Ricardo Dudda: Agotamiento ciudadano
«El Gobierno español sigue haciendo luz de gas a la ciudadanía, intentando ocultar los escándalos, pero empieza a darse cuenta de que no funciona»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Ilustración de Alejandra Svriz
Todas las semanas son la semana negra del Gobierno. Desde hace meses, la sensación de fin de ciclo se agudiza, y, sin embargo, de alguna manera el Gobierno lleva años sobreviviendo así, con la respiración asistida de sus socios chantajistas, tirando la pelota hacia adelante, poniendo parches, sin un rumbo claro pero sí la intención de permanecer en el poder a toda costa. El presidente no tiene por qué dimitir; tampoco tiene por qué convocar elecciones (esta semana dijo en la Conferencia de Presidentes que serían en 2027, cuando toca). No hay nada que le obligue a hacerlo. Si no ha tomado ninguna decisión al respecto es simplemente porque no ha encontrado una manera de que le beneficie.
Hace un año, cuando Sánchez escribió su infame carta la ciudadanía, hubo analistas ingenuos que pensaban que realmente era un gesto genuino de un hombre cansado, herido en sus sentimientos, que daba un golpe en la mesa. Quizá era una sobrerreacción, pensaban, pero no era un cálculo. Rápidamente, se vio lo equivocados que estaban. Era una manipulación chabacana y ruin, un gesto de un líder endiosado y cada vez más autoritario que buscaba neutralizar las causas judiciales que comenzaban a rodearle. Y era el principio de lo que estamos viendo hoy. Es decir, en él no hay gesto inocente, guiado por sus convicciones. Es todo cálculo. Y el cálculo le puede salir mal, claro. Pero está siempre ahí.
«Ante la oleada de escándalos, el intento de ocultación ya no funciona. Entonces el Gobierno está en modo trumpista»
Ante la oleada de escándalos, el intento de ocultación ya no funciona. Entonces el Gobierno está en modo trumpista. El periodista del New York Times Ezra Klein escribió recientemente, a propósito del avión de lujo que regaló el Gobierno de Qatar al presidente estadounidense, que «con Trump nunca hay un encubrimiento». La corrupción se produce a la luz del día, y el presidente la neutraliza precisamente así: no hay nada que ocultar. El Gobierno español sigue haciendo luz de gas a la ciudadanía, intentando ocultar los escándalos, pero empieza a darse cuenta de que no funciona. Entonces se vuelve aún más cínico y perezoso. Uno escucha a los propagandistas del Gobierno y al equipo de opinión sincronizada y se da cuenta de su falta de convicción. Repiten la chatarra retórica del Gobierno como autómatas, porque es lo que toca.
Durante un tiempo, la saturación ayudó a Sánchez. Era su principal aliada: las polémicas se taparían unas a otras, el ciclo histérico mediático nos ayudaría a olvidar rápidamente las cosas. Pero ahora esa saturación se ha vuelto una bola, un mazacote constante y omnipresente. Otro aliado del Gobierno era la frivolización mediática: los escándalos se veían más como una película de Berlanga o un sketch cañí que como corrupción grave. Es fácil ver la escenita de la rueda de prensa de la fontanera Leire Díaz, el espontáneo Aldama y el protector Pérez Dolset como una película de serie B. Pero me da la sensación de que después de los memes, los chistes, los compartidos de WhatsApp y el sarcasmo a todos se nos quita la sonrisa de la cara cuando pensamos en lo que realmente significa todo esto. El agotamiento no es solo institucional o gubernamental, es sobre todo ciudadano.