CorrupciónDiscursos y DocumentosÉtica y MoralPolítica

Sánchez o el PSOE, no hay otra

Las apariciones públicas del secretario general tienen un patetismo creciente, porque sus gestos son como los manotazos de un náufrago para mantenerse a flote. La disyuntiva para los socialistas es clara: el capitán fracasado o el barco

El escándalo sexual de Paco Salazar dinamita el Comité Federal del PSOE que  iba a blindar a Pedro Sánchez

 

A Pedro Sánchez le ha pasado con los cambios aprobados por el Comité Federal del PSOE lo mismo que con las medidas que anunció el mismo día en que se hizo público el informe de la UCO sobre Santos Cerdán: no los estaba terminando de exponer y ya eran un fracaso. La causa no es otra que el descrédito personal de Sánchez. Si los socialistas quieren saber lo que les está pasando, no tienen que mirar a Cerdán, a Ábalos ni a Koldo, sino a su secretario general, resumen y síntesis encarnada de los porqués a tanta pregunta que se hacen los militantes del PSOE. Políticamente ya es irrelevante quiénes sean la nueva secretaria de Organización y los adjuntos propuestos por Sánchez, porque, precisamente al ser propuestos por Sánchez, no representan la solución a la crisis del partido, sino un parche a la crisis de su líder. Todo va de si más sanchismo y menos PSOE.

El discurso de borrón y cuenta nueva con el que ayer se presentó ante los cargos de lo que queda de su maltrecho partido fue aniquilado, antes de que pronunciara la primera palabra, por la renuncia de otra mano derecha –la enésima– del secretario general socialista, su estrecho colaborador Francisco Salazar, señalado por un escándalo de acoso a mujeres. Parecía que Salazar era la baza para compensar los desastres de Ábalos y Cerdán, un conejo sacado de la chistera para convencer a cargos y militantes de que a su secretario general aún le quedaban recursos propios para responder a la situación. Salazar no llegó siquiera a pisar el Comité Federal que iba a integrarlo en la Ejecutiva del partido, muy próximo a la nueva secretaria de Organización.

Sánchez anunció «autocrítica» y lo que hizo fue preparar y servir el cóctel con el que cree que mantiene seducidos a los suyos: mucha ultraderecha, como carnaza para que las vísceras puedan más que la razón, y mucho victimismo. Los socialistas tienen un líder que no da explicaciones políticas, pero es muy sincero sobre sus sentimientos amorosos, sobre lo sufrido que es llegar a las cinco de la tarde sin haber comido y sobre lo bien que se encontraba después de salir corriendo de Paiporta. Porque, para Sánchez, solo él es importante. Por eso sacrifica uno tras otro a sus personas de su mayor confianza, sin irse con ellos. Lo hizo con Ábalos, con Cerdán y, ayer, con Salazar. No es cierto que se equivocara con los nombramientos de esta procesión de sospechosos; y si se equivocó tendría que irse, como le pasaría a cualquier consejero delegado de una empresa que no hace más que equivocarse con sus hombres de confianza. En realidad, acertó con ellos, porque hicieron lo que el líder quería, que no era otra cosa que desarmar el PSOE como partido para convertir al partido en una secta. El pucherazo en las primarias andaluzas, del que no dijo ni palabra, expresa todo lo que está dispuesto a hacer por preservar el poder. Si vas a jugar limpio no confías en un Ábalos o en un Cerdán.

Ninguno de estos caídos en la fuga de Sánchez era una herencia que recibiera cuando accedió a la secretaría general, sino que todos son creaciones de sí mismo. Hay un PSOE antes de Sánchez y otro después de él. Y es ese PSOE el que está colapsado por el sanchismo que implantaron Ábalos y Cerdán con su superior permiso. Por eso, los cambios aprobados por el Comité Federal nacen políticamente muertos al venir de Sánchez, cuya permanencia al frente del PSOE perpetuará la crisis moral y política de este partido.

Y si la renuncia de Salazar dejó sin sentido el programa de renovación interna del PSOE, la petición de cuestión de confianza o elecciones anticipadas hecha por Emiliano García-Page acalló el toque de corneta para que los cargos socialistas reunidos en Ferraz mostraran sumisión al líder. Es un socialista, presidente autonómico con mayoría absoluta, el que pide que el descrédito del secretario general de su partido vaya al Parlamento o a las urnas. No es una petición que, por venir de un socialista, sea más sensata, pero el poder político de quien la hace quitó el precinto con el que Ferraz quería silenciar al Comité Federal. Sencillamente, hay muchos socialistas que quieren que Sánchez se vaya. Solo falta que hablen.

Las apariciones públicas del líder socialista tienen un patetismo creciente, porque sus gestos son como los manotazos de un náufrago para mantenerse a flote. La disyuntiva para los socialistas es clara: Sánchez o el PSOE, es decir, salvar al capitán fracasado o el barco.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba