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Armando Durán / Laberintos: ¿Agoniza la democracia en Estados Unidos?

Anti-Trump Protesters In San Francisco Gather On Ocean Beach For A ‘No King’ Rally

 

   “Vamos a celebrar”, anunció un Donald Trump hiperbólico a los cuatro vientos, “un desfile militar en Washington como ningún otro. El mejor y más grandioso que jamás se ha hecho en este país.”

   El espectáculo, transmitido en directo a todo el mundo, no fue el mejor porque en el país no hay tradición de desfiles militares para establecer comparaciones y por supuesto no tuvo nada de “grandioso”, sino todo lo contrario. No solo porque la naturaleza, en esta oportunidad un cielo encapotado y una llovizna intermitente, no puso de lo suyo para darle brillo a la exhibición, sino porque como muchos cronistas destacan, los más de 6 mil efectivos militares que la tarde del sábado recorrieron las calles de Washington carecían de la más mínima marcialidad, sin llevar el paso, sin respetar la alineación y sin armamento, como si aquellos pelotones de soldados con exceso de grasa abdominal y mirada en ningún punto fija, en lugar de relucir como miembros destacados del ejército que se jacta de ser el más poderoso del planeta, fueran grupos de ciudadanos sin formación física ni militar visibles, que se juntaron para dar un paseo en compañía de otros por un parque.

   Ante esta evidente muestra de insuficiencia profesional y precipitación organizativa, cabe preguntarse cuál fue el motivo real de esta celebración por todo lo alto ordenada personalmente por el presidente Trump. En todo el mundo, desde siempre, estas exhibiciones que pretenden mostrar lo más relevante del poder militar del país se realizan para celebrar alguna victoria extraordinaria en los campos de batalla, pero en los tiempos que corren, con la guerra en Ucrania en pleno apogeo desde hace más de dos años, conflicto por cierto que Trump se había comprometido a “pacificar” en menos de 100 días, y a pesar de que la muy peligrosa deriva de la grave conflagración entre Israel y sus enemigos regionales con el inicio de una guerra abierta y a todas luces devastadoras con Irán, la otra gran potencia militar del Medio Oriente, para muchos preludio de una apocalíptica tercera guerra mundial y nuclear, ¿qué diablos quiere realmente celebrar Trump?

   Insisto, en Estados Unidos, los desfiles militares no forman parte de la vida nacional, como ocurre en otros países. Los 4 de julio de cada año, los ciudadanos salen a las calles de todas las ciudades y pueblos del país para recordar y rendir homenaje a quienes protagonizaron la independencia de la nación, pero los desfiles son fiestas civiles, con carrozas, música, serpentinas y estudiantes marchando alegremente, como en un carnaval. Desfile militar como tal, en Estados Unidos solo se tiene remotamente presente el último, convocado por el presidente George H. Bush el 8 de junio de 1991, para festejar el fin de la llamada Operación Tormenta del Desierto, acordada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas como respuesta a la invasión de Kuwait por las tropas de Sadam Hussein.

   Ni siquiera el 8 de mayo de mayo de 1945, día de la rendición de lo que, tras la el suicidio de Adolf Hitler y el ingreso del ejército soviético a Berlín, marcaron el final de seis años de una guerra que había devastado política, física y humanamente a Europa, el júbilo popular estalló en las calles de Londres, París y Moscú en impresionantes desfiles de la Victoria. Harry S. Truman, que ocupaba desde hacía muy pocos meses la Sala Oval de la Casa Blanca por la muerte del presidente Franklin Delano Roosevelt, cumplió 61 años aquel día memorable de 1945, y declaró que era el más feliz cumpleaños de su vida, pero se negó a ordenar un desfile militar para celebrar la victoria de las tropas aliadas en Europa, porque miles y miles de jóvenes estadounidenses todavía luchaban y morían en la guerra contra el imperio nipón en las islas del Pacífico.

