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La otra historia de los Estados Unidos: La contribución de los latinos que no figura en los libros de historia

14 datos impactantes del crecimiento de los latinos en Estados Unidos -  Infobae

 

Estados Unidos se define a sí mismo como una nación de inmigrantes, un crisol de culturas que ha forjado su identidad en la intersección de múltiples tradiciones, lenguas y raíces. Sin embargo, la historia oficial rara vez reconoce, en su justa medida, el papel crucial que los inmigrantes latinos, asiáticos o europeos han desempeñado en la construcción del país. 

No se trata de una contribución reciente, ni marginal. Se trata de una presencia fundacional, de una identidad tejida desde los inicios mismos del territorio que hoy llamamos Estados Unidos.

Es el caso de los latinos. Antes de que los peregrinos pisaran  Plymouth Rock, ya existían comunidades hispanohablantes en lugares como Florida, California, Nuevo México, Texas, Arizona, Nevada o Colorado. La ciudad de San Agustín, en Florida, fundada por los españoles en 1565, es el asentamiento europeo más antiguo del país. Durante siglos, misiones, pueblos y familias organizaron allí la vida cotidiana bajo la influencia de la lengua española, la religiosidad católica y una intensa mezcla cultural con los pueblos originarios.

Por siglos, se vivió, en Estados Unidos, en español, con fiestas patronales, tortillas sobre el comal, y una mezcla vibrante con los pueblos originarios. Luego vino el Tratado de Guadalupe Hidalgo en 1848, y con él, la línea divisoria que cambió la historia y miles de personas se convirtieron en “estadounidenses” sin haber cruzado frontera alguna: fue la frontera la que los cruzó a ellos. Esta historia explica por qué muchos latinos no llegaron de fuera, sino que siempre estuvieron allí.

Hoy, más de 63 millones de personas se identifican como latinos o hispanos en Estados Unidos. Lejos de ser una “minoría”, constituyen una fuerza social, cultural, política y económica que sigue moldeando la idea misma de lo que significa ser estadounidense.

El legado latino está presente en todos los ámbitos. En el idioma, el español es hablado por más de 60 millones de personas; en la música, en la arquitectura, en el arte, en la gastronomía, en la ciencia, en la política y en el trabajo cotidiano. Desde los campos agrícolas hasta los laboratorios de investigación, desde los movimientos por los derechos civiles hasta las universidades más prestigiosas, los latinos han contribuido a modelar el rostro real de esta nación.

En la cultura popular, artistas como Selena, Jennifer López, Lin-Manuel Miranda o Bad Bunny han transformado el panorama de la música y el espectáculo. Poetas como Juan Felipe Herrera, muralistas como Judy Baca y artistas visuales como Carmen Herrera han llenado los espacios públicos y las galerías con una estética propia, profundamente enraizada en sus historias familiares y colectivas.

En la cocina, la huella latina es inconfundible. No hay comida estadounidense sin tacos, pupusas, arepas o tamales. Pero no se trata solo de sabores, sino de memorias. Cada plato lleva consigo una historia de migración, de lucha, de amor y de identidad. El maíz, el frijol, la yuca o el chile, antes vistos como productos exóticos, son hoy parte integral de la despensa nacional.

En el terreno social y comunitario, los lazos familiares, la solidaridad entre vecinos, el papel de las iglesias y centros culturales han sido claves para que las comunidades latinas resistan la exclusión y florezcan. Organizaciones como LULAC, UnidosUS o Mi Familia Vota, y figuras históricas como César Chávez o Dolores Huerta, han hecho posible que el reclamo de derechos se convierta en una lucha transformadora para todo el país.

Los latinos también han estado presentes en momentos cruciales de la historia nacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, más de 500.000 latinos lucharon en las fuerzas armadas. Muchos regresaron condecorados, pero sin recibir el mismo reconocimiento que otros veteranos. Su servicio no fue solo un acto de patriotismo, más bien una semilla que luego germinaría en las luchas por los derechos civiles.

En la educación, antes del caso Brown vs. Board of Education, en 1954 por la Corte Suprema de Estados Unidos, cambió para siempre la historia del país. En una sociedad marcada por la segregación racial, especialmente en las escuelas, esta sentencia afirmó que separar a los niños por su color de piel era injusto y violaba el principio de igualdad consagrado en la Constitución. Al declarar que la educación «separada pero igual» no era realmente igual, el fallo abrió una brecha en el muro de la discriminación legal. 

