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Redefinir el Futuro de la Industria de Petróleo y Gas

Parte IV: Aprovechar la Luna de Miel

Nestor Suarez - Economist. Msc and Phd in economics | LinkedIn

Néstor Suárez

PhD en Economía

 

En los tres artículos anteriores de la presente serie referente a nuestra propuesta para la privatización de la industria venezolana de petróleo y gas, presentamos primero el diagnóstico; seguidamente, a grandes rasgos, la solución planteada; y, en la tercera entrega, formulamos su implementación con mayor detalle. En el presente artículo, cuarto y último de la serie, explicamos los motivos que justifican ejecutar con carácter de urgencia dicho plan privatizador.

Muchos amigos cuyas opiniones valoramos y respetamos enormemente, algunos de ellos expertos con dilatadas y exitosas carreras en la industria de petróleo y gas, han manifestado que no es el momento de emprender un proyecto privatizador del alcance planteado. Argumentan que hay profundos problemas de variada índole y una enorme limitación de recursos. Los amigos tienen razón, sobran los problemas y faltan los recursos. Pero es precisamente por ello que debemos privatizar de inmediato, no hay tiempo que perder. A continuación, explicamos los argumentos que nos llevan a esta conclusión.

The Honeymoon Period

En la política de Estados Unidos, los analistas han acuñado la expresión “el período de luna de miel” para referirse a los inicios de una nueva administración, por lo general unos pocos meses. Durante este breve período, el nuevo gobierno experimenta un aumento de su popularidad y se genera un amplio respaldo para la implementación de sus políticas, tanto por parte del congreso como de los medios y el público en general. Venezuela no escapa a esta dinámica política que se explica por la esperanza de la gente en un futuro mejor.

Por otro lado, la experiencia histórica enseña que el ejercicio del poder desgasta la popularidad de los gobernantes. Incluso si se trata de un gobernante sabio y prudente, rodeado de ministros honestos, competentes y profundamente conocedores de las materias de sus respectivas carteras. Pero también si es un gobierno populista que reparte dinero alegremente. Más tarde o más temprano, la erosión de la popularidad del gobierno, de todos los gobiernos, es un fenómeno inexorable. En la medida que pasa el tiempo y se ejecutan los programas, el gobierno pierde popularidad.

Pero en la actual Venezuela, a la normal pérdida de popularidad, se suma la terrible presión social que significa que más del 80% de nuestra población vive en pobreza; y de estos, más de la mitad se encuentra en pobreza crítica o extrema. Las posibilidades de un estallido social van a estar siempre latentes; y estamos conscientes que la ejecución del ambicioso proyecto privatizador que se plantea será una tarea que tomará tiempo ejecutarla debidamente. Las bondades de sus frutos no serán evidentes de inmediato; los venezolanos las irán percibiendo paulatinamente.

Todo lo anterior nos lleva a concluir que el plan privatizador; con sus respectivas enmiendas constitucionales y nuevas leyes orgánicas; organización de los activos en empresas a ser registradas en la Bolsa de Valores de Caracas; y, convocatorias a licitaciones internacionales públicas y transparentes; debe iniciarse de inmediato mientras el nuevo gobierno disfrute de un sólido apoyo durante la luna de miel.

Las Lecciones de Nuestra Historia

Nada se parece más a nuestras actuales circunstancias que el siglo XIX, cuando nos independizamos del imperio español. Venezuela nació a la vida republicana en 1830 con un primer presidente militar, el General José Antonio Páez. Esta fue una constante a lo largo de todo el siglo: militares al frente de la primera magistratura. Los pocos presidentes civiles fueron casi todos desalojados del poder. Un par de ejemplos bastan para ilustrar el triste destino de los gobiernos civiles. En 1835 fue electo presidente el doctor José María Vargas, sin duda un hombre de grandes cualidades. ¿Qué pasó? Al año siguiente fue obligado a renunciar; ¿y quién lo sucedió? No es difícil adivinar la respuesta, un militar. En las elecciones presidenciales de 1860, por primera vez los venezolanos votan en forma directa y secreta, eligiendo por mayoría abrumadora a Manuel Felipe de Tovar. Al año siguiente renunció y lo sucedió brevemente otro civil, Pedro Gual, hasta que, casi de inmediato, la casta militar se impuso otra vez.

La segunda constante del siglo XIX fue la reelección de dichos militares, aunque más bien sería imposición por la fuerza. Páez fue tres veces presidente; el General Carlos Soublette dos veces; el clan de los Monagas, José Tadeo, José Gregorio y José Ruperto, cinco veces; el General Antonio Guzmán Blanco tres veces; y, el General Joaquín Crespo fue presidente dos veces ya que no pudo llegar a una tercera presidencia por culpa de una bala que se le atravesó en el camino durante la batalla, o tal vez escaramuza, de la Mata Carmelera.

