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Gabriela Bustelo: Motín en el manicomio

«Bienvenidos a España, el manicomio más poblado del mundo. Disfrutad del ‘show’ y, sobre todo, pagad vuestros impuestos para poder financiar este montaje colosal»

Motín en el manicomio

Ilustración de Alejandra Svriz.

 

Puede que ya se os haya borrado del ram del cerebro. Pero hubo un tiempo en que España funcionó. Lenta, corta de reflejos, instalada en sus defectos, sea como fuere, el engranaje nacional giraba. Este país tuvo gobernantes verosímiles, administradores capaces y economistas rigurosos, gentes que entendían nociones comopresupuestos, ‘infraestructuras’, deuda pública’, ‘coherencia legislativa’, ‘separación de poderes’, ‘compromiso internacional’. Por mítico que nos parezca hoy, así fue. ¡Pero qué aburrimiento era todo aquello! La monotonía de una democracia funcional resultaba insoportable. Así que, abrazando el modelo fáustico del mundo al revés, las mentes más volátiles de la patria dieron un cogotazo a la lúgubre normalidad.

Hoy el manicomio nacional que llamamos España es oficialmente aceptado por todas las altas instancias occidentales. Como ocurre en las ficciones góticas de subversión de la realidad, nos hallamos ante un ciclo recurrente de hechos escalofriantes, aterradores, que en el contexto dislocado del relato se aceptan como etapas de una rutina cotidiana. Pensemos en el Melmoth de Charles Maturin, que transcurre en España en buena parte, cuyo lector se identifica con el personaje de Stanton, obligado a soportar la locura circundante mientras sufre la «condena de la lucidez», sin poder hacer nada para alterar el transcurso de los acontecimientos. El español medio, como Stanton, tiene conciencia de padecer el «maleficio de la cordura», mientras sobrevive atrapado entre los dementes que controlan el manicomio. Día tras día, año tras año, su salud mental parece sucumbir al aciago juego: ¿quién está loco?, ¿quién está cuerdo? Y ¿quién está cualificado para llamar psicópata a quién? Todo indica que los cuerdos están locos y los locos, cuerdos.

La nueva España fáustica luce un aparataje político disfrazado de normalidad verosímil. Los «directores» del país tronado llevan la vestimenta adecuada, discursean con una verborrea plausible y presentan cifras económicas cuyo optimismo abrumador solo puede proceder de seres rotundamente ajenos a la realidad cuantificable. Encandilan al mundo con una sonrisa rígida y ese aplomo característico del individuo que vive en un universo paralelo. «Tenemos una tasa de crecimiento imparable, generada por un modelo doxástico, convectivo, autocausante y ecoamigable».

«¡Somos los mejores del mundo!», proclaman. «¡España va como un cohete!» El caso es que la Europa septentrional, educadamente desconcertada, pero impresionada por la convicción de los chalados españoles, asiente. «Qué país tan singular», susurran los altos cargos de Bruselas mientras firman otra subvención multimillonaria a fondo perdido. Lo de la OTAN se ha complicado un poco, porque hay un viejales americano que nos quiere hacer pagar la parte que nos toca. Lo lleva claro. No sabe con quién se ha topado. Alguien debería explicarle que España es el país sablista número uno, en las Cumbres de los Veintisiete, en la Alianza Atlántica y en la Conchinchina.

A todas estas, ¿qué rol tenemos nosotros, los españoles, la muchedumbre internada en el sanatorio? La verdad es que somos los encubridores perfectos de esta España reconvertida en manicomio fáustico. Nos gusta regalar el poder político y el dinero público a una tropa de bufones desquiciados para poder escandalizarnos y dar palmotadas en la barra del bar. ¡Ponme otra, Manolo! En las lindes del frenopático, por supuesto que hay crédulos que se comen el relato entero, del cero al infinito. Te explican que el caos es dinamismo, que el tercermundismo es flexibilidad y que la corrupción es redistribución puntera de recursos. Algún interno más perspicaz vive angustiado, farfullando que se niega a vivir en un manicomio secuestrado por un payaso indocumentado. Pero si alguien le pregunta a quién se refiere, sonríe bobaliconamente y calla.

La locura, cuando se institucionaliza con suficiente autoridad, se convierte en la nueva cordura. Desde luego, las iniciativas te dejan con la boca abierta. ¿Quién se atreve hoy a cuestionar la brillantez de asociarse con los terroristas que han acribillado a balazos a tus compañeros de partido? ¿Alguien va a echar de menos a unos jueces apolillados cuando los directores del manicomio saben por ciencia infusa lo que está bien y lo que está mal? ¿Y el golpe maestro de llamar igualdad socialista a la financiación privilegiada de todos los agresores del país, desde los secesionistas congénitos hasta los delincuentes trotamundos? ¿Y esa idea fabulosa de proteger legalmente a los ladrones de casas, persiguiendo judicialmente a los legítimos propietarios? Por no hablar de la maniobra rutilante de convencer al mundo de que el español es un idioma marginal y que la población global lo que anhela desesperadamente es poder hablar por fin en catalán, euskera o bable. La última astucia insuperable de la cúpula majareta es usar el feminismo como marca comercial de un núcleo dirigente formado por puteros y acosadores. Menudo proyecto estratégico para el siglo XXII.

Porque, oye, cualquier programa funciona si lo atiborras de millones públicos. No veas lo que dan de sí los impuestos de los reclusos del manicomio, que se hacen llaman el electorado. Esta pobre gente, los contribuyentes, son una mina de oro. El dinero que entra en la tesorería del frenopático es una cascada inagotable. Solo hay que alargar la mano para desviarla en la dirección adecuada.

La magia del sistema español —mejorando a Maturin— está en su capacidad para imponer el absurdo. Los directores del manicomio no se limitan a gobernar; patologizan la verdad, capitalizan la mentira y decretan la amnesia como patriotismo, imponiendo una recalibración correctiva de la memoria. No es solo que los lunáticos gobiernen y atormenten a los cuerdos. Es que han reescrito el manual de diagnóstico. La disidencia es «rechazo del progreso». La cordura es «apego obsoleto a una realidad superada». La fluida mutación terrorista de los pasamontañas ensangrentados a los trajes encorbatados es un modelo de democratización sociológica, explica el ministro de Serenidad Histórica. «En España somos pioneros en rebranding de violencia».

Todo el engranaje institucional se ha reconvertido en una máquina perfecta para oficializar los delirios de estos captores. ¿Y aquellos burócratas que gestionaban una España funcional que ya nadie recuerda? ¿Qué ha sido de ellos? Bah. Ni caso. Oficialmente, están diagnosticados como «gente muy peligrosa» por cuestionar los métodos rompedores y vanguardistas de los líderes zumbados.

Así que bienvenidos a España, el manicomio más poblado del mundo. Disfrutad del show y, sobre todo, pagad vuestros impuestos para poder financiar este montaje colosal. El mundo entero ya flipa con el espectáculo. Somos la farsa definitiva. Y la representamos con una convicción digna de un Goya a la Mejor Película Eterna en Tiempo Real. Hay rumores de un puñado de valientes que conspiran para echar a los locos, pero chitón, que hasta las paredes oyen.

 

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