Jorge Vilches: Antipolítica al gusto de Sánchez
«El marco establecido por el sanchismo es la imposibilidad de conciliación, el antagonismo puro y extremo que justifica todo acto antipolítico o autoritario»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Estoy convencido de que la tardanza del Gobierno de Sánchez en la respuesta a las tragedias y la escasez de recursos ofrecidos para ayudar a las víctimas responde a una estrategia. No es una cuestión de torpeza o descuido. Es deliberado. Lo demuestra el discurso agresivo que utilizan desde el comienzo del desastre y en todos los frentes.
Los sanchistas no hacen la clásica retórica de acompañamiento de las víctimas, postergando la exigencia de responsabilidades políticas a que haya pasado el episodio y sea investigado. Aprovechan un momento de gran emotividad para insultar y acusar al enemigo con el objetivo de trasladar a la gente que la democracia es el antagonismo extremo sin posibilidad de colaboración. Esta estrategia sanchista ha triunfado, rompiendo así el paradigma que teníamos desde la Transición, que consistía en el respeto más o menos real de la conciliación como esencia de la democracia.
El propósito del sanchismo es cambiar las reglas de la democracia de manera que se excluya a las derechas de la vida política. Esto es jugar con la antipolítica en el sentido de quebrar las formas y los cauces establecidos para la resolución de los conflictos, y normalizar la exclusión del otro. De ahí que en la mentalidad progresista cualquier atentado a la democracia liberal, o de violación de las instituciones de la Constitución de 1978, sea admisible si con ello se aparta a las derechas. Lo vemos a diario: el marco establecido por el sanchismo es la imposibilidad de conciliación, el antagonismo puro y extremo que justifica todo acto antipolítico o autoritario.
Una buena muestra del éxito de esa forma antagónica de mostrar la política es que Sánchez y ninguno de los suyos, incluida la directora de Protección Civil, pueden salir a la calle ni abrir las redes sociales. El discurso de odio genera un repudio mutuo basado en la ilegitimidad y en la toxicidad de la presencia del otro en el ámbito público. No hace falta más que abrir una red social para ver el tono de las «críticas» a Pedro Sánchez y a sus servidores, que abarcan cualquier faceta personal y política con todo tipo de degradaciones.
Ese juego irresponsable con la antipolítica tiene un efecto no deseado por el sanchismo: su descontrol. A Sánchez, como a todo político, le gusta controlar el desarrollo y el resultado de sus estrategias. Sin embargo, cabalgar lo antipolítico no es muy seguro, sobre todo si la gobernanza es infumable. Lo explico con más claridad.
«La corrupción, la mala gestión y las mentiras descaradas están generando un sentimiento antipolítico que crece con mucha fuerza»
La corrupción vergonzosa, la mala gestión palmaria y las mentiras descaradas, mezcladas con la certeza absoluta de que el Gobierno no busca el interés general en medio de las tragedias, sino solo el beneficio de su presidente, están generando un sentimiento antipolítico que crece con mucha fuerza. Pero no la antipolítica como la entiende Chantal Mouffe, que es la visión de cambio de paradigma que pretende el sanchismo, sino como la presentaba Carl Schmitt; es decir, que la dialéctica de amigo-enemigo pase a un nivel superior. Me refiero a que el ciudadano corriente vea que su antagonista es el sistema, no este o aquel partido o político, no el PSOE o el PP o cualquiera de los otros, sino el conjunto de instituciones, leyes y actores.
Creo que estamos llegando a ese punto en que la antipolítica está descontrolada. Me refiero a ese momento en el que el individuo antipolítico ve que su enemigo es la clase política y el entramado legal e institucional porque son obstáculos en su vida cotidiana, mostrándose inútiles en tragedias como la dana o los incendios. Esa antipolítica provoca una despolitización; esto es, que la gente pase de votar y de los partidos, y que piense que la solución de sus problemas no pasa por la política ni por la actuación de las distintas administraciones del Estado y sus gobiernos, y menos de la Unión Europea. La prueba es que la gente reclama al frente de lo público a técnicos, a personas ajenas a cualquier interés ideológico o partidista.
El repudio general que se observa hacia la religión oficial del ecologismo tras las tragedias de la dana y de los incendios, y la petición de profesionales técnicos para solucionar el caos, es una excelente muestra. La frase tantas veces oída de «¿Dónde están ahora los ecologistas?», o «Solo el pueblo salva al pueblo» son un buen reflejo de ese sentimiento antipolítico. El discurso institucional y el debate entre políticos se sienten muy lejos de la realidad de la vida cotidiana, y las leyes que lo acompañan son tenidas por absurdas. Y ciertamente es ridículo legislar desde un despacho que no se pueda tocar una piña o una brizna de pasto para proteger una biodiversidad que ahora arde sin control por no haber tocado ese material inflamable.
Otro ejemplo de que a Sánchez se le ha descontrolado la antipolítica es que ha anunciado que su gran medida contra los incendios es crear una «comisión interministerial contra el cambio climático», como si la gente fuera gilipollas. Esa comisión, por cierto, existe desde 2011, a la que se cambió el nombre en 2018, y que no ha dado ningún resultado. Atención, porque el modelo antipolítico de democracia se está alimentado constantemente y está desmadrado. Y cuando esto pasa no ocurre nada bueno.