La tercera constante fue la inestabilidad social y política; pero no es de extrañar por cuanto lo que nace torcido es difícil enderezar. Según el historiador Caracciolo Parra Pérez en su magistral “Historia de la Primera República de Venezuela”, obra imprescindible para entender los inicios del proceso independentista, en 1810 “nuestros criollos no tenían serias e irrefutables razones de descontento contra el régimen” y aun así lanzaron al país a un conflicto fratricida. Dicho conflicto, con sus altos y bajos, conocido con distintos nombres; Guerra Federal, por ejemplo; no culminaría hasta que en 1902 los Generales Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez se impusieron en la batalla de La Victoria.

Y, producto de todo lo anterior, la cuarta constante fue la pobreza de las inmensas mayorías, calificada por algunos como “pobreza de solemnidad”.

Nuestro siglo XIX fue un drama, un vasto mar de malos gobiernos, presidentes autoritarios y funcionarios corruptos e incompetentes. La excepción, como pequeñas islas en ese mar, fueron los actores honestos y decentes, quienes por lo general terminaron mal. Tomando el pasado como guía para el análisis y habiendo transitado ya un cuarto del siglo XXI, los escenarios futuros no son muy halagüeños. Al ver la situación presente es imposible escapar a los paralelismos con los albores de nuestra historia republicana: militarismo, reelecciones que más bien asemejan imposiciones, inestabilidad política y social; y mucha pobreza.

Si alguna certeza tenemos, en base a lo anteriormente expuesto, es que para lo que resta del presente siglo, los buenos gobiernos estarán en franca minoría y serán superados por los malos gobiernos en años de ejercicio del poder. Entonces, cuando tengamos un buen gobierno como el que se avizora en el horizonte cercano, será el momento oportuno de ejecutar el plan privatizador. O acaso, nos preguntamos, ¿es preferible esperar a que nuevamente estemos bajo la bota de un gobierno autoritario, incompetente y corrupto?

El Sheikh Yamani y la Edad de Piedra

Ahmed Zaki Yamani fue un personaje legendario en el mundo petrolero. Sirvió como ministro de Petróleo de Arabia Saudita desde 1962 hasta 1986. Del tema conocía; y mucho. En una entrevista que concedió en junio del 2000, hoy famosa y ampliamente citada, Yamani hizo una predicción contundente: “El petróleo será dejado en el subsuelo. La Edad de Piedra llegó a un final no porque tuviéramos una falta de piedras, y la edad del petróleo llegará a un final no porque nos falte petróleo”. La tesis de Yamani es simple, la Edad de Piedra llegó a su fin por un cambio tecnológico. Como hoy sabemos, el hombre desarrolló la metalurgia e hizo mejores herramientas, inicialmente de bronce, dando inicio a la que conocemos como la Edad de los Metales. E igual sucederá, en opinión del Sheikh Yamani, con los combustibles fósiles; serán sustituidos por nuevas tecnologías en materia energética; y, “el petróleo será dejado en el subsuelo”.

Las primeras señales de este cambio tecnológico ya las podemos ver en la industria automotriz y en la generación de electricidad.

En el 2024, China, el mayor mercado y constructor de automóviles del mundo, produjo para consumo interno y exportación, más de 31 millones de vehículos, de los cuales aproximadamente el 40% fueron eléctricos o híbridos. En Noruega, país petrolero como nosotros, durante el 2024 se vendieron poco más de 150.000 carros; y, de este total, los eléctricos e híbridos obtuvieron más del 74% de participación de mercado. Estas impresionantes cifras se mantienen al presente; por ejemplo, en abril 2025, los carros eléctricos e híbridos representaron el 97% de las más de 11.000 unidades nuevas registradas en Noruega.

Todo indica que esta tendencia en el mercado automovilístico se acelerará, por cuanto el componente de mayor costo, la batería, está bajando de precio vertiginosamente. Esta baja se explica por las innovaciones, después de años de investigación y desarrollo, respecto a su composición química; la cual permite, entre otras cosas, almacenar más energía, a menor peso y con tiempos de carga rápida.

Se estima que los carros eléctricos están muy cerca de alcanzar paridad de costos de producción con sus similares de combustión interna; pero a un menor costo de mantenimiento por cuanto tienen menos piezas y componentes. Y respecto al consumo, en términos de energía para desplazarse, todos los estudios serios indican que los carros eléctricos son notablemente más baratos de operar, incluso en lugares con altos precios de electricidad. En su “Global EV Outlook 2025”, la International Energy Agency (IEA) dice: “Hoy en día, los autos eléctricos suelen tener un costo total de propiedad más bajo que los autos con motor de combustión interna durante la vida útil del vehículo, debido a los menores gastos de combustible y mantenimiento”.

