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Luciano Zaccara: Irán en la encrucijada, entre resiliencia y aislamiento

Luciano Zaccara | Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos

 

La guerra en Gaza y sus derivaciones regionales han transformado de manera radical el equilibrio geopolítico en Oriente Medio, colocando a Irán en una posición de creciente vulnerabilidad. En un corto lapso, Teherán ha pasado de cosechar importantes éxitos diplomáticos a enfrentar un entorno regional hostil, una presión militar creciente y un aislamiento estratégico potenciado por la reelección de Donald Trump. Este artículo analiza el deterioro de la proyección regional iraní, los errores de cálculo en su estrategia disuasiva y las limitadas opciones que enfrenta hoy para preservar su rol como potencia regional en un contexto desfavorable.

De logros diplomáticos al desgaste estratégico

¿Quién habría imaginado antes del 7 de octubre de 2023 que, a comienzos de 2025, Irán estaría gobernado por un presidente reformista, que habría lanzado más de 600 misiles balísticos y de crucero contra territorio israelí, que Hamás estaría prácticamente desmantelado en el plano militar con la mayoría de sus líderes eliminados, que Hezbolá habría sufrido un duro golpe militar y estructural con la muerte de Hasán Nasralá, que el régimen de Bashar al Assad habría colapsado en menos de una semana de rápida ofensiva islamista tras 14 años de resiliencia, y que Trump habría propuesto apropiarse de Gaza para construir un complejo turístico, llegando incluso a enviar una carta a Ali Jamenei para proponerle negociaciones directas bajo amenazas? Quien lo hubiera vaticinado entonces habría sido considerado, como mínimo, excesivamente imaginativo, si no completamente fuera de sus cabales.

Sin embargo, todos estos acontecimientos –incluida la muerte del presidente iraní Ebrahim Raisi el 19 de mayo de 2024 en un accidente de helicóptero, según la versión oficial, y el asesinato del líder de Hamás, Ismail Haniyeh, en Teherán– han tenido lugar en los 17 meses que ya dura la guerra contra Gaza. Ello evidencia la importancia que Irán y su política exterior han tenido, y siguen teniendo, en el conflicto de Oriente Medio, que continúa redefiniendo el equilibrio de poder regional y que, en este caso, ha afectado negativamente la posición geopolítica que Teherán ostentaba durante los primeros años del mandato de Raisi, e incluso hasta el primer ataque iraní a Israel, el 13 de abril de 2024.

Durante sus dos primeros años de gobierno, Rais había cosechado, sin mayores estridencias, importantes réditos diplomáticos: la normalización de relaciones con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, el ingreso al grupo BRICS y a la Organización de Cooperación de Shanghái. Estos logros reflejaban la eficacia de sus estrategias regionales basadas en la disuasión asimétrica y la cooperación económica y militar con grandes potencias no occidentales, lo que permitió posicionar a Irán, por primera vez en décadas, como una potencia regional reconocida y aceptada en Oriente Medio. Y todo ello sin haber dado el brazo a torcer en unas renegociaciones nucleares con Estados Unidos que, aunque el presidente Joe Biden se había mostrado dispuesto a recuperar al comienzo de su mandato, terminaron con la defunción del anterior Plan de Acción Integral Conjunta abandonado por Trump en 2018.

La guerra de Gaza y la disuasión expuesta

Incluso, durante los primeros meses de la guerra, y antes de que Irán decidiera –por primera vez desde 1979– lanzar un ataque militar directo y anunciado desde su propio territorio contra Israel, el país había recuperado cierto prestigio y apoyo en la «calle árabe». Muchos sectores de la opinión pública árabe valoraban más la reacción iraní y su apoyo concreto a Hamás en la guerra –a través de los ataques indirectos de sus aliados, Hezbolá y los hutíes– que la tibia postura discursiva de sus propios líderes, percibidos como alineados con intereses externos o constreñidos por acuerdos de paz con Israel.

Como era previsible, la extensión de la guerra y la intensificación de las escaladas retóricas y militares aumentaban el riesgo de errores de cálculo por parte de los actores involucrados. En el caso de Irán, su posible error fue extender demasiado la amenaza de una represalia militar directa en caso de ser atacado, lo que finalmente lo obligó a pasar de la retórica a la acción tras el ataque israelí contra el consulado iraní en Damasco. El resultado fueron dos ataques masivos, en abril con drones y misiles de crucero, y en octubre con misiles balísticos, que fueron anunciados con antelación y no produjeron víctimas mortales.

Si bien estas acciones demostraron tanto la capacidad militar como la voluntad política de Irán, así como la potencial vulnerabilidad defensiva de Israel ante un ataque similar no anunciado, también expusieron todas las cartas disponibles de Teherán en el ámbito de la disuasión. Una vez utilizadas esas capacidades, y con ambas partes optando por no escalar hacia un conflicto directo de mayor envergadura, Israel redirigió sus esfuerzos a aniquilar de manera efectiva la resistencia de los actores secundarios fuera de sus fronteras. Esto incluyó, quizás como efecto colateral, la desaparición fulminante del régimen sirio, históricamente hostil.

Trump, mediaciones fallidas y presiones crecientes

La reelección de Trump a la presidencia de Estados Unidos tampoco ha sido una buena noticia para Irán. Aunque es evidente que Trump no parece interesado en iniciar una guerra directa contra Teherán, todo indica que recurrirá a un conjunto de medidas de presión –económicas, políticas y militares, tanto directas como indirectas sobre sus aliados regionales– para forzar una negociación desde una posición de fuerza, especialmente tras la debacle del eje de la resistencia liderado por Irán. Esa negociación parece, por ahora, esquiva. Si bien el reformista Masud Pezeshkian, electo presidente iraní en junio de 2024, prometió reconstruir las relaciones con Occidente, particularmente con Europa, la posibilidad de un diálogo directo con Washington ha sido, hasta el momento, rechazada por el líder supremo Jamenei. De hecho, como no ocurría desde 1997 –cuando otro reformista, Mohamad Jatamí, llegó al poder–, la decisión sobre la relación con EEUU ha estado tan claramente determinada por el líder y no por el presidente y jefe de gobierno.

El fracaso de acercamientos anteriores, tanto durante los gobiernos de Jatamí como de Hassan Rouhani –quien logró firmar un acuerdo nuclear sin precedentes durante la presidencia de Barack Obama– ha dejado una lección clara para la élite política iraní: nadie más que Jamenei debe definir la política hacia Estados Unidos.

En febrero de 2025 algunas declaraciones de Jamenei parecían insinuar una posible aprobación del diálogo directo, pero el anuncio de Trump sobre la existencia de una carta enviada personalmente a Jamenei generó reacciones ambiguas y críticas. Mientras el líder afirmó no estar interesado en negociar con «matones», cortando de raíz cualquier opción, el ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, sugirió que podrían contemplarse ciertas garantías iraníes de no procurar un arma nuclear. No obstante, tanto él como el presidente Pezeshkian tuvieron que endurecer su tono en línea con el líder.

Según informaciones no confirmadas por la Casa Blanca, el enviado de Donald Trump para Oriente Medio, Steve Witkoff, habría entregado la carta al presidente emiratí, Mohamed bin Zayed, quien, a través de su asesor Anwar Gargash, la habría hecho llegar al ministro iraní, Abbas Araghchi en Teherán. En el texto, Trump habría propuesto la apertura de negociaciones directas con Irán, advirtiendo que, en caso de rechazo, Estados Unidos podría recurrir a una acción militar directa. La misiva habría establecido además un plazo máximo de dos meses para recibir una respuesta formal.

Escenarios posibles para Irán

El eje de la resistencia se encuentra seriamente debilitado –aunque no completamente desactivado–, y los recientes ataques de Estados Unidos contra los hutíes y la ruptura del alto el fuego en Gaza así lo confirman. La tendencia parece clara: reducir progresivamente la capacidad operativa de los proxies iraníes y enviar a Teherán un mensaje inequívoco sobre las líneas de acción futuras. En consecuencia, Irán depende ahora más que nunca de su propia capacidad de acción y reacción, tanto para afrontar amenazas externas como para sostener su estatus de potencia regional.

