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Carmen de Carlos – De primer ministro a presidente de transición: Tony Blair y el futuro de Gaza

El laborista advirtió que aceptaría ese papel o función de «presidir la autoridad transicional internacional de Gaza», con condiciones: nada de desplazamientos de la población y mucho menos montar, como llegaron a anunciar un resort en el Mediterráneo para repartirse el territorio, hacer negocios y expulsar a los palestinos

El ex primer ministro británico, Sir Tony Blair

                                         El ex primer ministro británico, Sir Tony BlairAFP

 

Donald Trump lo tiene claro desde que empezó a ver la luz al final del túnel de la negociación para poner fin a la guerra de Gaza: «He is the one». El presidente de Estados Unidos se refería a Tony Blair, el hombre que tomará, si las cosas salen como la Casa Blanca espera, las riendas de algo parecido a un Gobierno o Consejo de transición en la Franja.

El ex primer ministro británico, de 72 años, recupera protagonismo en la escena internacional después de haber perdido buena parte de su reputación tras apoyar la guerra de Irak que terminó con la caza y captura de Sadam Hussein en 2003, pero nunca logró su objetivo original: localizar «las armas de destrucción masiva» que Bush, Aznar, y el propio Blair garantizaban que había en Irak. En tono despectivo se les llamó: «El trío de las Azores», por la cumbre que protagonizaron en las islas portuguesas.

Blair asumió –y le persigue desde entonces– el desgaste de la invasión de Irak: cuatro ministros suyos dimitieron en 2003. El Parlamento le llegó a abrir una investigación donde le acusaron de ocultar información que probaría que no había armas de destrucción masiva. Nunca hubo una condena penal.

Blair gozaba de buena imagen hasta que se sumó a la invasión de Irak. Antes, era conocido por su paciencia y sus habilidades diplomáticas. A él le atribuyen haber logrado convencer –y no era nada fácil– a Isabel II de mostrar un gesto de humanidad tras la muerte de Diana Spencer y asomarse a las infinitas ofrendas florales que alfombraron los alrededores de Buckingham Palace. Su argumento más sólido fue: la Corona no tiene futuro si no accede.

El laborista triunfó en tres elecciones consecutivas y gobernó entre 1997 y 2007. El conflicto de Irlanda del norte le obligó a mantener prácticamente dos años más (llevaba más de 30) al Ejército allí. Los Acuerdos de Viernes Santo en 1998 pusieron punto final a un conflicto histórico que parecía no tener solución y se zanjaron con la retirada paulatina de las tropas británicas.

Aquel acierto hizo ver a la comunidad internacional que el laborista tenía las condiciones perfectas para zanjar otro conflicto más complicado y que había costado todavía más vidas y derramado más sangre: el de Palestina e Israel.

Blair fue designado enviado especial del llamado cuarteto que formaban Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y la ONU, para Oriente próximo. Tenía que buscar entre la sangre y el odio de judíos y árabes la solución de los dos estados y terminar con lo territorios ocupados por Israel.

En 2008 el laborista creyó que había descubierto la puerta de salida a décadas de sangre, incomprensión y muerte. Anunció un plan para la paz y reconoció con detalle los derechos de los palestinos, pero todo fue una ilusión. En 2015 asumió que no podía cumplir con su misión. Sus críticas arreciaron en varias direcciones, pero las principales apuntaron a Tel Aviv.

Toni Blair, antes de que Trump le señalara, advirtió que aceptaría ese papel o función de «presidir la autoridad transicional internacional de Gaza», con condiciones: nada de desplazamientos de la población y mucho menos montar, como llegaron a anunciar los gobiernos de Estados Unidos y de Israel, un resort en el Mediterráneo para repartirse el territorio, hacer negocios y expulsar a los palestinos.

Ahora, si Hamás acepta la propuesta de tregua para algunos y de paz para buena parte de la comunidad internacional, Blair podrá reescribir y pasar a la historia como el gran líder que fue.

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