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Fernando Savater: Enanos creciditos

«¡Que se vayan con sus prejuicios a tomar viento! Cuándo se enterarán de que un ser humano nunca pierde su dignidad. Perderla es que te impidan usar tu libertad»

Enanos creciditos

 Imagen de las personas con acondroplasia contratados por Lamine Yamal para su fiesta. | Rede

 

Veo que un muchacho de aspecto original, Yamal Noséque, tiene la doble suerte de tener dieciocho años y ser millonario (sólo le envidio lo primero), por lo que ha decidido celebrarlo dando una fiesta. Detesto las fiestas de más de dos personas (claro que no tengo ya dieciocho años) y más si son de disfraces, como parece que era esta. Algunos que probablemente no habían sido invitados han propalado que fue vulgar, derrochadora y de mal gusto, pero dudo de que pueda haberlo sido más en cualquier sentido que la matrimonial de Jeff Bezos. Desde luego, eso no es asunto de los que no fuimos.

En cambio, me sorprende la indignación de algunos de los no-asistentes porque hubiera varios enanos entre las atracciones divertidas de aquel día. Aunque creo que tengo bastante sentido del humor, no comprendo por qué un enano debe incitar más al jolgorio que alguien de mayor estatura, salvo que sepa hacer cosas sumamente graciosas. Y si hacen cosas chistosas y cobran por ello, no veo ningún mal en ese toma y daca. Tampoco por supuesto, en que una chica o chico de buen ver ofrezcan sus encantos al mejor postor, ocupación que los despistados (despistadas, sobre todo) juzgan contraria a la dignidad humana. Estos risibles inquisidores quieren prohibir que los aquejados de acondroplasia o chicas y chicos mayores de edad hagan con sus recursos corporales lo que les dé la gana. ¡Que se vayan con sus prejuicios a tomar viento! Cuándo se enterarán de que un ser humano nunca pierde su dignidad, salvo si se le impide hacer lo que desea, aunque no implique daño para otro. Perder la dignidad es que te impidan usar tu libertad, porque otros saben mejor que tú lo que te conviene.

Como soy un entusiasta del turf puedo asegurar que algunas de las personas que más he admirado y querido son de muy corta estatura. Y que han aprovechado su poco volumen para labrarse una forma de vida que en ocasiones alcanza lo genial. Si uno tiene el tamaño de Orson Welles o Pau Gasol nunca podrá ser un gran jockey. La única (y relativa, muy relativa) excepción que he conocido fue don Beltrán Osorio, el Duque de Alburquerque, porque se dedicó habitualmente a las carreras de obstáculos, donde se admiten pesos más altos.

Uno de los mejores jinetes del siglo pasado que he visto montar (y los conozco a casi todos) fue el gran Bill Shoemaker, americano fuera de serie. Siempre me he sentido muy orgulloso de que su apellido fuese la traducción al inglés del mío, eso nos emparienta… La primera vez que le ví montar fue en Epsom, el año que le ofrecieron un caballo en el Derby: pese a que no tenía experiencia en la pista ni en una carrera distinta a las demás, llegó segundo a corta cabeza del primero. Luego le hicieron muchas entrevistas, porque era una celebridad mundial. Shoemaker, “the Shoe” para los amigos, tenía una de esas nobles cabezas de facciones regulares y sienes plateadas propia de los mejores actores de Hollywood como Cary Grant o Rory Calhoun. Pero el parecido acababa ahí porque su cuerpo era minúsculo, pequeño incluso para ser jockey. Un periodista le preguntó si no se sentía algo acomplejado por su estatura y él, que había llegado en su avión privado y acompañado de una rubia espectacular, se echó a reír. “Mire usted -contestó- yo tengo dos hermanos. El mayor mide uno ochenta y trabaja en una gasolinera en Denver, el otro es más alto todavía y está empleado en un supermercado de Minnesota. Y yo, pues aquí me tiene usted, con mi avión particular y casado con esta bella mujer. ¡No sabe usted lo acomplejados que están mis hermanos conmigo!”.

De modo que nada veo de ridículo o inferior en los enanos reales, por no mencionar al Gimli de The Lord of the Rings, uno de los personajes más simpáticos de la saga, encarnado en la trilogía de Peter Jackson por el estupendo John Rhys-Davies. Pero también puede hablarse de otro tipo de enanismo como símbolo de miseria espiritual, no física, de querer presumir sin tener de qué. Jacques Soustelle, que fue primero fiel aliado de De Gaulle y luego su adversario político por el asunto de Argelia, decía que el general era “un enano enorme”. Pues ese tipo de liliputienses sin gracia ni prestancia abundan a nuestro alrededor, oficiando de influencers sectarios, de periodistas al servicio del régimen sanchista, regañando a Feijóo por mencionar en el parlamento los burdeles del suegro de Sánchez y ensalzando la paz catalana que va a traernos la amnistía si Europa no lo remedia. Los he conocido personalmente cuando solo eran enanos corrientes y ahora ya les veo muy creciditos… pero enanos al fin y al cabo. Nunca darán la talla ni subidos a mil taburetes prestados. La acondroplasia del alma es la verdaderamente incurable y repulsiva.

 

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