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Ángeles Mastretta – De repente: un misterio

Puerto libre, blog de Ángeles Mastretta

 

A mi estudio, que está en un tercer piso, entró, caminando a brincos, un pájaro. Se detuvo a la altura de mis pies. Me quedé inmóvil, para no asustarlo. Lo vi desde mi asiento, andar alrededor, torpemente, meneando la cabeza con escrúpulo. ¿En dónde estaba? ¿Qué era eso? ¿Una flor grande? No, quise decirle, es mi zapato tenis que es de colores. Así se usan ahora. Antes sólo los había blancos. Hoy los hacen con matices y estos me encantaron. Como ves son azules, con un ribete lila y uno naranja. Hasta hace poco eran nuevos, no los había manchado, quería estrenarlos en un viaje, porque yo soy de la generación que aún piensa que al aeropuerto hay que ir bien vestida. Pero vino mi nieto cuando yo estaba probándomelos y quiso que bajáramos al jardín, así que fui tras él hasta el parque; cruzamos la avenida grande y entramos por la puerta chica que abrieron para que pasaran los de las bicicletas y que ahora usamos los peatones para colarnos entre ellos y tener una puerta más cerca del semáforo. Empezaba a chispear y mis zapatos dejaron de ser nuevos, pero siguen bonitos ¿verdad?

Yo seguía impávida, pero él se había puesto nervioso. Dió vueltas como si buscara su alpiste o estuviera en la rama de un árbol. Oteaba. La pata de un banco, el cable de la lámpara de pie, el tapete delgado, el piso de madera alargándose, como si lo convocara a reconocerlo. Se alejó por ahí. Entonces, yo me moví despacio hacia la ventana, pensando: él debió subir por el tiro de la escalera. Entró por la puerta de la cocina y como todo alrededor son más puertas, porque esta casa está llena de recovecos, voló por el único espacio por el que podía verse el cielo. Y llegó hasta los vidrios del tragaluz. De ahí habrá buscado salida por la escalera que viene a mi altillo y ahora está aquí, confundido, otra vez en lo plano, él que es del aire. Empujé la ventana y me hice a un lado para volver a la firmeza, esperando a que él se diera cuenta de que ahí estaba, frente a sus alas, ahora sí: el cielo. Y yo como estatua, como tanto me cuesta quedarme, quieta en espera de su vuelo, quieta como quien ve la vida desde la orilla de la muerte. Lo vi girar sobre sus patas, urgando el aire, receloso. Y yo deteniendo el aliento: sal, pues, querido niño con alas. No quiero que vayas a subirte a la punta del librero, tampoco que pases aquí la noche, mira que no tarda en oscurecer. Sal, mira este hoyo de luz largo, que no termina nunca. Se llama horizonte. Alcánzalo.

“¿Cómo vas?” me pregunta una voz que viene subiendo la escalera. “Bien” digo susurrando. “No te oigo” dice la voz que rompe el aire. Y entonces el chiquito presiente. Conmovido, temblando, el amuleto de un instante, el quitapesares da un último brinco y abre las alas. Pasa cerca de mi quietud y se unde en el azul pálido de esta ciudad. “Se metió un pajarito”, digo. “¿Cómo crees? ¿En dónde está?”. “No sé”, respondo.  Porque cómo voy a saber, si es imposible asir el horizonte, nombrar el temblor de intimidad que tuve con un ser vivo que no es de mi especie, ni sabe de palabras, pero me quitó el aliento. No sé. Qué sabe uno de nada. ¿Verdad?

Punto y seguido: Tengan ustedes un buen incio de semana.

Canción para este momento: Serrat. “Hoy puede ser un gran día”.

 

 

Piano para pensar: Reverie, L 68 Claude Debussy  https://open.spotify.com/intl-es/track/16dK08KnMolT83HkhFqp1i?si=7deb6e22511843e5

Palabras para hoy: Las ideas devienen pájaros de pensamiento y a ¿a dónde vuelan? A una trémula eternidad, como un éter roído por las reflexiones. Claude Cioran

Deseo de hoy: Preocuparme menos por lo irremediable. (Sugerencia del buen boticario Diego Sauri)

Libro de hoy: El territorio de la memoria. Juan Cruz y su prosa lúcida y lúdica recuerda con la precisión de quien ama.

 

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