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Fernando Mires: La Cumbre por la Democracia en Chile, fue un fiasco

Líderes progresistas se unen contra el extremismo en Santiago

 

 

Seguro, el mundo está en peligro por el creciente aumento de autocracias y dictaduras, por el aparecimiento de gobiernos autoritarios e incluso inconstitucionales. En Europa, el avance del nacional-populismo mal llamado de “ultraderecha” cuyas asociaciones son en su gran mayoría aliadas de la dictadura de Putin en Rusia y sus partidos estandartes como Agrupación Nacional de Marine Le Pen y Alternativa para Alemania de Alice Waidel- hacen presagiar un futuro incierto. Más todavía si se tiene en cuenta que la lucha en contra de la invasión a Ucrania apoyada por todos los gobiernos democráticos no solo enfrenta destacamentos militares sino, además, partidos políticos pseudonacionalistas y pro-rusos enquistados en el interior de cada país.

En América Latina, en cambio, dictaduras autodenominadas de “izquierda” como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela constituyen el principal foco de la anti-democracia. Cierto es que ya comienzan a aparecer nuevos gobiernos autoritarios de “derecha”, como el de Bukele en el Salvador, quien ha cruzado la línea roja en temas relativos a los derechos humanos y la reelección presidencial. También es cierto que en diferentes países la ultraderecha está muy cerca del poder aprovechando el vacío de centro que caracteriza a la mayoría de las estructuras políticas latinoamericanas. Pero por el momento, insistimos, el peligro antidemocrático – a diferencias de Europa- está situado más al lado izquierdo que al derecho. De ahí que el llamado de los gobiernos de izquierda latinoamericanos por “más democracia siempre” sorprende.

Sorprende porque es una convocatoria de izquierda, hecha por un gobierno de la izquierda chilena, y dirigido a diferentes gobiernos llamados de izquierda (los de Brasil, Colombia, Uruguay y sorprendentemente España). La impresión general es que el llamado de Boric no fue hecho a las democracias sino a las izquierdas democráticas del continente. Si es así, debió haber dicho desde el primer momento: esta es una reunión exclusiva de izquierdas para las iquierdas y punto.

Hay democracias de izquierda y hay democracias de derecha, eso es evidente. Lo que no puede haber es dictaduras de izquierda y dictaduras de derecha. La razón es simple. Solo hay izquierdas y derechas allí donde es practicado el juego político a través de discusiones interparlamentarias y elecciones periódicas. O en otras palabras, la democracia es la libertad constitucionalizada e institucionalizada. Suprimido el juego político, y eso es lo que hace toda autocracia o dictadura, las nociones de izquierda y de derecha desaparecen pues carecen de sentido. Cuando más existen como ficciones ideológicas pero no como figuras políticas.

Bajo una dictadura no hay política y por lo mismo no puede haber izquierdas ni derechas. Por tal razón, no pocos hemos destacado que, si un gobierno se declara de izquierda, desde el momento en que se convierte en dictadura, pierde su condición de izquierda. Lo mismo vale para las dictaduras denominadas de derecha. De tal modo, hay un interés común a los partidos de izquierda o de derecha, y es el siguiente: más allá de las múltiples diferencias que se dan entre ellos, todos quieren existir. Y para existir necesitan de un techo común al que llamamos democracia. Por eso, suele suceder que en diversas luchas por la recuperación de la democracia, izquierdas y derechas democráticas suelen confluir. Sucedió en los frentes antifascistas de los años treinta en Europa. Sucedió bajo las dictaduras del Cono Sur del siglo XX en América Latina. Sucedió en la Polonia de Lech Walesa, cuando obreros socialistas coincidieron con sectores clericales ultraconservadoras en contra de la dictadura comunista. Sucedió en la Rusia de Putin cuando Navalni, quien por sus ideas podría ser catalogado como un nacionalista de derechas, llamó a votar por candidatos comunistas que se encontraban en oposición a la tiranía de Putin. En fin, así como hay izquierdas democráticas y antidemocráticas, hay derechas democráticas y antidemocráticas.

La noción de democracia no es antojadiza. Hablamos de democracia en un sentido mínimo, a saber, cuando los gobiernos se dejan regir por la Constitución y sus leyes. Pues bien, eso sucede en diferentes gobiernos latinoamericanos, sean estos de izquierda o de derecha. ¿Por qué entonces en la cumbre de Chile fueron convocados solo gobiernos que se dicen de izquierda en circunstancias que en estos precisos momentos las tres macabras dictaduras existentes en América Latina se dicen de izquierda?

Si se trata de defender a la democracia, hay que hacer un llamado a izquierdas y a derechas. Hacerlo solo a favor de las izquierdas, en desmedro de las derechas, es angostar el espacio democrático y luego, digámoslo sin titubear, es un acto, si no sectario, antidemocrático. La lucha por la democracia debe ser amplia o no ser. En la lucha por la democracia caben todos los gobiernos democráticos, sean de izquierda o de derecha, incluyendo a los más detestados por las izquierdas, como el de Milei.

