Aprender del susto y dominar la cólera
En una infausta noche de verano del año 1959, durante el vuelo inaugural de Buenos Aires a Mar del Plata, un avión de línea lleno de pasajeros se precipitó al océano: todos, menos uno, murieron desnucados. Todavía vestido en saco y corbata, el único náufrago logró salir a la crespa superficie y alejarse varios metros para que el hundimiento de aquel Curtiss reciclado no lo succionara en su remolino final. Alejado de cualquier costa y en la oscuridad más completa el náufrago no sintió –me confesó alguna vez– pánico ni pena, sino algo inesperado: una íntima y feroz alegría. Los especialistas –supe después– lo llaman la euforia del sobreviviente. Algo de esa euforia al borde de las lágrimas se vio en los rostros del presidente de la Nación, su lenguaraz ministro de Economía y muchos de sus militantes “celestiales” y “terrenales” tras el dramático rescate operado por Donald Trump a último momento, cuando el tifón del dólar estaba a punto de hacer zozobrar –accidente macroeconómico– la nave argentina.
Estamos contra los monstruos por principio irrenunciable, salvo cuando los monstruos están de nuestro lado
Para las crisis valen siempre las metáforas marinas, y así lo demostró Joaquín Morales Solá esta misma semana cuando le puso nombre a lo que acababa de evitarse: un naufragio. Para la narrativa oficial no se trató de un salvataje, porque eso implicaría grave negligencia por parte de los creadores del “genial” esquema cambiario, y en consecuencia el apuro no se habría producido por errores propios, sino por ataques especulativos del mercado y por el miedo al regreso kirchnerista. El capitán del barco no tenía ninguna responsabilidad; el problema era el mar, defensa pueril que los marinos profesionales ineptos suelen esgrimir en los consejos de guerra. Lo cierto es que, por mal diseño o mala praxis, el buque libertario estaba escorado, le entraba agua por varias rendijas y enfrentaba la posibilidad de un incendio. Por suerte, apareció en el horizonte un portaviones norteamericano, y los topos que venían a destruir el Estado se subieron para agitar la banderita, emitir agradecimiento y ofrecer pleitesía sin par, y burlarse desde cubierta de los agoreros. Todo estaba fríamente calculado, el Club de los Reaccionarios Recalcitrantes no iba a dejarlos a la deriva. Ese club ideológico es bastante curioso, y no solo por la enemistad congénita con toda sensatez discursiva o por el esperpento de sus formas, sino porque está integrado mayormente por proteccionistas y nacionalistas de distinto pelaje. Y nuestro anarcocapitalista finge demencia frente a socios que están en las antípodas y que jamás permitirían una apertura indiscriminada de las importaciones y una quiebra en cadena de pequeñas y medianas empresas locales: dejan esos “desatinos” para los “zurdos” o para los aborrecidos liberales globalistas. Haciendo a un lado esta minucia, lo concreto es que Trump ha resuelto remolcar el buque escorado de Milei: se agradece el gesto porque todos viajamos dentro de ese barco y no queremos terminar en el fondo del mar. Pero eso no borra el hecho de que semejante injerencia en las elecciones argentas del magnate inverosímil nos resulte obscena, por lo menos a quienes defendemos la autonomía de nuestros procesos políticos e institucionales y hemos criticado en su momento las turbias intromisiones de Putin, Xi Ximping y Chávez. Aunque todavía no conocemos la letra chica del plan canje y a caballo regalado no se le miran los dientes, no puede repugnarnos un autócrata cuando respalda a un peronista y agradarnos cuando otro de su misma intención y calaña mete pezuña en sentido contrario. Eso se llama doble rasero, o simplemente corrupción intelectual, que es lo que aquí sobra desde hace tiempo. Estamos contra los monstruos por principio irrenunciable, salvo cuando los monstruos están de nuestro lado.
La macro no se nota en la micro, y el malestar popular no sabe de estadísticas
El ministro Luis Caputo, tan amigo de los aforismos malhadados (“comprá, campeón”; “vamos a vender hasta el último dólar”) ha calificado este hito como el comienzo de “una nueva era”. La pregunta es en qué consistirá esa etapa que se abre, y si podemos decir que implicará fundar otro gobierno y otro talante, puesto que se han filtrado al menos dos requerimientos de los Estados Unidos: modificar el régimen cambiario para comprar reservas y también el sistema de relaciones y alianzas para lograr musculatura política y gobernabilidad parlamentaria, dos cuestiones de sentido común que reclamaban desde hace meses y con buena fe los “mandriles” y los “ñoños republicanos”: fueron acusados de exhibir ignorancia y de pertenecer al Club de los Devaluadores, y también de ser tibios y conniventes con la “casta”. Conseguir equilibrio fiscal no puede ser el techo sino el piso de un programa, porque no existe una única variable en la economía. Bajar la inflación, y con ello el índice de pobreza, resulta muy meritorio, pero desatender a su vez el estancamiento y la economía real, el consumo y el empleo es una necedad peligrosa: a un 70% de la población las últimas cifras del Indec les resultan poco menos que un timo o una fantasía; sigue manifestando que no llega a fin de mes y de hecho ha demostrado su disgusto en el vasto conurbano y en otras ciudades y provincias castigando a los mileístas con votos en contra o directamente con una masiva abstención. La macro no se nota en la micro, y el malestar popular no sabe de estadísticas; siente las privaciones en el cuero. El capitán del buque debería metabolizar el susto y la experiencia límite, reflexionar con serenidad sobre este asunto, revisar cada una de las medidas erradas y guardarse la fanfarronería y el triunfalismo, que son dos rasgos esenciales de su polémica personalidad. Y que quedaron estampados en el título de su próximo libro de campaña: La construcción del milagro. El milagro es que no se haya hundido, porque estuvo al borde de un default y de un fogonazo. Trump lo sacó del desastre por los pelos, y ahora tiene algo de tiempo para reparar el barco en alta mar, faena que no será para nada sencilla. El programa político también implicará dominar la cólera y la agresividad, suministrarles valeriana día y noche a sus guerreros digitales y ordenar a la tripulación, porque no se consiguen colaboraciones con agravios, traiciones, desplantes, ingratitudes ni campañas sucias. Luego de la euforia del sobreviviente, aquel último náufrago de 1959 abandonó ese sentimiento, se concentró en encontrar el rumbo correcto y nadó horas y horas hasta la orilla. Se salvó.