastre de deuda externa acumulada bajo el régimen castrista. A pesar de repetidas renegociaciones y quitas, el pequeño tamaño de la economía cubana, combinado con la ausencia de reformas profundas, ha impedido que estas reestructuraciones logren estabilizar la situación financiera del país. En esta serie de dos artículos analizaremos primero el diagnóstico del problema –por qué la deuda de Cuba se ha vuelto insostenible y qué falló en las reestructuraciones previas– y luego exploraremos posibles soluciones –desde medidas internas hasta apoyos internacionales– para “limpiar” esas deudas y darle al país un nuevo comienzo económico.
El peso de la deuda en una economía pequeña y estancada: una economía de tamaño reducido y poco dinamismo
Cuba es una economía relativamente pequeña en el contexto global y regional. Su Producto Interno Bruto (PIB) anual ronda apenas los 80.000 mil millones de dólares, similar al de países de tamaño medio en América Latina y muy por debajo de potencias económicas continentales. Este pequeño tamaño del PIB implica una base productiva limitada y un volumen de ingresos modesto en comparación con sus obligaciones financieras internacionales. Además, el crecimiento económico cubano ha sido anémico en las últimas décadas, de alrededor del 2 por ciento del PIB, y llegó a contraerse en años recientes (por ejemplo, -10.9% en 2020, una de las peores caídas de la región).
La condición de economía pequeña y abierta conlleva vulnerabilidades estructurales. El economista caribeño DeLisle Worrell, en su obra Development and Stabilization in Small Open Economies, destaca que las economías pequeñas carecen de la escala y diversificación productiva de las grandes, lo que las hace altamente dependientes de importaciones y susceptibles a shocks externos. En tales economías, las fuentes de divisas suelen concentrarse en unos pocos sectores (por ejemplo, el turismo o una exportación primaria), limitando la capacidad de generar ingresos suficientes para pagar deuda externa si esos sectores enfrentan dificultades. Sin reformas que aumenten la productividad y diversifiquen la economía, el crecimiento de un país pequeño como Cuba tiende a ser bajo, dificultando la acumulación de reservas o excedentes comerciales para cumplir con sus acreedores internacionales.
A diferencia de economías más grandes, Cuba no puede devaluar su moneda o expandir significativamente su mercado interno para impulsar el crecimiento sin importar el contexto externo. Worrell señala que en países de reducido tamaño el desempeño económico no guarda la misma relación con la tasa de cambio que en economías mayores, porque hay realidades estructurales más determinantes. En otras palabras, las herramientas convencionales de política macroeconómica tienen eficacia limitada si la capacidad productiva intrínseca del país es baja. Esto es especialmente relevante en Cuba, donde por décadas ha prevalecido un modelo estatizado y poco eficiente, con baja productividad y escasa inversión extranjera.
En definitiva, Cuba se enfrenta a el problema de un PIB modesto, una economía poco diversificada y bajo crecimiento. Este trasfondo económico sienta la base para entender por qué la carga de la deuda –aunque en términos brutos no lo pareciera— resulta abrumadora en la práctica. Un país con escasa generación de riqueza y de divisas difícilmente puede destinar recursos significativos al servicio de su deuda sin sacrificar importaciones esenciales o inversión productiva, creando un círculo vicioso de estancamiento.
Orígenes del endeudamiento: deuda “impagable” desde los años 80
El endeudamiento externo de Cuba se remonta a los tiempos de la Guerra Fría y ha estado ligado tanto a decisiones económicas como políticas. A fines de los años 1970 y 1980, Cuba acumuló deudas significativas con sus socios comerciales, incluyendo la Unión Soviética y países occidentales, en parte para financiar importaciones y proyectos nacionales en medio de la escasez de divisas. Sin embargo, hacia finales de los 80 la situación se tornó insostenible. En 1985, Fidel Castro declaró públicamente que Cuba suspendería el pago de su deuda externa, alineándose con la idea de que la deuda de los países latinoamericanos era impagable y de origen injusto. Desde entonces, Cuba entró en default (incumplimiento) sobre gran parte de sus obligaciones internacionales.
Este “default permanente” durante décadas convirtió a Cuba en un paria financiero: el país dejó de recibir nuevos créditos comerciales importantes, acumuló intereses y penalidades, y tuvo que depender de apoyos puntuales (principalmente de la URSS hasta 1991) o de esquemas compensatorios (trueques de azúcar por petróleo, envío de médicos a cambio de bienes, etc.). Para Cuba, la deuda externa llegó a ser vista más como un problema político que financiero, argumentando sus líderes que pagarla significaría un sacrificio inaceptable para el pueblo. No obstante, la consecuencia práctica fue el aislamiento financiero y la acumulación de pasivos impagados.