Sí; el de Milei. Podemos en efecto estar en contra de Milei en miles de cosas, pero hay que convenir que su gobierno no es una dictadura. En Argentina hay una Constitución, hay partidos, no hay presos políticos (aparte de Cristina Fernández, cuya prisión no es política), hay libertad de opinión y de prensa, hay economía liberal porque simplemente hay un gobierno liberal pero, desde un punto de vista puramente político, hay probablemente más democracia que en algunos países de los gobiernos convocados por Boric a defender a la democracia. De tal manera, si el gobierno chileno quería hacer una cumbre para formar un frente democrático, resultó un acto fallido.

La de Chile no fue cumbre, cuando más una llanura (la de la izquierda) así como tanpoco surgió un Frente, cuando más un simple acuerdo entre partidos ideológicamente unidos. El concepto de Frente Democrático les queda muy grande a sus convocantes. El constituido debió haber sido llamado, “frente de la izquierda democrática”, o si prefiere, “frente socialdemócrata”. Esa fue seguramente la intención de sus patrocinadores. No era necesario entonces disfrazarla con el pomposo nombre de cumbre internacional.

Una toma de posiciones de las izquierdas latinoamericanas en contra de todas las dictaduras del continente, habría sido saludada en el mundo democrático como una clara y tajante división entre la izquierda constitucional y las dictaduras terroristas de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Eso habría incluso ayudado a la política interior que representa el gobierno de Boric, cuyo principal objetivo interno será desde ahora impulsar la candidatura de la comunista Jeannette Jara, para lo cual será necesario otorgar una apariencia socialdemócrata a esa candidatura a fin de alcanzar a por lo menos una parte del centro político sin cuyo concurso no se puede ganar ninguna elección.

En cierto modo estaban dadas las condiciones para que, a partir de la defensa de la democracia, la izquierda convocada realizara el mismo proceso de ruptura que tuvo lugar en la Europa de posguerra entre la izquierda democrática y la izquierda comunista. Una ruptura que la izquierda latinoamericana necesita con urgencia, toda vez que, debido a profundas transformaciones que han tenido lugar en la economía y en la sociedad ya no puede seguir representando al que fuera su sujeto histórico del pasado: los trabajadores fabriles, entre otras cosas porque las industrias tradicionales ya no son las locomotoras del crecimiento económico.

De acuerdo con la reciente historia de Chile, no está de más recordar que el proyecto revolucionario emergido durante el llamado estallido social del 2019 fue derrotado ampliamente en el plebiscito constitucional de 2022. Visto así, Boric y sus colegas invitados parecen ser conscientes de que la izquierda ya no encarna la idea de la revolución, solo la de algunos cambios sociales, y que “los partidos de las necesidades” deben ser coexistentes con “los partidos de las libertades”, es decir, por los defensores de la democracia constitucional.

Probablemente la mal llamada cumbre de Chile pretendió ganarle la mano a la derecha y así capturar la idea de la democracia en términos propios a las izquierdas. No resultó. Para que eso ocurriera, esa izquierda se encontraba en la obligación de romper consigo misma o con las tendencias extremistas que todavía anidan en ella. Desde la visión chilena eso solo puede ocurrir cuando el partido comunista, un partido socialdemócrata hacia lo interno pero estalinista hacia lo externo, renuncie a apoyar dictaduras como las “de izquierda” latinoamericanas, que se distancie de su antimperialismo puramente antinorteamericano o que extienda su antimperialismo hacia los imperios ruso y chino. Si no lo hace, resulta irrisorio que una izquierda chilena que apoya a una candidata cuyo partido está vinculado con las más siniestras dictaduras del mundo, pretenda presentarse como la impulsora de las luchas democráticas, como se desprende de las palabras de Boric, no solo en Chile, sino hacia otros otros lares del globo. No basta entonces con que Jeannette Jara diga: “Yo no soy Maduro”. Su partido es el que debe decir “estamos en contra de Maduro”, como ya lo ha dicho el presidente Boric.

La lucha por la democracia comienza en casa. Después continúa por el barrio. Nunca al revés. Antes de llamar a la democracia mundial, la izquierda chilena debe democratizarse más de lo que ha hecho hasta ahora si es que quiere constituir una alternativa electoral con cierta credibilidad frente a las dos derechas del país. Lo mismo vale para las izquierdas representadas en el evento. Bajo esas condiciones nos explicamos perfectamente por qué el comunicado final del encuentro fue sencillamente desastroso. Para ser una declaración internacional, un mamarracho. Una declaración donde solo se insinúa la necesidad de enfrentar al crecimiento de la llamada ultra derecha antidemocrática sin que aparezca una sola palabra en contra del trío dictatorial formado por Venezuela, Nicaragua y Cuba.