En este contexto, la iniciativa de Trump de negociar directamente con el presidente ruso, Vladímir Putin, para poner fin a la guerra en Ucrania, ha colocado a Irán en una posición especialmente incómoda. Existe el riesgo real de que Teherán termine siendo moneda de cambio en las negociaciones entre las dos grandes potencias. Así lo dejó entrever uno de los trascendidos de la reunión telefónica entre Trump y Putin el 18 de marzo, en el que ambos presidentes comparten la idea de que Irán nunca deberá estar en posición de destruir a Israel, y en donde también acordaron coordinar esfuerzos para estabilizar Oriente Medio. Por ello, entre las distintas propuestas de mediación entre Washington y Teherán que se han planteado, la impulsada por Putin ha generado la mayor resistencia dentro de Irán, tanto entre sectores conservadores como reformistas. La desconfianza histórica hacia Moscú, alimentada por su pasado imperialista y las pérdidas territoriales sufridas por Irán, no ha desaparecido, a pesar de la estrecha cooperación militar entre ambos países en los últimos años.

Algo similar ocurre con la propuesta de mediación saudí. Aunque Irán mantiene relaciones relativamente cordiales con Riad desde la firma de los Acuerdos de Pekín, el hecho de que Mohamed bin Salmán esté negociando con Trump diversos incentivos –incluyendo la transferencia de tecnología nuclear– a cambio de una eventual normalización con Israel, convierte a Arabia Saudí en un mediador poco confiable para Teherán. En caso de reanudarse las conversaciones, las mediaciones de Turquía o Catar serían, probablemente, las más viables, ya que ambos actores regionales gozan de mayor credibilidad y confianza en Irán. Sobre todo Catar, el país del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) que ha mantenido una posición más inclusiva respecto a Irán a pesar de las presiones que tanto Arabia Saudí como Emiratos Árabes Unidos han ejercido sobre Doha para cortar sus relaciones con Teherán.

Con el panorama actual, las opciones de acción para Irán en lo que resta del mandato de Trump son mucho más limitadas que hace 17 meses. La economía iraní atraviesa una situación más delicada que la que enfrentaba durante las negociaciones nucleares de 2013-2015. Sin embargo, el país ha demostrado una notable resiliencia y capacidad de adaptación frente a sanciones masivas, aislamiento extremo –especialmente durante la pandemia de Covid-19– y la virtual paralización de sus exportaciones petroleras durante períodos prolongados, algo inusual para una economía dependiente del petróleo.

Por ello, una segunda oleada de sanciones impuesta por Trump difícilmente tendría un efecto más devastador que el ya experimentado. En consecuencia, si la administración estadounidense busca doblegar a Teherán, es poco probable que se limite a medidas económicas. Aunque una acción militar directa parece descartada por ahora, la estrategia parece orientarse a cercar a Irán en el plano estratégico y militar, mediante la eliminación progresiva de sus aliados, proveedores y capacidades de producción armamentística.

Frente a este panorama, Irán debe actuar con cautela para equilibrar su accionar en un entorno regional mucho más complejo que el de 2023: con menos aliados, menos recursos y un escenario global de creciente confrontación –en principio comercial– desde la llegada de Trump, que excede la capacidad de influencia iraní sobre sus socios extrarregionales, como China y Rusia.

En el plano regional, la normalización de relaciones con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos sigue en pie, y la guerra en Gaza no ha deteriorado significativamente los vínculos bilaterales entre Irán y los países del CCG. Sin embargo, cabe esperar que futuras iniciativas de Trump tiendan a estrechar el cerco regional sobre Irán, en detrimento precisamente de esos vínculos.

A lo largo de más de 40 años de República Islámica, Irán ha mantenido sin grandes alteraciones los lineamientos generales de su política exterior, firmemente anclados en los principios revolucionarios de 1979, que priorizan la lucha contra el imperialismo estadounidense y la ocupación israelí. Los intentos de aproximación a Occidente –con matices– impulsados por presidentes reformistas como Jatamí y Rohaní han fracasado en su objetivo de lograr sino la normalización, al menos una distensión significativa, lo que ha debilitado, incluso dentro de los sectores reformistas, los llamamientos a retomar el diálogo con Occidente.

