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Clases de literatura (avanzada) con Arturo Pérez-Reverte y Pierre Lemaitre

Clases de literatura (avanzada) con Arturo Pérez-Reverte y Pierre Lemaitre

 

 

Muera el cliché del escritor y sus musas: para Pierre Lemaitre y Arturo Pérez-Reverte, dos de los novelistas contemporáneos más populares, la escritura es, ante todo, un oficio. Con motivo de la charla #ElOficioDeSerEscritor, que ambos impartieron en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid, rescatamos las aportaciones más reseñables de estos maestros de la intriga literaria.

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REINVENTAR LOS CLÁSICOS

Pérez-Reverte: Cuando uno lee a los narradores teatrales grecolatinos clásicos o, por ejemplo, El conde de Montecristo, se da cuenta de que todo está ahí: la venganza, el tesoro, el amor, el odio, la traición… Todo está contado ya. Scott Fitzgerald decía que todo escritor tiene solo tres o cuatro temas, y que la cuestión era cómo los cuenta de una forma distinta cada vez. Lo que un novelista de talento debe hacer es adaptar a su tiempo y su público los grandes temas de la literatura.

 

«Cuando uno lee a los narradores teatrales grecolatinos clásicos se da cuenta de que todo está contado ya (Pérez-Reverte)»

 

Lemaitre: Nuestro trabajo como novelistas contemporáneos es hacer algo nuevo a partir de lo viejo. Pero ¿cómo contar una historia para que sea contemporánea? Si todo esta contado ya, ¿por qué los lectores siguen teniendo interés por las historias que ya conocen? Porque lo dispone un escritor nuevo, con su propia identidad, que va a darle su propia forma y que, siguiendo con el ejemplo de El conde de Montecristo, además de la venganza va a destilar otras cosas en la historia. Nuestra labor es narrar temas muy antiguos desde una perspectiva contemporánea. En tu Alatriste hay toda una mitología que ya estaba en la novela del siglo XIX, así que tú también cuentas historias que ya se han contado, pero tus libros son muy leídos porque lo cuentas a tu manera, que es contemporánea para tus lectores.

Pérez-Reverte: Yo creo que somos niños que siguen jugando a disfrazarse. Decimos al lector: “Ven a jugar con nosotros. Acompáñame en esta aventura”. Y para seducir al lector hay que darle elementos que tengan que ver con su propio mundo, el actual. No es posible que una novela del siglo XIX, pongamos de Balzac, funcione de forma rigurosamente actual, pero sí se puede transformar a Balzac en Pierre Lemaitre y dar así al lector la posibilidad de recuperar las historias de siempre.

DEL FOLLETÍN AL NOUVEAU ROMAN

Pérez-Reverte: Tú y yo nos criamos en el folletín: Dumas, Balzac, Zola, y en España, Galdós. Pero cuando empezamos a escribir, todos esos novelistas estaban sobrepasados: se hacía otro tipo de literatura y estaba mal visto contar historias. En esa literatura que triunfaba entonces importaban los personajes y, como mucho, la trama subyacente. Luego eso fue cambiando y los críticos que tenían esa actitud distante hacia la literatura que contaba cosas modificaron su actitud. ¿Crees que esa batalla está vencida, que el folletín sigue siendo el aprendizaje obligatorio para cualquier escritor?

 

«Cuando escribo soy como un relojero que tiene que hacer un objeto redondo: elijo la pieza, la corto, la cambio, la pulo… (Lemaitre)»

 

Lemaitre: Estoy bastante de acuerdo sobre la genealogía de la literatura. Los franceses no estamos muy bien situados a ese respecto porque nuestra literatura atravesó un gran vacío durante los años 50 a 70 del siglo pasado. Lo llamaban le nouveau roman, la nueva novela, y sus autores pensaban que la trama no era algo demasiado interesante y que el personaje no era un elemento que hubiera que conservar. Y los escritores a quienes nos gustaban las historias y los personajes nos preguntábamos: si no hay ni lo uno ni lo otro, ¿cómo va a ser la novela? En realidad, le nouveau roman era algo muy antiguo. Sobre el cambio posterior, para mí un signo muy revelador fue la llegada de las series de televisión, que siguen la fórmula del folletín y desde hace unos veinte años se consideran un arte en toda regla. Una fórmula que inventaron los novelistas hace mucho tiempo. Hoy en día no hay nada tan moderno como esa forma tan antigua de escribir historias.