Igualmente, en el área de generación eléctrica, se viene dando una verdadera revolución tecnológica. El crecimiento de la potencia instalada, tanto solar como eólica, es impresionante. En plantas solares, a finales del 2024, el mundo superó los 2 TW de potencia instalada. En el mismo año, la generación eólica sumó 117 GW en nuevas instalaciones, para un total de 1,1 TW de potencia instalada global. Y no son únicamente las instalaciones solares y eólicas que crecen a un ritmo acelerado. También las plantas generadoras con tecnología hidroeléctrica, geotérmica, biomasa, biogás, biocombustibles y mareomotriz están en franco crecimiento. Actualmente, las energías renovables representan aproximadamente el 30% de la generación mundial de electricidad.

Hoy día, los costos para construir plantas solares y eólicas, por MW de potencia instalada, son menores a las plantas de combustibles fósiles. Sin contar que, para su operación, los combustibles propiamente, la luz solar y el viento, son gratis.

Por lo expuesto, y de cumplirse la profecía del Sheikh Yamani, existe la posibilidad que los precios del petróleo caigan y afecten gravemente el valor de mercado de la industria. No podemos jugar y arriesgar el futuro de los venezolanos, apostando irresponsablemente a que se mantendrá la situación actual de la industria petrolera. ¿Cuánto tiempo nos queda para aprovechar la actual ventana de oportunidad y privatizar a buenos precios? Es imposible predecir el futuro con total certeza, pero las tendencias son claras y las nuevas tecnologías están produciendo cambios tectónicos en el mundo de la energía. Estamos obligados a actuar con carácter de urgencia y convertir en prosperidad y bienestar para todos lo que actualmente es una enorme riqueza enterrada en el subsuelo. En el futuro cercano, de materializarse en toda su amplitud el desarrollo tecnológico que estamos viendo en automóviles y generación eléctrica, los combustibles fósiles podrían sufrir el mismo destino que la Edad de Piedra.

La Dulce Espera

En ocasiones es importante esperar, tener paciencia hasta que las condiciones sean favorables. Pero hay casos en los cuales la espera es perjudicial. Nuestra reciente historia económica contiene una lección amarga respecto a las consecuencias negativas de esperar.

El 23 de enero de 1961, durante el gobierno del presidente Rómulo Betancourt, se promulgó la constitución de nuestra incipiente democracia. Ese mismo día se decretó la suspensión de la garantía económica contemplada en el artículo 96 constitucional, el cual establecía: “Todos pueden dedicarse libremente a la actividad lucrativa de su preferencia…” sin más restricciones que aquellas por razones de seguridad, salud e interés social.

Ya sea por exceso de prudencia o cualquier otra loable razón, esta suspensión de la garantía constitucional que protegía la libertad económica se mantuvo por décadas. Nunca era el momento adecuado, “hay que esperar” repetían como una letanía funcionarios de todos los niveles y políticos de todo el espectro ideológico.

Pero hoy nos damos cuenta, con claridad meridiana, de las funestas consecuencias de esta “dulce” espera.

La mayor parte de nuestra clase empresarial, ante la incertidumbre legal, se acostumbró a buscar el favor del gobierno de turno para obtener protección y privilegios. Estos se convirtieron en empresarios de la zalamería, más acostumbrados a obtener prebendas que a competir en el mercado abierto.

Los inversionistas, foráneos y locales, ante la falta de seguridad jurídica, reducían sus inversiones en Venezuela; o simplemente arriesgaban sus capitales en otros mercados que otorgaban mayores garantías legales.

Como consecuencia de todo lo anterior, el crecimiento económico fue menor al potencial que nuestras circunstancias favorables auguraban; y la generación de empleos formales, bien remunerados, no logró alcanzar para todos los venezolanos que cada año entraban al mercado laboral, con la consecuente informalidad y precariedad.

Entonces, cabe preguntar ante la actual coyuntura, ¿a qué debemos esperar? ¿A que el nuevo gobierno pierda el apoyo popular? O peor, ¿que sea desplazado por un déspota ignorante, prepotente y corrupto? ¿O que el valor de los activos petroleros se desplome por un cambio tecnológico?

Nuestro llamado, con carácter de urgencia, es que debemos iniciar de inmediato la privatización de toda la industria de petróleo y gas, incluyendo la riqueza mineral del subsuelo.

Nuestros jóvenes tienen grandes sueños y quieren un país mejor. Se ilusionan con la promesa de convertirnos en un gran hub energético y tecnológico. Para convertir esta promesa en realidad debemos ejecutar, sin dilación, el proyecto más importante y ambicioso de nuestra historia. La privatización transformará nuestro país y lo convertirá en una potencia de primer mundo, llevando prosperidad y bienestar a todos.

There is no alternative Margaret Thatcher

 

 

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