Considerando la situación actual del orden internacional inmerso en la nueva era Trump y del orden regional post-guerra de Gaza, Irán se enfrenta a varios escenarios posibles:

*Contención estratégica: con el objetivo de evitar una confrontación directa con Estados Unidos o Israel, mientras mantiene activa o incrementa su capacidad disuasiva y protege sus intereses fundamentales en Yemen, Irak y Líbano, a pesar del debilitamiento de sus aliados.

*Repliegue táctico: para adoptar una postura más defensiva que le permita ganar tiempo, estabilizar su economía y evitar sanciones más severas, a la espera de un cambio en el equilibrio de poder internacional o el fin de la presidencia de Trump en 2028.

*Aceleración nuclear: para reforzar su programa como mecanismo de presión y disuasión, a riesgo de desencadenar nuevas tensiones. Cabe destacar que el debate sobre redefinir la doctrina nuclear iraní ha estado presente para la élite política iraní al menos desde abril de 2024.

*Ajuste interno: si la presión se torna insostenible, podría plantearse el debate sobre la viabilidad de la política exterior actual, abriendo espacio –aunque limitado– a nuevas fórmulas de compromiso con actores externos. Esta opción es la que se ha intentado en otras ocasiones, no siempre con buenos resultados a largo plazo, por lo que parece la opción menos probable.

En cualquiera de los escenarios, Irán enfrenta una encrucijada. Su capacidad para adaptarse sin renunciar a sus objetivos históricos será clave para conservar su estatus de potencia regional al mismo tiempo que para garantizar la supervivencia del modelo político de la República Islámica y a la élite en el poder. La combinación de resiliencia interna, diplomacia flexible o pragmatismo y control del riesgo militar definirá su margen de maniobra en los próximos años.

Conclusión

Irán enfrenta en 2025 uno de los momentos más desafiantes desde la instauración de la República Islámica. La prolongación de la guerra en Gaza, la debacle de sus principales aliados regionales y la ofensiva diplomática y militar de Estados Unidos han reducido de forma significativa su capacidad de acción. Con un eje de la resistencia debilitado, una economía aún resiliente pero tensionada, y un entorno estratégico marcado por la hostilidad y la incertidumbre, Teherán se ve obligado a redefinir su margen de maniobra.

Las opciones disponibles –contención estratégica, repliegue táctico, aceleración nuclear o ajuste interno– presentan todas costes elevados y beneficios inciertos. Ninguna permite recuperar de forma inmediata la influencia perdida ni detener el cerco que buscan imponer Washington y sus aliados. La decisión sobre qué camino seguir dependerá de la capacidad del liderazgo iraní para evaluar riesgos, preservar su capacidad disuasiva y mantener la cohesión interna del sistema.

En cualquier escenario, el dilema central sigue siendo cómo adaptarse sin abandonar los objetivos fundacionales del régimen. La resiliencia, el pragmatismo y el control de la escalada serán factores clave para evitar que Irán pase de actor influyente a actor arrinconado en el nuevo orden regional.

 

LUCIANO ZACCARA: Gulf Studies Center, Qatar University.

Licenciado en Ciencia Política por la Universidad Nacional de Rosario, Argentina, y Doctor en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Ha realizado estancias de investigación pre-doctorales en la Universidad Ca’Foscari de Venecia (Italia), y University of Exeter (Reino Unido), y numerosas visitas a Irán para realizar trabajo de campo. En la actualidad se desempeña como Research Assistant Professor en Qatar University, y Visiting Professor en la Georgetown University in Qatar, donde imparte asignaturas sobre procesos de democratización en Oriente Medio y política de Irán y del Golfo. También ocupa, desde 2006 la dirección del OPEMAM, Observatorio Político y Electoral del Mundo Árabe y Musulmán (www.opemam.org).

 

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