EL ESCRITOR ARTESANO

Pérez-Reverte: Un escritor que ha leído desde niño puede utilizar todo ese bagaje y jugar con él para aplicarlo al asunto que quiera tratar. Es la idea del escritor artesano. Lo he dicho muchas veces: tú y yo no somos artistas. No tenemos el síndrome agónico de la página en blanco ni de la creación dolorosa, ese no saber cómo llegar a donde queremos. No: somos artesanos que hacemos artefactos eficaces para que funcionen en un lector determinado. ¿Lo ves así?

Lemaitre: Muchas veces me considero un relojero. Es como si tuviera que hacer un objeto redondo: elijo la pieza, la corto, la cambio, la pulo… Mi objetivo es que mi objeto literario sea redondo como un reloj, y ese es un trabajo artesanal. Pero desde el Romanticismo se nos decía en la escuela que el escritor era un ser diferente, tocado por las musas, trascendente. Y eso hace que muchos lectores tengan una concepción sacralizada de la literatura. A mí me gusta enfatizar que antes que artistas somos artesanos y que el oficio de escribir, aunque requiera ingenio, es ante todo una técnica, un oficio. Quizá no sea un oficio como los demás, pero es que ningún oficio lo es.

EL ESCRITOR-EDITOR

Pérez-Reverte: Hay otra palabra muy sacralizada: la escritura. En realidad, tú escritura y la mía son un work in progress, en el sentido de que estamos continuamente trabajando, cincelando, puliendo y limando una forma expresiva que tarda mucho en ser la final. Volvemos sobre ella, retocamos, corregimos… Yo nunca pienso que lo he hecho bien en cuanto escribo algo, y solo dejo de editar cuando ya no puedo más.

Lemaitre: Yo escribo novelas bastante largas, de unas quinientas páginas, pero si mido el tiempo de escritura van bastante rápido: tardo aproximadamente un año y medio. En lo que tardo es en corregir, me lleva una eternidad. Lo peor son los planes, que los tengo para todo: uno para la estructura, otro para el libro, otro para los capítulos, otro para los párrafos, otro para los diálogos… La mayor parte del tiempo de trabajo se va en los planes y las correcciones, y es agotador. Por algo Colette les decía a los jóvenes que no se dedicaran a la literatura.

LAS LIMITACIONES DE LA LENGUA

Pérez-Reverte: Cuando trabajo me encuentro con un problema técnico: que no siempre la lengua en la que me expreso es lo bastante eficaz. Yo llegué al castellano con el respeto del lector por mi trayectoria como periodista, pero me di cuenta de que no siempre dispongo de los recursos adecuados: hay verbos que hay que repetir, palabras que riman que no puedo sustituir por otras… Y a veces hay que aceptar esas limitaciones. Me doy cuenta de que toda lengua es imperfecta.

 

«Hay autores que dicen que la literatura tiene la obligación moral de mejorar el mundo y a sus lectores. Y yo no estoy de acuerdo: mi misión es contar mundos (Pérez-Reverte)»

 

Lemaitre: Con el francés pasa igual. Mis primeras frases son siempre un desastre, pero me digo que tengo que solucionarlo yo. Algunos colegas míos hacen un primer manuscrito excelente, así que en realidad no trabajan. Ellos confían en su talento y yo en mi trabajo. Yo no tengo más remedio que trabajar, porque mis primeras versiones son malísimas y, como dices, carezco de los recursos estéticos: me repito, no hilo bien unas frases con otras… Pero cuando escribo lo primero que quiero hacer es contar la historia, no que quede bonito. Una vez que ya está planteada y releo el texto es cuando me pongo a trabajar de verdad para corregirlo. Escribo rápido y edito despacio.

CALLEJÓN SIN SALIDA: AVE, MAESTRO

Pérez-Reverte: Más que con la página en blanco, yo me encuentro con callejones sin salida: no doy con la clave, el tono o la situación adecuada para seguir adelante. Para solucionarlo, voy a la biblioteca buscando libros en los que los autores hayan tratado espléndidamente aquello sobre lo que quiero escribir. Por ejemplo: si quiero escribir sobre el mar, leo a Melville. Releer a los maestros es mi solución, es lo que hago todos los días.

Lemaitre: Yo hago lo mismo, pero con menos sigilo: soy un niño revoltoso y me mato a trabajar. Solo cuando me ha resultado imposible encontrar una solución me planteo buscarla en otros libros, pero está claro que en la propia literatura existen soluciones. A veces me doy cuenta de que algunas cosas que escribo las he leído u oído en otra parte, muchas veces en libros muy conocidos: de Dumas, Victor Hugo… Me divierte pensar que los libros que escribimos son el resultado de algo que hemos estado asimilando durante mucho tiempo en nuestro interior y que resurge de repente bajo la pluma.