Con el colapso soviético en 1991, Cuba perdió su principal apoyo económico y se profundizó la crisis conocida como el Período Especial. Aunque en los años posteriores el país logró cierta estabilización parcial y pequeños incrementos en exportaciones (especialmente de servicios médicos y turismo), la herencia de deuda seguía latente. Buena parte de las deudas de Cuba eran con gobiernos o bancos de países que eventualmente condicionarían cualquier normalización financiera a algún tipo de reestructuración o alivio.
Para tener idea de la magnitud histórica: la deuda de Cuba con la extinta URSS llegó a unos 16.000 millones de dólares hacia 1989 (valor calculado según tasas de cambio favorables a Cuba). En décadas posteriores, esos adeudos con Rusia (como sucesora de la URSS) se negociaron y capitalizaron, ascendiendo incluso a alrededor de 30.000 millones de dólares en 2012 debido a intereses acumulados. Esto hacía de Cuba uno de los países más endeudados de América Latina en términos absolutos, pese a su pequeña economía.
Reestructuraciones de deuda: quitas masivas, resultados limitados
A partir de la década de 2010, Cuba emprendió una serie de negociaciones de deuda con sus acreedores extranjeros para tratar de normalizar su situación financiera. El gobierno de Raúl Castro (2008-2018), en busca de mejorar la solvencia internacional de la Isla, logró convenios notables de reestructuración y condonación de deuda bilateral. Entre los más importantes destacan:
- Rusia (2014): Moscú condonó un 90% de la vieja deuda soviética de Cuba, aproximadamente unos 29.000 millones de dólares, quedando Cuba obligada a pagar solo el 10% restante (unos 3.000 millones) en plazos a largo plazo. Esta fue una de las mayores quitas de deuda pública jamás registradas, reflejando la voluntad política de Rusia de aliviar a su aliado caribeño.
- China: también en años recientes, China perdonó alrededor de 2.800 millones de dólares, equivalentes al 47% de la deuda de Cuba con Beijing (estimada en unos 6.000 millones). Adicionalmente, China ha otorgado nuevos créditos en condiciones favorables, aunque exigiendo cierta disciplina en pagos.
- México: 3n 2013, México condonó cerca del 70% de una deuda de 487 millones de dólares, dejando a Cuba pagar solo unos 146 millones.
- Club de París (acreedores oficiales occidentales): en diciembre de 2015, Cuba alcanzó un acuerdo histórico con 14 países del Club de París para reestructurar 11.100 millones de dólares en deuda atrasada. El pacto implicó perdonar la totalidad de los intereses y cargos por demora (unos 8.500 millones) y dejar 2.600 millones de capital a reembolsar en un calendario de 18 años (hasta 2033). Los pagos se estructuraron de forma creciente: por ejemplo, Cuba abonó 40 millones en 2016, 60 millones en 2017 y 70 millones en 2018, con montos crecientes en años posteriores. La tasa de interés pactada comenzaba en un 1,5% anual inicial e iba elevándose hasta casi 9% hacia el final del periodo, condicionando el éxito del acuerdo a que la economía cubana creciera lo suficiente para soportar esa carga creciente. Además, se incluyó una cláusula de penalización: cualquier impago futuro activaría un interés punitivo del 9%. El acuerdo también abría la puerta a swaps de deuda por inversión en Cuba; países como España y Francia canjearon parte de lo adeudado (unos 70 millones en total) por participación en proyectos de desarrollo en la Isla.
Estas reestructuraciones, sumadas a otras más pequeñas (por ejemplo, con Japón se perdonó el 80% de deuda bancaria comercial), redujeron drásticamente el stock oficial de la deuda externa reconocida. Tras la condonación del Club de París, Economist Intelligence Unit estimó en 2017 que la relación deuda/PIB de Cuba bajó al 31,6%, por debajo del promedio latinoamericano del 40%. En apariencia, Cuba había logrado situar su deuda en niveles manejables: el servicio anual de la deuda rondaría apenas un 2% del PIB, cifra que las autoridades cubanas supuestamente podrían afrontar.
Sin embargo, la historia posterior mostró otra realidad. El alivio de deuda no se tradujo en una capacidad sostenible de pago. Entre 2015 y 2018 Cuba efectivamente cumplió con los pagos acordados de la renegociación (según declaraciones del vicepresidente cubano Ricardo Cabrisas), lo que mejoró temporalmente la credibilidad financiera del país. Pero esa mejoría fue efímera. Ya en 2019 el Gobierno empezó a mostrar dificultades para pagar incluso las cuotas reducidas pactadas: ese año no pudieron cumplir la totalidad de los pagos comprometidos. En 2020, golpeada además por la pandemia de COVID-19, Cuba se declaró incapaz de atender sus obligaciones y solicitó al Club de París un período de gracia de dos años. Los acreedores solo concedieron una moratoria de un año (posponiendo pagos de 2020) a cambio de un compromiso de renegociar. En 2021 se acordó postergar también los pagos de 2021 y 2022 dado el impacto de la pandemia en el turismo cubano, extendiendo de facto el plazo hasta 2022.