Fue un paso valiente y decisivo que dio fuerza al movimiento por los derechos civiles, y encendió una esperanza real de justicia e inclusión para millones de ciudadanos afroamericanos. 

En el mundo laboral, los brazos latinos han sostenido industrias enteras: agricultura, construcción, servicios, salud. Durante la pandemia del COVID-19, miles de trabajadores agrícolas, en su mayoría mexicanos y centroamericanos, continuaron en los campos, garantizando la seguridad alimentaria del país en condiciones de alto riesgo y escasa protección.

En el ámbito científico, nombres como el Nobel Mario Molina, la doctora Helen Rodríguez Trías o el neurólogo Rodolfo Llinás representan a una comunidad que ha contribuido con conocimientos y avances cruciales en salud, medio ambiente, neurociencia y más. Jóvenes latinos investigan hoy en universidades como Harvard, el MIT o la NASA, desarrollando tecnologías en inteligencia artificial, energías limpias o medicina de vanguardia.

En la política, figuras como la jueza Sonia Sotomayor, la diplomática Julissa Reynoso o decenas de congresistas y alcaldes reflejan un creciente protagonismo. El voto latino, antes considerado irrelevante, hoy es decisivo en estados clave como Texas, Arizona, Nevada, Florida o California. Esta fuerza política emergente no solo busca representación, sino también justicia y pluralidad.

El bilingüismo, frecuentemente percibido como obstáculo, es en realidad una ventaja estratégica. Diplomáticos, emprendedores, científicos y artistas latinos se mueven con fluidez entre dos mundos, generando puentes donde antes había muros.

A pesar de estos logros, persisten desafíos estructurales: racismo, barreras lingüísticas, brechas educativas, exclusión institucional. La narrativa dominante aún invisibiliza buena parte del aporte latino, al mismo tiempo que políticas como las deportaciones masivas amenazan el tejido social y familiar de estas comunidades. Criminalizar al migrante es también criminalizar una historia que es, en parte, estadounidense.

Por otro lado, la contradicción entre la exclusión institucional y el legado histórico latino, que ha sido piedra angular en la construcción cultural, social y política de Estados Unidos, no solo es injusta, sino peligrosa para la cohesión y el progreso del país. 

El desconocimiento o la negación del papel activo y fundamental de los latinos en la política estadounidense debilita el proyecto común de nación plural y democrática. Reconocer y respetar esta realidad implica reformular las políticas migratorias con un enfoque de derechos humanos y justicia social, que valore la historia y el presente de millones de personas que son, en esencia, parte indisoluble de Estados Unidos.

La historia de los latinos en Estados Unidos no es una historia paralela, sino una parte esencial de la narrativa nacional. Porque la diversidad no debilita; fortalece, las lenguas múltiples no dividen; enriquecen y el aporte latino no es una promesa futura: es una realidad presente. 

Reescribir la historia de Estados Unidos con justicia implica mirar más allá de los relatos oficiales y reconocer las múltiples raíces que lo han nutrido desde su origen. El legado latino no es una nota al pie, sino un hilo esencial del tejido nacional. Invisibilizarlo no solo empobrece la comprensión de lo que Estados Unidos es, sino que perpetúa desigualdades que contradicen los principios democráticos que el país dice defender. Frente a los discursos de exclusión y las políticas de marginación, es urgente construir una memoria colectiva más honesta, que abrace la pluralidad como riqueza y no como amenaza.

Los jóvenes inmigrantes, hijos e hijas de migrantes, nietos de trabajadores, bisnietos de campesinos, científicos, soldados y artistas, son hoy protagonistas de un país en transformación. El futuro de Estados Unidos será más justo, más democrático y humano si se reconoce, de una vez por todas, que la historia de los inmigrantes en general, y la de los latinos en particular, no es una historia paralela ni secundaria: es parte de la historia de Estados Unidos. Negarlo es amputar la verdad; reconocerlo, en cambio, es construir una nación más completa, más honesta y digna de sí misma.

Luis Velásquez

 

 

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