Derechos humanosDictaduraÉtica y MoralPolíticaViolencia

Nicaragua: vivir bajo la sombra del miedo

Antes, la orden era clara: “Dirección Nacional, ordene”. Ahora, el mandato viene envuelto en una frase que todos entienden: “lo dice la Compañera”

Todos somos Daniel

 

En Nicaragua, millones de personas viven atrapadas en una represión permanente. La sensación de desesperanza se ha instalado en la vida cotidiana. Administrar la incertidumbre de lo que traerá el mañana es un ejercicio agotador. Las instituciones no funcionan y la ley dejó de ser un instrumento para proteger derechos humanos. Ante este panorama, la pregunta se repite en cada rincón: ¿cómo salir adelante en medio de tanta adversidad?

La angustia se agudiza para quienes están vinculados a las estructuras partidarias del FSLN. Desde siempre, el sandinismo oficial ha utilizado la llamada “sanción partidaria” para castigar el “diversionismo ideológico”: cualquier discrepancia, cualquier pensamiento propio que no reproduzca el discurso oficial. Antes, la orden era clara: “Dirección Nacional, ordene”. Ahora, el mandato viene envuelto en una frase que todos entienden: “lo dice la Compañera”.

En este sistema, el miedo se vive en dos niveles. Los militantes de base temen perder el sustento de sus familias; basta con que un colega malinforme sobre ellos para caer en desgracia. Los que ocupan posiciones de poder —ministerios, alcaldías o escaños en supuestas elecciones— viven con el mismo temor. Saben que, con una simple acusación de “pérdida de confianza”, pueden ser destituidos, y en el peor de los casos, encarcelados.

Quienes alimentan esas acusaciones son las estructuras de vigilancia interna, una red invisible pero omnipresente. Las conversaciones por teléfono se cuidan como si fueran secretos de Estado: todos saben que las líneas de los mandos intermedios y altos están intervenidas. La vigilancia la ejecutan expertos formados en la temida Dirección General de la Seguridad del Estado (DGSE), algunos de los cuales, irónicamente, hoy también están en la lista de perseguidos por la propia Compañera.

La pregunta resuena: ¿quién está realmente a salvo? En este ambiente, la supervivencia se juega en las pequeñas alianzas, en quedar bien con quienes tienen el poder de hundirte. El servilismo se ha convertido en la moneda de cambio para no ser el próximo en la lista negra.

El FSLN, tal como opera hoy, ha dejado de ser un partido político. Funciona más como una empresa familiar aferrada al poder. Sus seguidores ya no defienden una ideología, sino beneficios materiales y cuotas de influencia. El control de la familia Ortega-Murillo se basa en el miedo, y la autocensura se ha vuelto más efectiva que la vigilancia directa.

Para los mandos y para la base, el día a día se ha transformado en un terreno minado. Las salidas son pocas y arriesgadas: seguir callados esperando que el sistema colapse por sí mismo; huir del país para salvar la vida; o mantener un cuidadoso distanciamiento dentro de Nicaragua, confiando en que amistades estratégicas o favores a los mandos intermedios les den una protección frágil y temporal.

La gran incógnita es si esos mandos intermedios tienen el control de sus propias vidas, o si la familia Ortega-Murillo también decide sobre el destino de sus familias e hijos. Todo indica que esa independencia ya se perdió. Y, en un país donde el miedo gobierna, esa es quizás la derrota más profunda.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba