Michel Houllebecq: «Estoy sobrevalorado como profeta»
El escritor, el más controvertido de las letras francesas, charla con ABC a su paso por Madrid

El escritor Michel Houllebecq posa para ABC –
Cuando Michel Houllebecq (1958) entra en la habitación se hace el silencio, un silencio como de aparición: es él, un hombre que se parece a su imagen, no tanto a su leyenda. Viste una parca innecesaria que le cae ancha, saluda educado y sin palabras, se sienta con una parsimonia casi ceremonial, sin hacer ruido, como si tuviera miedo de romper algo, tal vez el aire. Tiene las uñas del color de la nicotina y la mirada alucinada y pentetrante, no siempre en ese orden; es la mirada de alguien que ha mirado durante mucho tiempo al abismo, y al que el abismo le ha devuelto algo. Houllebecq mantiene esa actitud atemporal cuando empieza a hablar. Hace pausas largas como reflexiones, porque sabe que el silencio es un verbo, también, y que una entrevista es el espectáculo de un hombre, a veces dos, pensando en directo.
—Hace un par de semanas, María Pombo, una de las influencers más importantes de España, dijo que no leer no nos hace peores personas. Aquí se montó un debate nacional sobre si la lectura nos hace mejores personas o no.
—Pero la literatura no está para eso.
—¿Y para qué está?
—La literatura es una distracción, sobre todo. Hay mucha gente que lee todavía, y es porque tiene algo único. Lo más sencillo es comparar la novela con el cine, porque se parecen. Pero no es lo mismo. Cuando un escritor describe a un personaje, el lector hace la mitad del trabajo, por eso el gran problema de adaptar las novelas al cine es el casting, elegir a los actores… La literatura es un arte raro, porque el lector hace la mitad del trabajo. No se parece a nada más. Pero no creo que haga de nosotros mejores personas, no está para eso [deja un silencio]. ¿Se puede decir que nos hace reflexionar? Bueno, depende del libro. Hay libros que nos ponen a pensar, otros que son invitaciones a la imaginación… Pero si no te gusta leer, ¿para qué leer? No merece la pena. Si uno no quiere leer, no hay que leer.
—Pero si exige más de nosotros, ¿no nos mejora mentalmente?
—Sí, exige más del lector… Lo voy a decir de manera un poco extrema: en el fondo, no hay una gran diferencia entre leer y escribir. Cuando uno lee, ya está escribiendo el libro en su cabeza. No conozco ningún escritor que no lea mucho.
—Y usted: ¿disfruta más leyendo o escribiendo?
—Bueno, escribir exige cierta energía, y no siempre la tenemos. Leer se parece a… [y arrastra el silencio] a una especie de droga. Es una droga, pero que no tiene peligro [y sonríe]. Y es una alternativa a la vida.
—Llevamos años hablando del declive de la lectura y la literatura. ¿Siente que practica un arte en decadencia?
—Es verdad que el número de lectores está disminuyendo, pero no creo que vaya a desaparecer del todo. Se va a estabilizar a la baja [y sonríe]. Pero no creo que la literatura desaparezca, porque es algo único. No se puede sustituir por otra cosa.
—¿Ni siquiera por los smartphones?
—No veo la correlación.
—Los móviles nos quitan un tiempo que podríamos dedicar a la lectura.
—Es verdad… Cuando pasas el suficiente tiempo con un smartphone llegas a un nivel de adormecimiento en el que ya no sabes lo que estás haciendo. Y ese adormecimiento es muy visible hoy.
—Usted no tiene smartphone ni redes sociales.
—No. Sin embargo, uso muchísimo internet y el correo electrónico. Lo que me asusta de los smartphones, desde el principio, independientemente de las redes sociales, es poder acceder a mis correos en cualquier momento. A mí me gusta tener momentos en los que no puedo acceder a mis correos, en los que estoy lejos. Y en cuanto a las redes sociales… no me interesa ese mundo, soy demasiado mayor para eso.
—Es un gran lector de ciencia ficción, y de hecho ha ambientado muchas de sus novelas en un futuro muy cercano. ¿Qué le inspira la inteligencia artificial, curiosidad, temor…?
—La IA es lo único un poco interesante que ha pasado en los últimos treinta años. Las redes sociales, en el fondo, no tienen ningún interés. La inteligencia artificial sí, aunque no sé qué va a ser de la literatura en el futuro en este sentido… Sin embargo, he intentado escribir textos con la IA y fue muy interesante. Porque me di cuenta de que había bastantes novelas publicadas —no diré nombres, no soy tan malo— que podrían haber sido escritas por una IA. Se parecían mucho. No es tan fácil ver la diferencia entre la IA y la mano humana… Es algo difícil de definir. Creo que la inteligencia artificial no logra integrar la sorpresa. Le das palabras, ideas, personajes y juega con esos elementos, pero no se sale mucho de ese terreno de juego. El ser humano, en cambio, es capaz de hacer asociaciones raras, inesperadas, sorprendentes. Pero puede mejorar muchísimo con el tiempo. Por ahora estamos por delante.
«La inteligencia artificial es lo único un poco interesante que ha pasado en los últimos treinta años»
—¿Acabarán los escritores compitiendo contras las máquinas igual que Kasparov con Deep Blue?
—A la larga, el humano no puede contra la máquina. Terminará perdiendo, tarde o temprano. Es inevitable. Es una cuestión de rapidez de cálculo.
—En una extensa entrevista publicada en junio en el periódico danés ‘Information’, decía: «Los asesinos de ‘Charlie Hebdo’ han ganado. Ya no se hacen caricaturas de ese tipo».
—Es que es verdad. La idea de que la gente de ‘Charlie Hebdo’ había ido demasiado lejos está muy extendida en Francia, cada vez más. Es casi mayoritaria. Los asesinos de ‘Charlie Hebdo’ han ganado.
