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María José Solano: Cerca de Ítaca

«Ese es mi héroe: el que existe sólo en la distancia que lo separa de quien le ama. Esa, mi heroína, se llame Penélope, Circe o Nausicaa, pues siempre es la misma mujer; la que sostiene a base de silencios el peso del mundo»

                                     Ralph Fiennes & Juliette Binoche, en ‘El regreso de Ulises’

 

En ‘El regreso de Ulises’, Ítaca no es un destino, es una herida. La cámara de Uberto Pasolini no persigue la gloria de los héroes, sino las huellas del cansancio, la piel curtida de un hombre que vuelve y ya no se reconoce ni en su isla, ni en su hijo, ni en su mujer. Ralph Fiennes encarna a un Ulises que carga no solo con los fantasmas de la guerra, sino con el peso de haber estado ausente demasiado tiempo.

La película abre un mapa distinto del mito: no vemos monstruos ni dioses, sino silencios, reproches y miradas que desnudan lo que Homero apenas insinuó. Penélope —Juliette Binoche, luminosa en su sobriedad— se revela como el verdadero pilar del relato. Ha tejido sola no solo un sudario, sino la vida entera de un hijo, de un reino, de una espera interminable. Y sin embargo, su recompensa no es el reconocimiento, sino la sospecha, la incomodidad de un Telémaco que la ama y la rechaza, que la necesita como madre, pero no soporta verla como mujer que también siente, que también desea, que también se quiebra.

Ese triángulo íntimo convierte a la ‘Odisea’ en un espejo contemporáneo: la figura del padre ausente que regresa cuando el hijo ya ha aprendido a vivir sin él; la madre que fue dos en uno, y que ahora paga el precio de haber cargado con todo; el adolescente atrapado entre la gratitud y la rabia, entre la lealtad y la necesidad de emanciparse.

En ese clima, la película se acerca a la lectura que Tennyson hizo de Ulises: el héroe solo parece ser él mismo cuando está en movimiento, en fuga. En Ítaca, frente a los suyos, Ulises se revela como un hombre derrotado por la rutina, incapaz de habitar el espacio doméstico que lo esperaba. Ítaca no es un puerto seguro, sino el recordatorio de todo lo que el viaje le robó.

Cómo no iba a dedicar yo una columna a esta película. Ese es mi héroe: el que existe sólo en la distancia que lo separa de quien le ama. Esa, mi heroína, se llame Penélope, Circe o Nausicaa, pues siempre es la misma mujer; la que sostiene a base de silencios el peso del mundo. Un regreso, al fin y al cabo, no como victoria, sino como el momento en que el mito se derrumba y queda al descubierto la verdad de la condición humana. Y es que Ulises sólo es Ulises cuando está lejos de Ítaca.

 

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