Tecnología y libertad en Cuba: cuando los estudiantes nos recuerdan lo esencial
Una huelga universitaria por el derecho al internet no habría durado ni 30 minutos en Managua. Lo que ocurra ahora en Cuba marcará un precedente
Fotografía de archivo de dos hombres se conectados a internet con sus teléfonos celulares en La Habana (Cuba). EFE/Ernesto Mastrascusa
Esta semana concluyó el AI+ Expo 2025 en Washington, un espacio clave donde el World Liberty Congress Academy organizó dos eventos dedicados a una de las tensiones más decisivas de nuestro tiempo: el papel dual de la tecnología en el siglo XXI—como herramienta de control para las dictaduras, o como aliada estratégica de la resistencia ciudadana.
Mientras en Washington debatíamos sobre vigilancia algorítmica, represión financiera y herramientas digitales de resiliencia, en La Habana surgía un eco inesperado pero profundamente elocuente: estudiantes universitarios cubanos iniciaban una huelga general contra el alza del precio del internet, impuesto por el monopolio estatal ETECSA. Lo que en principio fue una queja sobre tarifas, rápidamente se transformó en una denuncia más profunda: el derecho a conectarse, a expresarse, a organizarse y a participar en una comunidad digital libre.
Este acto de rebeldía no surgió de la nada. Tiene raíces en una tradición más amplia de activismo digital cubano que ya había sembrado sus semillas años atrás. Voces como la de Yoani Sánchez, que desde su blog desafió el cerco informativo del régimen, inspiraron a una generación entera a ver la tecnología como una herramienta para pensar en libertad y actuar con dignidad.
Recuerdo con claridad que, en 2012, desde la Fundación para la Libertad de Nicaragua, enviamos a Cuba nuestro primer proyecto internacional: teléfonos, memorias USB y laptops. Fue un gesto sencillo, pero profundamente simbólico. Creíamos —y lo seguimos creyendo— que el acceso a la información es el primer acto de libertad.
Lo que hoy sucede en Cuba también nos remite a otra experiencia: la insurrección cívica de abril de 2018 en Nicaragua. Aunque pocas veces se dice con claridad, el poder de esa movilización ciudadana también tuvo raíces tecnológicas. Durante años, iniciativas como el Movimiento por Nicaragua, Nicaragua 2.0, OcupaInss, Misión Bosawás, y el Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas (IEEPP) con sus proyectos como COINCIDE e INNOVA, apostaron por una alfabetización digital que conectara a los ciudadanos no solo entre ellos, sino con el mundo.
Gracias a esas redes, a esos aprendizajes y a ese ecosistema, la protesta de 2018 no solo tomó las calles, sino también las pantallas del mundo entero. Ese “alfabetismo digital”, aprendido bajo censura y represión, fue clave para que la indignación nicaragüense resonara más allá de sus fronteras.
Los regímenes autoritarios lo han entendido perfectamente. Por eso invierten sin límites en tecnologías de control. En Nicaragua, el sistema ruso de vigilancia masiva SORM fue instalado directamente en las oficinas de Fidel Moreno, operador político del régimen, y coordinado con Telcor para interceptar comunicaciones sin necesidad de orden judicial. En China, los uigures son rastreados mediante cámaras con reconocimiento facial, y perseguidos únicamente por su etnia. En Irán, las mujeres sin velo son multadas o arrestadas tras ser detectadas por algoritmos de visión artificial que las identifican en espacios públicos.
En el AI+ Expo, Berta Valle, cofundadora del World Liberty Congress, explicó con contundencia cómo en contextos de represión financiera, herramientas como Bitcoin están permitiendo que organizaciones prodemocráticas sigan operando aun cuando sus cuentas son congeladas o sus fondos bloqueados. En el WLC Academy, a través del programa Tech for Freedom, acompañamos a activistas de más de 50 países que enfrentan realidades similares. Les enseñamos a proteger sus comunicaciones, esquivar bloqueos digitales y convertir la tecnología en una herramienta para defender la libertad, no para resignarse al miedo.
Por eso, cuando vemos a los estudiantes cubanos levantar la voz desde sus propias universidades, sabemos que no están solos. Son parte de una cadena histórica de innovación cívica y tecnológica que comenzó con los primeros blogs, continuó con los teléfonos compartidos clandestinamente, y hoy se expresa en nuevas formas de organización que los regímenes no pueden controlar.
Una huelga universitaria por el derecho al internet no habría durado ni 30 minutos en Managua. Lo que ocurra ahora en Cuba marcará un precedente para toda la región. Y aunque el régimen pueda cortar la señal, no podrá apagar el mensaje.
Desde la Fundación para la Libertad de Nicaragua y el World Liberty Congress, reafirmamos nuestra solidaridad total con los estudiantes cubanos. Su protesta no es solo por el precio del internet, sino contra un sistema que regula el acceso al conocimiento como si fuera una amenaza.
Los dictadores usan la tecnología para censurar. Nosotros la usamos para construir libertad.
Y hoy, más que nunca, hay que decirlo sin miedo: la tecnología no le pertenece al poder. Le pertenece a la dignidad humana.
Durante el AI+ Expo, el pastor evangélico cubano y miembro del World Liberty Congress, Mario Félix Lleonart, subió al escenario con un viejo teléfono Nokia que había traído desde Cuba. Lo mostró en alto y contó, con voz firme, cómo aquel sencillo dispositivo le salvó la vida. Fue gracias a ese teléfono —y a haber aprendido a conectarse con el mundo— que logró denunciar la persecución que sufría por su fe y por sus ideas. Fue con ese teléfono que nació su blog Cubanoconfesante.com, uno de los primeros espacios digitales que visibilizó la represión contra la libertad religiosa en la isla.
Ese testimonio es un recordatorio de lo esencial: la tecnología, cuando se pone al servicio de la verdad, puede abrir grietas incluso en los muros más cerrados.