—¿No confía en que esa situación pueda revertirse y se vuelva a defender el valor central de la libertad de expresión?
—Creo que no es el espíritu de nuestro tiempo. El espíritu de nuestro tiempo es: no hay que pasarse, esto se merece un respeto, no hay que exagerar con la libertad de expresión… Es un punto de vista que se puede defender, pero es un gran cambio.
—¿Qué opina?
—No estoy de acuerdo, pero me callo [y ríe]. No, acabo de hablar: nunca me callo. Es un movimiento muy profundo.
—De hecho, en Estados Unidos, con la vuelta de Trump parece que la cancelación simplemente ha cambiado de bando. Pero no ha desaparecido.
—Estados Unidos es un país capaz de giros rápidos y extremos, mucho más que Europa, donde las cosas cambian lentamente. Así que sí, es posible que Estados Unidos esté yendo en esa dirección… En Francia a veces se dice —lo dice la izquierda, en realidad— que la derecha ganó la batalla de las ideas, algo que es totalmente falso. Pero si esto fuera cierto, acabaremos viendo que la derecha puede llegar a ser tan intolerante como la izquierda. No es imposible. Pero todavía no hemos llegado ahí.
—¿Pero vamos en esa dirección?
—Sí, pero muy lentamente.
«Los asesinos de ‘Charlie Hebdo’ han ganado. La libertad de expresión no está en el espíritu de nuestro tiempo»
—En España llevamos varias semanas, incluso meses, con el genocidio de Gaza como uno de los temas centrales de la conversación pública. La posición del Gobierno es clara. ¿Cómo se está viviendo en Francia?
—Francia no se puede comparar con otros países en este tema, porque hay más musulmanes que en los otros países europeos. Y también más judíos. Así que la situación es muy tensa, extremadamente tensa, tanto que lo más sencillo es no decir nada. Hace poco fui a Israel, y al volver a Francia he tenido muchos problemas. El mero hecho de ir a Israel se ha percibido como una abominación, como un consentimiento del genocidio. Como había dejado de seguir la actualidad, no me había dado cuenta de que la situación se había endurecido tanto y tan rápido.
—Hay quien lee sus novelas en busca de respuestas o claves sociológicas para entender el presente y los males de nuestro tiempo. ¿Cree que la literatura puede ser un lugar al que ir a buscar el pulso de una época?
—Sí, eso creo. Si uno quiere saber cuál era el estado de ánimo en Francia en 1830, lo mejor es leer a Balzac. Es un testimonio vivo sobre lo que preocupaba y ocupaba a la gente en esa época. Balzac, por ejemplo, mostró la importancia enorme que tomó el dinero de repente. En treinta años todo cambió en Francia en ese sentido. Antes de la Revolución no era tan importante, porque apenas había movimiento entre clases sociales: estabas determinado de nacimiento. Y como no se podía cambiar, se pensaba menos en el dinero… De hecho, creo que lo difícil de escribir una novela histórica es meterse en la mente de otra época. Conozco muy pocos casos logrados.
—¿Es más fácil escribir sobre el futuro próximo?
—Sí, eso creo. De hecho, las novelas que se sitúan en un futuro próximo no se consideran novelas de ciencia ficción, sino de anticipación. La ciencia ficción tiene más que ver con los futuros lejanos, con la pura imaginación. No intentan tanto predecir como liberar la imaginación.
«He ido a Israel hace poco, y he tenido problemas al volver a Francia. El viaje se ha percibido como una abominación, como un consentimiento del genocidio»
—Tiene fama de profeta. ¿Cómo lo lleva?
—Bueno, creo que estoy sobrevalorado como profeta.
—También tiene fama de misántropo.
—Esa es más merecida: es bastante cierto. Es una pena, pero es así. ‘El misántropo’ es una comedia de Molière, quizás la mejor. Al protagonista no es que no le caiga bien la gente, es que no le gusta la vida social [vuelve a dejar un silencio]. Hay algo que se pierde en lo social. En el contacto entre dos individuos hay algo falso, algo impostado. Siempre interpretamos un papel. Eso es lo que nos demostró Molière.
—¿Se pierde la verdad en lo social?
—Sí: es algo sistemático y automático.
—Sin embargo, a pesar de esta misantropía, ha escrito mucho sobre el amor. Desde ‘Ampliación del campo de batalla’ hasta su último libro. ¿Cree todavía en el amor, a estas alturas?
—Sí, el amor existe [deja una pausa larga como un argumento]. No me gusta demasiado Lacan, pero hay una frase suya que no está mal: «El amor existe, pero es un misterio». No entra en su sistema. Yo, cuando hablo amor, siempre repito lo mismo: el amor existe porque se pueden observar sus efectos.
—¿Como los agujeros negros?
—Sí, como los agujeros negros. Es el principio general: no hay efecto sin causa. Sí, los agujeros negros son una buena comparación, porque aspiran la energía de todo lo que los rodea y nada sale de este agujero. Qué interesante.
«Ha habido muchísimas veces en mi vida en las que habría sido mejor que me callara»
—Le reboto una idea: «Soy consciente de que la verdad me traerá problemas».
—Esa es una tendencia que, por desgracia, ya tenía de niño. Ya entonces la verdad me causaba problemas. Cuando todo el mundo parecía estar de acuerdo en algo yo era ese que decía: no, yo no lo veo así… El problema es no callarse. Mentir es una cosa, pero uno siempre puede callarse. Ha habido muchísimas veces en mi vida en las que habría sido mejor que me callara.
—¿Se arrepiente de muchas cosas?
—No es mi estilo arrepentirme de mis errores, pero es muy tarde para desarrollar esto.