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“Menem”: polémica y nostalgia por el populismo neoliberal

La serie sobre la vida del expresidente argentino muestra de qué forma, al combinar el drama con el espectáculo, el populismo con el neoliberalismo, Carlos Saúl Menem rompió con los cánones de la política latinoamericana.

                                                Imagen promocional de la serie Menem.

El estreno de la serie de televisión Menem (disponible en la plataforma Prime Video) ha generado polémica y nostalgia en Argentina. Se trata de un programa de seis episodios que recrea el ascenso y caída de Carlos Saúl Menem, presidente de aquella nación sudamericana entre 1989 y 1999.

Como analista del discurso y la comunicación política, la serie me resultó interesante por ilustrar lo que hizo a Menem un personaje tan exitoso. Este presidente marcó un hito no solo por sus decisiones, sino también por su estilo retórico y comunicacional, que lo convirtió en una figura fascinante y polarizante. Su capacidad para conectar con las masas, su uso estratégico del lenguaje y la imagen, así como su presencia mediática, definieron un estilo único que rompió con los cánones tradicionales de la política argentina y latinoamericana.

Originario de la modesta provincia de La Rioja, Menem capitalizó su origen para proyectarse como un hombre del pueblo, accesible y cercano. Tenía una imagen física peculiar, marcada por unas enormes patillas –al estilo de los próceres del siglo XIX– y por una sonrisa inmensa. Esto se potenciaba con una forma coloquial, cálida y directa de hablar, que carecía de cualquier viso de formalidad. Frases como “síganme, no los voy a defraudar” o “estamos mal, pero vamos bien” le ayudaron a generar confianza en sus audaces planes para tratar de darle algo de racionalidad a la indomable economía argentina.

Menem fue pionero de la política entendida como un espectáculo permanente. Su estilo comunicacional era altamente performativo, diseñado para captar la atención y mantenerse 24/7 en el centro del escenario público. Él rompió con los moldes presidenciales, lo mismo al aparecer jugando futbol con Diego Armando Maradona o almorzando con la legendaria Mirtha Legrand, conductora del programa de variedades más famoso (y longevo) del país.

 

Menem cultivó deliberadamente la imagen de un playboy seductor y exitoso, ofreciendo siempre a la “prensa rosa” material para el chisme y la especulación sobre sus más recientes conquistas. Podía llegar a un evento oficial lo mismo usando un poncho tradicional montando un caballo blanco que manejando un Ferrari vistiendo llamativos trajes italianos.

Tal vez lo más impresionante de Menem fue su capacidad camaleónica para lograr el apoyo de las masas al tiempo que seducía a los grandes capitales extranjeros. Si bien comenzó su carrera como un peronista ortodoxo, defensor de un populismo estatista de “justicia social”, durante su presidencia mutó en un populista neoliberal, que hablaba con la misma convicción de apoyo al desvalido que de privatización y apertura económica.

La serie de televisión lo pinta como un hombre inescrupuloso e hiperprágmático, que sabía que para que los engranes del sistema funcionaran adecuadamente tenía que lubricarlos con generosas dosis de promesas, mentiras y dinero. Ello le permitió ascender a lo más alto del poder cuando nadie creía que un gobernador de una provincia pobre podría lograrlo, pero también le ganó odios intensos de enemigos que estaban, incluso, en su seno familiar.

En la cima de su éxito, cuando estabilizó el peso en paridad 1-1 con el dólar estadounidense, prometió a los argentinos que la llegada al primer mundo estaba al alcance de la mano. Tocó con ello una fibra muy sensible en el imaginario colectivo: la recuperación de la grandeza perdida. Pero del tamaño de las promesas fue el tamaño de la decepción.

Al final, Menem dejó el poder en 1999, envuelto en el escándalo y la desaprobación, principalmente por la corrupción de su entorno familiar y la incapacidad para dar respuesta a crecientes demandas sociales en un contexto de desempleo y recesión económica. La deuda pública y la convertibilidad del peso se volverían una herencia maldita para el país. Las presiones estallaron en 2001 con una crisis económica brutal que llevaría a la caída de su sucesor y, a la postre, al ascenso del populismo kirchnerista, un episodio de la misma magnitud pero de sentido opuesto al menemismo.

El estilo retórico y comunicacional de Menem dejó un legado ambivalente. Por un lado, su populismo retórico sentó un precedente para futuros líderes políticos en Argentina, señaladamente Javier Milei. Por otro lado, su estilo fue criticado por superficial y por priorizar la imagen sobre el contenido, lo que alimentó percepciones de frivolidad que, combinadas con el desgaste de su gestión, contribuyeron a su caída de la gracia popular.

Carlos Saúl Menem revolucionó la comunicación política en Argentina con un estilo que combinaba populismo con neoliberalismo y drama con espectáculo. Su legado comunicacional sigue siendo tan polarizante como su presidencia, dividiendo a quienes lo ven como un maestro de la persuasión de quienes lo critican como un ejemplo claro de manipulación y cinismo. Le recomiendo ver la serie para que usted llegue a sus propias conclusiones. ~

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