Gehard Cartay Ramírez: La política del «todo vale»
La política, bien entendida, es una vocación de servicio público que finalmente se realiza mediante el honesto ejercicio del poder. No entenderla ni practicarla desde esta concepción implica el torvo propósito de aprovecharse de aquel de manera concupiscente y deshonesta, como usualmente sucede.
Por esta y otras razones, la mayoría de la gente desconfía de los políticos y de los gobernantes, aquí y en todas partes. Existe, por supuesto, una clase política decente, capaz y con vocación de servicio público, aquí y en todas partes también. Pero parecieran ser los menos entre todos aquellos y, tal vez por eso mismo, no se sienten ni participan como es debido. Por eso, igualmente, la mayoría de las veces son desplazados de la atención ciudadana porque los escándalos y trapacerías de los políticos y gobernantes corruptos los opacan, cuando debería ser lo contrario. Son, ciertamente, una especie en extinción.
En cambio, sus contrarios, aunque no sean mayoría, se hacen sentir como si lo fueran. Y así ha surgido la política del “todo vale”, es decir, la práctica malévola según la cual hay que hacer lo que sea necesario a fin de tomar el poder y, sobre todo, para mantenerse en él sin considerar sus consecuencias. Por eso mismo, siempre apelan a la reelección indefinida, como si el Estado y el gobierno fueran su propiedad privada, cerrando así el paso al necesario relevo generacional.
A estos efectos, los escrúpulos no importan en lo absoluto porque “el fin siempre justifica los medios”, es decir, la ética carece de la más mínima importancia y menos aún los principios morales. “Todo vale”, en suma, con tal de tomar el poder y controlarlo el mayor tiempo que sea posible.
Ese ha sido siempre el principio básico contra las democracias. Ese perverso “todo vale” incluye, por supuesto, la burla, el desprecio y el irrespeto de la voluntad popular. El “todo vale” significa desconocer la opinión de la mayoría y pretender convertir a una minoría absoluta en la que decide todo. El “todo vale” implica sustituir la voluntad de quienes son más en cantidad y, por tanto, tienen total capacidad para decidir su destino, por la de un grupo minoritario que sólo piensa en sus particulares intereses y no en los de la mayoría.
La historia, en este sentido, demuestra que tanto las ideologías de extrema izquierda y las de extrema derecha usan el sistema democrático a su conveniencia y, una vez instaladas en el poder, destruyen sus principios y asumen abiertamente el totalitarismo, desconociendo la voluntad de las mayorías y el principio de la alternabilidad democrática. Y es que -insisto- para lograr sus fines no importan los medios, según el viejo manual maquiavélico. Sobran los ejemplos en la historia reciente del planeta.
El apotegma del “todo vale” lo practican por igual los políticos deshonestos e inescrupulosos que, como bien se sabe, están en todas partes, sean de izquierda, centro o derecha, del gobierno o de la oposición y, por supuesto, entre aquellos que pretenden ser una cosa y la otra al mismo tiempo, practicando un oportunismo que, casi siempre, está motivado por la obtención de ventajas económicas, así sean las boronas que caen de la mesa de los poderosos.
Dentro de esta política del “todo vale” se cuentan también la utilización del sicariato contra el adversario político -la reciente muerte del joven prescandidato presidencial Miguel Uribe Turbay en Colombia lo comprueba una vez más dentro de una lista de víctimas que avergüenza al sistema político del hermano país-, del narcotráfico y del terrorismo como medios para financiar campañas, atentar contra las democracias y la seguridad nacional de los países, sin importar tampoco sus letales secuelas. Igualmente convierten en instrumentos a su favor la judicialización de la política para perseguir y condenar a sus adversarios por el “delito” de oponerse al “todo vale”.
La política del “todo vale” ha sido también un instrumento siniestro cuando lo han utilizado candidatos electorales prometiendo soluciones que no estaban en capacidad de cumplir y, una vez llegados al poder, hicieron todo lo contrario. Hay suficientes ejemplos en las democracias que sufrieron esta degeneración populista y demagógica y, por ende, sus trágicas consecuencias, sin que a sus autores les importara en lo más mínimo.
Sin duda que esta es una de las amenazas más serias que confrontan las democracias a nivel planetario: la de que “todo vale” en política si el fin lo justifica y eso envuelve el uso del sicariato, la mentira, la corrupción y la inmoralidad a todos los niveles.