LA TRAMA Y LOS PERSONAJES

Pérez-Reverte: Tanto la trama como los personajes son importantes, pero en mi caso lo primero que viene es la trama. Los personajes son herramientas a su servicio: yo quiero contar una historia y me sirvo de ellos, especialmente de los secundarios, que van surgiendo con propósitos muy determinados.

 

«La literatura no tiene una misión moral, pero sí tiene ese efecto (Lemaitre)»

 

Lemaitre: Yo soy incapaz de decir cómo he empezado cada uno de los veinte libros que he escrito. El de aquí lo hizo con una anécdota, el otro con un personaje… Una de mis novelas incluso empezó a partir de una figura geométrica. Pero una vez que las cosas se han puesto en marcha, la relación entre el personaje y la trama no cesa nunca. En el fondo, el lector no entiende una historia más que cuando se siente vinculado con el personaje, ya sea positiva o negativamente, lo ame o lo odie. Serán los personajes, y no la trama, quienes emocionen, indignen y escandalicen al lector. El personaje es una herramienta para la historia, pero su identidad pesa sobre ella y ambos se alimentan recíprocamente. Cuanto más complejo es un personaje, más vívida es la historia.

BUENOS Y MALOS: NI TANTO NI TAN CALVO

Lemaitre: Disfruto más con los personajes malos que con los buenos. Es un placer perverso, cínico. Uno de mis personajes es una auténtica hija de puta, una mala malísima, y me encanta hacerla así de mala. Y además, por darme el gustazo, además de mala la hice tonta. Me encantó ponerle todos los defectos del mundo. Como decía Hitchcock, “cuanto mejor es el malo, mejor es la película”. Bebo mucho de las grandes novelas simplificadoras del siglo XIX, donde el malo lo era con todas las letras, como en Los miserables, de Victor Hugo. Su genialidad fue convertir a sus personajes en arquetipos. Democratizó mucho la literatura, y para que la suya fuera popular tenía que hacer que los personajes fueran comprensibles e inmediatamente reconocibles para todo el mundo, hasta tal punto de que a medida que uno iba leyendo podía prever qué iba a hacer cada uno. A este respecto, Edward Morgan Forster, el gran novelista inglés, decía que había dos tipos de personajes: los previsibles y los que no lo son. En general, los míos son planos y bastante previsibles, especialmente los secundarios. Tienen menos matices que los tuyos, con los que el dilema moral ocupa todo el espacio y con quienes nunca sabemos hasta el final de la novela cómo van a resolver sus contradicciones.

Pérez-Reverte: Yo también prefiero a los malvados. Hace tiempo que dejé de hacer personajes buenos o malos del todo porque me di cuenta de que en la vida real eso no existía: he visto hacer a la misma persona cosas hermosas y otras horribles en el mismo día.

¿MORALEJA? NO, GRACIAS

Pérez-Reverte: Hay autores que dicen que la literatura tiene la obligación moral de mejorar el mundo y a sus lectores. Y yo no estoy de acuerdo: mi misión es contar mundos.

Lemaitre: Para mí tampoco existe una misión moral, en absoluto, pero la literatura sí que tiene ese efecto. Por ejemplo, estoy seguro de que Los miserables no cambió el mundo, pero sí que todos los que lo leyeron en su época entendieron que podían aspirar a una vida mejor. Y esa es la misión de la literatura: decodificar la realidad y permitir al lector interpretar su propia vida.

INICIOS Y PERSISTENCIA

Pérez-Reverte: Cuando yo empecé a escribir, la literatura aplaudida por los grandes mandarines de la cultura era la novela experimental. La trama era algo despreciable: todo eran elucubraciones interiores y angustias existenciales. Yo era periodista y narrador de historias, por lo que al principio fui muy rechazado, atacado y despreciado: no era uno de los suyos. Pero tuve mucha suerte, porque La tabla de Flandes funcionó muy bien en todo el mundo y ahí ya obtuve reconocimiento. A posteriori, he comprobado que de todos los nombres que se barajaban como las grandes promesas de la literatura, tanto en Francia como en España y en Italia, casi ninguno ha pasado a la historia. Pero los artesanos, los del cincel, seguimos.

Lemaitre: A diferencia de ti, cuando yo empecé a escribir novela nadie me conocía, así que no tenían otro yo con quien compararme: o gustaba o no.

LITERATURA POPULAR

Lemaitre: En Francia, la expresión “literatura popular” todavía genera mucho rechazo.