   El argumento empleado por Trump para justificar este desfile militar que según él sería lo nunca  visto jamás en Estados Unidos es que este 14 de junio el ejército de su país cumple 250 años de existencia. Mentira podrida. Esta demostración de fuerza militar poco tiene que ver con los valores institucionales sobre los que se sostiene la democracia estadounidense. Lo cierto es que hace casi 6 años, el 14 de julio de 2019, el presidente Emmanuel Macron lo invitó a asistir al impresionante desfile militar que tradicionalmente recorre la avenida de los Campos Elíseos para perpetuar en la memoria de todos el significado de la toma de la Bastilla, prisión emblemática de la monarquía absoluta francesa, y la imaginación de Donald Trump se rindió ante semejante espectáculo. Tanto, que a su regreso a Washington propuso hacer en la capital del país un desfile que superara al que lo había deslumbrado en París, pero las autoridades militares de entonces lo disuadieron de hacerlo. Y si esta mala experiencia permaneció clavada en su conciencia, el desfile que montó Vladimir Putin en Moscú para impresionar al mundo con el desfile de todos los desfiles, la Victoria, en la capital rusa con el pretexto de conmemorar hace poco más de un mes los 80 años de aquella decisiva victoria del ejército rojo en lo que la propaganda estalinista calificó de Gran Guerra Patria; aunque en verdad respondía a su necesidad de identificar su ambición imperial de reintegrar Ucrania al pleno dominio ruso con aquel épico episodio.

   Estas dos experiencias fueron para Trump una tentación irresistible. No solo porque se correspondían con la visión que él tiene de sí mismo en el centro del escenario estadounidense, y también en el mundial. Y porque cada día son más los contratiempos institucionales que obstaculizan y a veces frenan los avances de su voluntad absolutista por imponer a toda costa su todo o nada ya. Es decir, que con el desfile de este sábado 14 de junio, manda un mensaje a quienes cada día articulan un creciente y radical rechazo a la pretensión de Trump de ir más allá de los limites constitucionales del poder presidencial y de confundir sus intereses personales con los de la nación. Además, busca adornar la celebración de su nacimiento con un desfile a la altura de su desaforado egocentrismo, empleándolo para dejar muy en claro que cuenta con respaldo militar más que suficiente para aplicar a fondo su visión autoritaria del poder político;  comenzando por la imposición de su abusiva y xenofóbica política migratoria con acciones represivas excesivamente violentas y deportaciones masivas, que en el caso específico de California, donde legal o ilegalmente residen 14 millones de mexicanos que contribuyen con su trabajo a la economía del estado, Trump ha llegado a desplegar cuatro mil efectivos de la Guardia Nacional y 800 miembros de la infantería de Marina, soldados de élite súper entrenados para la guerra, con el presunto objetivo del control de las protestas de violencia ciudadanas que ponen en peligro la seguridad nacional. Sin tener en cuenta que el gobernador del estado, a quien por cierto ha amenazado públicamente de meterlo preso si pudiera, no ha solicitado esa asistencia del poder federal, lo cual lleva a una flagrante ilegalidad por parte de Trump que solo había ocurrido, hace 60 años, cuando el entonces presidente Lyndon Johnson ordenó a la Guardia Nacional intervenir en apoyo a las actividades de derechos civiles de la población negra organizadas por Martin Luther King en Alabama.

   El temor a lo que representa esta pretensión presidencial de militarizar la represión de protestas civiles se hizo muy evidente este martes 10 de junio, cuando Trump visitó Fuerte Bragg, la principal base militar en Estados Unidos, sede de la célebre División 82 Aerotransportada, y ante la tropa uniformada, con un discurso de 57 minutos, imprimiéndole a sus palabras, desde la primera a la última, un abierto sentido político, al dirigirse a soldados de una de las unidades más notorias del ejército de Estados Unidos, a las que colmó de los más evidentes y groseros halagos clientelares a los que, como era de esperar, los hombres de uniforme respondieron con repetidas y estruendosas ovaciones. Episodio que más allá de cualquier complaciente duda, pone de manifiesto una velada intención, pero a fin de cuentas intención, de arrebatarle al ejército su naturaleza apolítica, constitucionalmente no transable, y convertirlo en una fuerza partidaria disimulada, pero armada hasta los dientes. A pesar de, o quizá precisamente por eso, los soldados que desfilaron este sábado en Washington lo hicieron desarmados, a excepción de las armas de época que los hombres que desfilaron con representativos uniformes de otras épocas y otras guerras.

   De ahí ha surgido una creciente inquietud por el futuro democrático de Estados Unidos, que mientras Trump celebraba su cumpleaños con este desfile tan fuera de lugar rodeado de 250 hombres y mujeres de su más estrecha confianza, se expresó, masiva y pacíficamente en más de dos mil ciudades a todo lo largo y ancho de Estados Unidos, al grito de No Kings, o sea, “No queremos reyes”, para decirle al homenajeado y al mundo, que el pueblo estadounidense está radicalmente opuesto a lo que los promotores de esta protesta llaman “autoritarismo, política de multimillonarios primero, y militarización de nuestra democracia.”  

 

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