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Nelson Chitty La Roche: Sobre Legalidad y Legitimidad. Notas sobre la dicotomía en la Venezuela de hoy (2)

Legitimidad y legalidad | Mónada Republicana

 

“Dejemos de hablar de la “crisis.” Quedémonos más bien en los diagnósticos de los «eruditos» y «especialistas», en los «conceptos que surgen del derecho público».

Carl Schmitt citado por Augustin Simard, presentando la traducción del alemán al francés del texto Légalité et légitimité (1932). Les Presses de l’Université de Montréal, 2015

La polémica sobre “Legalidad y legitimidad” pudiéramos pensar que acompañó siempre al poder. Determinarlo fue, en cada momento histórico, la categorización de la ontología del susodicho. No obstante, otra dinámica se cumple en torno a la fuente racional de la legitimidad del poder y sus complejidades, me refiero al poder personal como etapa de su desarrollo propiamente o, a aquella otra relativa al desarrollo y posicionamiento de la institución que el encarnaría. La Corona o el rey, en otras palabras.

Otro cruce constante se verifica cuando leemos a Weber o al mismísimo Carl Schmitt, siendo que nos encontramos, ora al jurista, ora al politólogo o al sociólogo. Ciencias sociales todas, se entremezclan en sus abordajes entre lo específico y lo común.

Empero, hay que ir más profundo; la intención como propósito del analista, acaba por sesgar y dialectizarlo todo. Incluso el examen que concluye muta cuando será menester y así vemos que el decisionismo de Schmitt en Teología Política, 1920, se reformula en Legalidad y Legitimidad en 1932. Al instante, Carl Schmitt está por inscribirse en el partido nacional socialista y deviene de seguidas en un intelectual orgánico para el nazismo, como diría Gramsci.

A menudo recuerdo una frase reveladora de lo que intento decir; se le atribuye a Luis Napoleón y reza como sigue, “A veces hay que salir de la legalidad para valorizar el derecho.” Cabe entonces afinar entre conceptos que, si bien se relacionan y complementan por vocación o a ratos, también pueden dar lugar a colisiones y su resultado es siempre fenomenológico.

Las revoluciones suelen venir “a por la legalidad”, a nombre de la legitimidad. La profunda revisión del orden legal e institucional que conlleva el esfuerzo de un cambio mayor supone una sustitución total como objetivo y se sustenta en un giro radical de representaciones, valoraciones, principios, ideas, creencias y moral.

El asunto, sin embargo, no se queda en ese dibujo. Las revoluciones son protagonizadas frecuentemente por las élites y arrastran eventualmente con ellas a las multitudes, pero, si desean darle al movimiento sostenibilidad, deben saber endosarles la emoción y el avío ideológico que entraña ese cataclismo. La auténtica, la genuina, la hace el soberano y así se creen las élites y las masas, aunque a la postre no se confirme. Ya afirmo Montesquieu “La voluntad del soberano es el soberano mismo.”

Ni la política ni la historia son ciencias exactas. La legalidad será eventualmente legítima o acaso, de no serlo, soliviantará los espíritus, quebrantando su base, y comprometerá así su consensualidad. Toda revolución entonces es una procura existencial que se pretende legítima y puede llegar a serlo o, como pasó muchas veces, fracasar en el arresto.

Habrá crisis cuando no haya comparecencia entre la legalidad y la legitimidad. Hay circunstancias en que la legalidad está vacía de credibilidad y aquiescencia y se sostiene por la violencia y en paralelo, el factum nutre la legalidad si la legitimidad se lo permite.

El liderazgo no se explica siempre en la armonía entre legitimidad y legalidad. En ocasiones el carisma, el discurso, la figura en la coyuntura opera como un remolino que lo reúne todo en su fundamento. El llamado Tercer Reich englutió en sus fauces el espectro institucional, legal, espiritual, normativo, conceptual de la nación germánica y la hizo, conscientemente a ratos e inconscientemente también, militar en su negación al tiempo que se afirmó con todas sus fuerzas en sí misma.

Traigo una cita desde las letras de Montesquieu, que pudiera lucir de Weber, “la autoridad del don de gracia extraordinario y personal (carisma), la devoción absolutamente personal y la confianza personal en la revelación, el heroísmo, u otras cualidades de predominio individual. Esta es la dominación ‘carismática’, tal como la ejerce el profeta o –en el campo de la política, el gran demagogo, o el jefe de un partido político. (“El espíritu de las leyes “y citada por J. – J. Chevallier en: “Los grandes textos políticos desde Montesquieu hasta nuestros días.

La semana próxima, Dios mediante, entera ya la reflexión, nos centraremos en la Venezuela que, por cierto, siempre me sigue pareciendo una aprendiz reprobada de república.

Nelson Chitty La Roche, @nchittylaroche, nchittylaroche@hotmail.com

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