Pérez-Reverte: Pero tú has dignificado esa literatura popular. He leído mucha literatura francesa y mucho sobre literatura francesa, y así se habla de ti. Lemaitre, “le maître”, si lo traducimos al español, quiere decir: “el amo”.

ORÍGENES Y “PRESENTISMO”

Pérez-Reverte: Para mí, el folletín es donde la literatura europea alcanza su momento estructural fundamental. Siempre digo que un escritor occidental debe conocer, lo primero, los clásicos grecolatinos, que son el origen del que venimos. Lo siguiente es el momento en el que se hace la lengua, el Siglo de Oro español, con Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, Calderón de la Barca… Y el tercer pilar es la gran novela del siglo XIX y principios del XX, los grandes novelistas populares: Stefan Zweig, Thomas Mann, Scott Fitzgerald… Y creo que hay jóvenes escritores y escritoras con grandes voces narrativas y talento a los que se les nota que carecen de esa base literaria, que han leído poco y carecen de esas estrategias narrativas.

Lemaitre: En Francia hay una palabra para eso: el “presentismo”, la idea de que lo que cuenta es el presente y que la literatura del pasado no tiene ninguna importancia. Lo que les falta a algunos jóvenes autores no es la cultura literaria, sino que no han aprendido a aplicar las técnicas de escritura de esos grandes autores a los que han leído.

EUROPA

Pérez-Reverte: En mi opinión, en comparación con la actual, la Europa de los años 50 y 60 del siglo pasado era una Europa adolescente, feliz, con esperanza: creía en la revolución, en el amor, en el futuro, en el progreso, en una Europa unida en la que todo era posible. Ahora lo que tenemos es una Europa vieja y agonizante, triste y con poca esperanza, que ha renunciado a esos sueños juveniles.

«A veces cuando miro a Europa me siento como un romano mirando cómo llegan los bárbaros (Pérez-Reverte)»

Lemaitre: Referirse a esa Europa como adolescente es muy adecuado, porque en ella había una gran ingenuidad e inconsciencia. En España la historia se escribió de forma diferente por el franquismo, pero en Francia, los años 50 y 60 son casi la última página del siglo XIX, esa época en la que se creía que el progreso técnico iba a traer la felicidad y se tiene confianza en el futuro. Así siguió Francia, creyendo que los que vinieran después tendrían una vida mejor, hasta que llegó la gran crisis del petróleo de 1973. El fin del sueño fue brutal: de repente, la impresión general fue que el país se iba a pique con esa gran crisis del capitalismo. Y lo que Europa no entendió entonces es que eso que llamaban “crisis” no era algo pasajero, sino el nuevo estado del mundo, para el que no estaban preparados. Ahí se rompió la gran utopía europea del liberalismo. Son unos años frescos e inconscientes, pero también criminales: ya en 1974 hay científicos que avisan sobre el enorme deterioro del medio ambiente y que se refieren incluso a la escasez de agua. Europa no les hizo ni caso porque era una adolescente liberada: había llegado la píldora anticonceptiva, la libertad sexual… Cuando llegó la debacle y el progreso se fue al garete Europa vivió un shock del que todavía no se ha recuperado.

Pérez-Reverte: A veces, cuando te leo, me da la impresión de que eres un hombre encolerizado.

Lemaitre: Ah, claro. Y tú también. Sin la cólera no se va a ningún sitio. Pero no hay que dejarse cegar por ella, sino utilizar esa vehemencia para que las cosas lleguen. La cólera la inventamos los novelistas. Hoy en día es una virtud escasa, pero tenemos muchas razones para estar furiosos, y cuanto más tiempo lo estemos, mejor.

Pérez-Reverte: A veces cuando miro a Europa me siento como un romano mirando cómo llegan los bárbaros. Y me digo que era inevitable: Europa está pagando sus propios pecados. Lo que nos ha hecho envidia y referente moral de mundo desde la Ilustración está agonizando. Es el fin de un mundo, del nuestro, por sus propios errores e ignorancia.

Lemaitre: Europa ha cometido muchos pecados, sí. Y ha contribuido al gran malestar del mundo: de aquí partieron los colonos de América del Sur, los que exterminaron a los indígenas de América del Norte, los que colonizaron la India, África… Fueron los europeos los que llevaron la infelicidad a todos esos países. El mayor pecado de Europa fue colonizar el mundo basándose en una supuesta superioridad moral: así fabricamos el mundo tal y como es hoy. La América de Trump es un producto de Europa. Su actitud, de hecho, es muy europea: se lo enseñamos nosotros. Hoy en día miramos a Estados Unidos y pensamos que la gobiernan los bárbaros, pero la barbarie la inventamos nosotros.

 

 

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