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Soledad Morillo Belloso: El crimen no tiene ideología

Soledad Morillo Belloso

No basta con dolerse sólo por los nuestros. No basta con que el duelo se active únicamente cuando el rostro de la víctima nos resulta familiar, cuando el nombre nos toca por cercanía, por afinidad, por simpatía. El asesinato no es un asunto de bandos. Es una fractura del pacto humano. Y ese pacto, aunque invisible, es lo único que nos sostiene como especie.

Hay momentos en que el mundo se quiebra en un solo disparo. El asesinato de Charlie Kirk, ocurrido en plena gira universitaria en Utah, no es sólo la muerte de un hombre. Es la revelación de una grieta. Es el eco de una advertencia que muchos prefieren ignorar. Porque cuando el crimen se convierte en herramienta política, cuando el asesinato se celebra o se trivializa según quién muere, entonces hemos cruzado una línea que no admite retorno sin pérdida.

Charlie Kirk era una figura polémica, sí. Conservador, provocador, aliado del presidente Trump. Pero eso no importa ahora. Lo que importa es que fue asesinado. En público. Mientras hablaba. Y que hubo quienes se burlaron, quienes lo llamaron “sacrificio apropiado”, quienes convirtieron su muerte en meme, en chiste, en espectáculo. ¿Qué clase de sociedad permite eso? ¿Qué clase de humanidad se construye sobre la risa que sigue a un disparo?

No se trata de estar de acuerdo con sus ideas. Se trata de estar radicalmente en desacuerdo con el crimen. Porque si el asesinato se justifica por la ideología, entonces el crimen deja de ser crimen y se convierte en método. Y cuando el método se normaliza, la violencia se institucionaliza. Y cuando la violencia se institucionaliza, el alma colectiva se corrompe.

El Pentágono lo dijo claro: “tolerancia cero ante quienes celebren este asesinato”. Pero más allá de las instituciones, el verdadero desafío está en el corazón ético de la sociedad. ¿Podemos dolernos por el otro, incluso cuando ese otro nos incomoda? ¿Podemos construir una ética que no dependa de la simpatía, sino del principio? ¿Podemos sostener el valor de la vida humana sin que nos importe si esa vida nos agrada o nos irrita?

La bala que mató a Charlie no sólo perforó su cuello. Perforó el pacto. El pacto de que la vida humana es inviolable, incluso cuando nos molesta. Perforó la idea de que el debate se gana con argumentos, no con armas. Perforó la noción de que el desacuerdo no debe convertirse en exterminio. Y si no respondemos con firmeza, con claridad, con duelo, entonces estamos normalizando el crimen como lenguaje. Y el lenguaje del crimen no dialoga. Sólo destruye.

Este no es un llamado a la simpatía. Es un llamado a la lucidez. A la defensa del principio. A la construcción de una ética que no dependa del afecto, sino de la dignidad. Porque si sólo lloramos a los nuestros, ¿qué humanidad estamos construyendo? ¿Qué ritual estamos repitiendo? ¿Qué historia estamos escribiendo?

La sangre no tiene partido. El crimen no tiene bandera. La muerte no distingue entre aliados y adversarios. Y si el dolor se vuelve selectivo, entonces el alma se vuelve cómplice.

No basta con dolerse sólo por los nuestros. Hay que dolerse por el pacto roto. Por el silencio que sigue al disparo. Por la risa que no debería haber sido. Por el cuerpo que cayó sin defensa. Por la humanidad que se pierde cuando el crimen se convierte en espectáculo.

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

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