El presidente que nunca dejó de pensar como insurgente
Mientras Petro el insurgente mete las narices en una guerra ajena, Petro el presidente no se inmuta frente al asesinato de 152 líderes sociales en lo que va de este año, tiende las manos a los peores criminales del país bajo su paz total y permite que el sistema de salud se desmorone.

Si algo me molestaba profundamente en las pasadas elecciones presidenciales era que llamaran guerrillero al candidato Gustavo Petro. Esta expresión enmarcaba una estigmatización de su pasado militante en el M-19 y desechaba todo el camino democrático que había recorrido Petro para ser presidente de Colombia.
Gustavo Petro inició su vida rebelde cerca de 1977. Aunque ha dicho que su actividad en esta guerrilla estuvo cerca de los altos comandantes del M-19, los que estaban a cargo de esta organización ilegal en ese entonces lo describen como un combatiente de bajo rango, dedicado al trabajo urbano y embebido en la lectura de ideólogos de izquierda. Líder combatiente o ideólogo de bajo perfil, lo cierto es que Petro vivió en la clandestinidad como miembro del M-19, e incluso estuvo 18 meses en prisión hasta que se desmovilizó en 1990 tras la firma de la paz de esta guerrilla con el Gobierno de Virgilio Barco.
Desde entonces, Gustavo Petro ha hecho una vida pública en el marco de una democracia que le ha permitido ser representante a la Cámara por Bogotá, diplomático en la Embajada en Bélgica, senador, alcalde mayor de Bogotá y, finalmente, presidente de Colombia. Después de haber recorrido varias instancias a través del camino de la democracia, no era justo que le recordaran al presidente su pasado en la guerrilla. Pero el presidente Petro llegó al poder y demostró que, si bien abandonó la militancia en un grupo rebelde, su pensamiento jamás dejó de ser insurgente.
Gustavo Petro tiene una necesidad profunda de subvertir el orden establecido. Necesita el caos. No le importa que la dignidad de su cargo encarne la unidad nacional y que ser presidente le implique ser la cabeza de una nación, sin importar la orientación política de sus habitantes. Petro nunca lo entendió. Jamás dejó de pensar como un ideólogo de izquierda; nunca pudo hacer la transición de opositor de gobierno a presidente de la república. Ya en su dignidad de presidente no fue capaz de entender que cada cosa que hace o dice arrastra tras de sí al país. Todo lo que opina un presidente repercute en el país que lidera. Pero nunca lo entendió. Envuelto en su sueño de rebelde libertario, el presidente muestra cada vez más un mesianismo delirante, en el que él mismo se ve como un líder mundial que liberará al pueblo palestino. Está convencido de que sus discursos movilizan masas planetarias. En este delirar constante, arremete contra el Gobierno de Estados Unidos, expulsa a la delegación diplomática de Israel en Colombia y reproduce menciones de artículos de prensa o redes en los que él luzca como el líder que vencerá a Israel en su arremetida contra Palestina. Incluso ordena a todos los empleados del Gobierno trinar mensajes con el hashtag #PetroLíderMundial y utiliza las redes sociales institucionales para ello.
En su fantasía rebelde, Petro decidió arengar contra el Gobierno de Estados Unidos en el corazón de Nueva York y pedirle a su Ejército que se alce contra su presidente, sin importarle por un solo segundo las repercusiones que esto tendría para Colombia. ¿No es ese acaso el actuar de un insurgente y no el de un presidente de la república? Gracias a sus impulsos revolucionarios, Colombia es descertificada por el Gobierno de Estados Unidos; les revocaron las visas a los ministros de Minas y de la Igualdad, al igual que a la directora del Dapre. Pero en solidaridad también renunciaron a ella la canciller, Rosa Villavicencio; el ministro de Hacienda, Germán Ávila; el secretario jurídico de Presidencia, Augusto Ocampo, y la superintendente de Industria y Comercio, Cielo Rusinque. A ninguno de ellos les importó que Estados Unidos sea el principal socio comercial de Colombia y que no tener visa signifique cerrar la posibilidad de negociaciones para temas trascendentales para el país. Obraron como súbditos de un emperador y no como altos mandatarios de un Gobierno que trabaja por un país.
El presidente alega que no puede quedarse callado frente al atropello a los derechos humanos que se cometen contra el pueblo palestino, pero guarda absoluto silencio frente a la guerra infame que desplegó Vladímir Putin contra Ucrania, que suma ya más de 100.000 muertos. Tampoco tiene inconveniente en estrechar la mano de Nicolás Maduro, un dictador al que no solo le sonríe, sino con el que avanza en conversaciones de negocios, como la importación del gas o la compra de Monómeros. Y ni una sola palabra ha pronunciado el presidente Petro sobre los 38 colombianos que hoy son presos políticos en Venezuela. ¡Qué hipocresía! Al presidente Petro no le importa en verdad la violación de los derechos humanos por parte de Gobiernos arbitrarios. Lo que le importa es congeniar con quienes tienen un pensamiento radical de izquierda como él, sin importar que sean dictadores. Y, en época electoral, cabalgar en un caballito de batalla que gane adeptos fáciles con causas imposibles de refutar. ¡Qué mejor que la causa palestina! Especialmente preocupantes son las denuncias del concejal Daniel Briceño según las cuales detrás de los últimos desmanes ocurridos en Bogotá en estas marchas a favor de Palestina y el hostigamiento a la Andi están contratistas de la Presidencia, como Juan Camilo Villalobos Forero. ¿Están financiando y promoviendo estas marchas desde la Presidencia de la República?
Mientras Petro el insurgente mete las narices en una guerra ajena, Petro el presidente no se inmuta frente al asesinato de 152 líderes sociales en lo que va de este año, tiende las manos a los peores criminales del país bajo su paz total y permite que el sistema de salud se desmorone y se lleve por delante la vida de cientos por falta de atención. Eso solo se explica si se entiende que al final solo tenemos un presidente que jamás pensó como presidente, porque jamás dejó de pensar como rebelde.