Como era de esperar, la declaración condena correctamente a Israel por los desmanes cometidos por el ejército en contra de la población civil palestina. Pero a la vez, no hay ninguna crítica al terrorismo islámico, tampoco en contra de Hezbollah y el Hamas y mucho menos en contra de ese centro terrorista mundial llamado Irán. Ninguna solidaridad con el pueblo sirio que en estos momentos enfrenta a grupos armados no solo apoyados por Israel sino también desde la Rusia de Putin. Pero no hemos llegado todavía al punto más crítico: en esa declaración tampoco encontramos ni un átomo de solidaridad con Ucrania, nación invadida por el imperio de Putin.

Pretender erigirse como vanguardia de la democracia y al mismo tiempo negar (sí, negar) solidaridad a Ucrania es abierta hipocresía. Más estridente ese silencio si tenemos en cuenta que el presidente convocador, Gabriel Boric, se ha pronunciado en diferentes ocasiones en contra de la invasión a Ucrania así como también, aunque de modo indirecto, de quienes apoyan a la Rusia de Putin, entre otros, el presidente Lula de Brasil. Frente a esa omisión no podemos sino concluir que, en el debate interno (si es que lo hubo) las posiciones pro-rusas y pro-chinas de Lula se impusieron por sobre las posiciones democráticas independistas de Boric. Si fue así, Boric no debió haber firmado el documento aún a riesgo de provocar una ruptura interna en el frente autollamado democrático de la izquierda latinoamericana. No estamos exagerando. Ese documento, tanto en su forma como en su contenido, podría haber sido firmado sin ningún problema por Maduro u Ortega, toda vez que en contra de las elecciones robadas y los crímenes cometidos por esos maleantes presidenciales tampoco hay una sola palabra.

Lamentablemente, para los presidentes democráticos de izquierda, las dictaduras latinoamericanas son solo algunos errores de poca monta. Estamos frente a un documento que no plantea ninguna lucha por la democracia en términos concretos, que no se opone explícitamente a poderes dictatoriales y que quiere pasar como manifiesto de una cumbre a favor de la democracia mundial.

Tampoco en el señalado documento final asoma alguna solidaridad con gobiernos democráticos europeos que, no contando más con la ayuda de los EE UU, apoyan militar y políticamente a Ucrania a la vez que intentan derrotar en sus interiores a los partidos de la derecha racista y homofóbica. ¿Será porque la mayoría de las democracias europeas no son de izquierda? Si es así, habría que recordar a los izquierdistas latinoamericanos que los grandes líderes de la lucha antifascista en Europa, entre ellos Churchill y de Gaulle, tampoco fueron de izquierda. Hoy, la mayoría de los gobiernos antiputinistas europeos son de centro derecha o liberales.

El caso de Lula lo podemos entender. Lula representa a una de las naciones más comprometidas económicamente con el imperio chino, es co-fundador de los BRICS junto a los imperios rusos y chino, y por cierto, a pesar de ser un gobierno democrático en lo interno, en lo externo forma parte de una órbita antidemocrática imperial. No es ese el caso de Boric, ni de Orsi, ni de Petro. La aceptación de la hegemonía política brasileña en el ámbito regional compromete a la lucha democrática latinoamericana. Ha llegado la hora de decirlo. Por cierto, Lula tiene todo el derecho para contraer relaciones económicas y políticas con las dictaduras de Rusia y China, pero por favor, no en nombre de la democracia.

Es una lástima que la izquierda democrática latinoamericana haya perdido la oportunidad para dar comienzo a una gesta democrática más allá del continente. La idea de llamar a un mejor entendimiento entre los gobiernos democráticos de América Latina y el mundo era, en principio, buena. Además, urgente. Más todavía si se tiene en cuenta que los gobiernos, partidos y movimientos autocráticos y dictatoriales se encuentran unidos entre sí formando una verdadera internacional antidemocrática. Actúan disciplinadamente en la UE e intentan ampliar su radio de acción hacia otros continentes. Esos peligros han sido extendidos hacia el interior de los EE UU a través de movimientos como MAGA, en directo contacto con la presidencia de Trump. Ha llegado la hora entonces de otorgar a la democracia un sentido militante y para eso son necesarias convocatorias internacionales, pero diferentes a ese engendro que apareció en Santiago de Chile.

La democracia es algo muy importante para hacer politiquería en su nombre. Las definiciones frente a las dictaduras, llámense estas de izquierda o de derecha, deben ser hamletianas. O se es o no se es. En el fiasco de Chile -eso fue- la izquierda democrática del continente demostró su incapacidad para saltar por sobre sus propias sombras. Una vergüenza.

 

 

 

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