Al finalizar 2022, tras varios impagos, la deuda de Cuba con el Club de París aún alcanzaba 4.620 millones de dólares pendientes. Se estima que es la segunda deuda soberana más alta de América Latina y el Caribe, solo superada por la de Venezuela. Ello refleja que, pese a las quitas y aplazamientos, el monto adeudado volvió a crecer por intereses atrasados y nuevos impagos. De hecho, Cuba ha tenido que renegociar dos veces en ocho años el acuerdo con el Club de París, evidenciando el fracaso de la reestructuración original en solucionar el problema de fondo. Otros pasivos también quedaron en el aire: por ejemplo, Cuba nunca terminó de pagar unos 682 millones a Brasil (créditos para proyectos como el puerto de Mariel), intentando sin éxito otra reestructuración; asimismo, sigue pendiente una onerosa deuda histórica con Argentina (cercana a 8.000 millones) que permanece en negociación. Incluso existe un llamado “Club de Londres” de acreedores privados reclamando aproximadamente 1.400 millones en deuda comercial impagada de los años 80, los cuales han iniciado litigios al no lograr acuerdo similar al del Club de París.
¿Por qué fracasaron estas reestructuraciones, a pesar de las aparentemente generosas condiciones otorgadas a Cuba? La respuesta nos lleva de nuevo a la estructura de la economía cubana. Los acuerdos asumían que, con algo de alivio y tiempo, Cuba podría crecer y generar suficientes recursos para pagar el remanente. Pero ese crecimiento no ocurrió. Como señala el Economist Intelligence Unit en 2017, una de las vulnerabilidades es que la ratio deuda/exportaciones de Cuba (por encima del 20%) se encuentra por encima del promedio regional. Es decir, la capacidad exportadora del país –fuente clave de divisas para pagar deuda– es limitada. La solvencia cubana depende en buena medida de cambios estructurales. En otras palabras, sin reformas internas y sin integración financiera, incluso una deuda reducida sería difícil de sostener.
Un exministro de Economía cubano, José Luis Rodríguez, reconoció que no se lograron crear mecanismos para hacer sostenible el pago de la deuda externa, aun después de los alivios obtenidos. Rodríguez aportaba un dato revelador: entre 2015 y 2018 Cuba tuvo un servicio anual de deuda promedio de 2.500 millones de dólares, cantidad que ni siquiera era cubierto por el saldo de la balanza comercial de esos años. En otras palabras, la economía cubana no generaba suficiente excedente comercial ni ahorro interno para pagar sus compromisos externos, ni siquiera reducidos. Para cumplir, Cuba tuvo que recortar importaciones esenciales (insumos productivos, alimentos, combustibles) durante esos años, lo cual a su vez impactó de forma negativa a la producción y al consumo interno. Este es un círculo vicioso típico: el país recorta importaciones para pagar deuda, pero al hacerlo asfixia su economía, provoca más escasez y limita el crecimiento futuro, lo que eventualmente le impide seguir pagando. Finalmente, ante la falta de divisas, Cuba volvió a caer en impago – exactamente lo que los acreedores querían evitar.
En resumen, las reestructuraciones de deuda de Cuba no han funcionado a largo plazo porque no han atacado la raíz del problema económico. Si bien aliviaron el peso nominal de la deuda, el país siguió sin crecer de manera sostenible y sin introducir reformas que aumentasen la productividad y las exportaciones. La pequeñez y rigidez de la economía cubana impidieron aprovechar la “segunda oportunidad” que han brindado estas quitas. El resultado ha sido la persistencia de una deuda impagable –“eterna”, como rezaba irónicamente un juego de mesa cubano de los 80 llamado Deuda Eterna– que hoy sigue limitando las perspectivas de desarrollo de la Isla.
Al entender este diagnóstico, queda claro que “limpiar las deudas del castrismo” requiere más que perdonarlas o patear el canje hacia adelante. Sin un cambio estructural, cualquier alivio será temporal. En el próximo artículo, exploraremos qué soluciones integrales podrían sacar a Cuba de este laberinto de deudas, examinando tanto las reformas internas necesarias como el posible apoyo externo que podría facilitar un nuevo comienzo financiero para el país.