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Villasmil: El necesario líder político latinoamericano: ¿mesías o gerente?

LIDERAZGO DEMOCRÁTICO

 

Hace casi diez años escribí una nota, motivado por los resultados de la última encuesta Latinobarómetro; en ella, destacaba el mal concepto que tenía el ciudadano latinoamericano –sin excepción de países- sobre los liderazgos políticos de entonces.

Hoy, ofrezco la nota, revisada, ya que la situación no ha cambiado, más bien ha empeorado. Tres hechos destacan: la demolición de los sistemas tradicionales de partidos, reemplazados por movimientos personalistas; el correspondiente crecimiento de liderazgos populistas (tanto de derecha como de izquierda); y la consiguiente desaparición del centro moderado y democrático.

El modelo presidencialista, prevaleciente en todos nuestros países, le da por desgracia más importancia al líder que a las instituciones. ¿Cuál podría ser hoy el perfil del líder campeón defensor de la república democrática y todo lo que ello implica?

Nos imaginamos la sonrisa en la cara de algún lector, pensando algo así como “pero bueno, ¿no se da cuenta de que una parte importante del material del que ha sido hecho, por más de doscientos años, el liderazgo civil y militar, privado y público, de estas repúblicas incompletas, está forjado en fraguas especializadas en producir salvadores de la patria, mesías, demagogos y oportunistas?”

Hacemos referencia en estas líneas a un deber ser, no a una cínica afirmación del tipo “eso es lo que hay”. Y en nuestra accidentada historia latinoamericana y venezolana sí ha habido seres humanos que han tomado decisiones que merecen el mayor de los respetos y el más agradecido de los recuerdos. Hacia su ejemplo debemos apuntar, evitando las arenas movedizas del pesimismo crónico.

Entremos entonces en materia.

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Un logro –y no pequeño- es que nuestro líder sea un portaestandarte de la unidad nacional, en un país en el cual el gobierno esté al servicio de todos y no sólo de parcelas amigas. Unidad en la diversidad y en el pluralismo, al contrario de la de los cementerios totalitarios.

A continuación, una lista de algunas características que en nuestra opinión podrían considerarse a la hora de dibujar el perfil de un líder democrático y civilista:

Portar, compartir y difundir un Ideal Histórico según la concepción que el intelectual cristiano Jacques Maritain nos ha dejado de esta idea. Es decir, un nuevo liderazgo para los países de América Latina que debe hacer suyo un proyecto integral de transformación democrática del orden social.

Ser un demócrata en su formación, en la palabra y en la acción: Partiendo de dicho Ideal Histórico, ofrecer una visión de país y una filosofía de la gestión gubernamental que sean fácil y pedagógicamente explicables a todos los ciudadanos. Ser un respetuoso de las leyes, y un gran reconciliador de medios y fines. Un político promotor de la meritocracia y negador por ello del nepotismo. Capaz de engranar y asociar en su mensaje los grandes temas de la ciudadanía política –libertad, pluralismo, división de poderes, respeto a la opinión contraria- con las demandas de la urgente cotidianidad.

¡Que sepa de economía! (y que le dé la importancia que se merece).

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– El liderazgo efectivo siempre residirá en el “misterio del carácter”. Poseer la voluntad y el arrojo que la situación amerite. Ser un político de doctrina y un político de intuición. Frente a la tantas veces mencionada frase de que “la política es el arte de lo posible”, tememos que eso no será suficiente para salir adelante. Hay que lograr, como decía Arístides Calvani, “hacer posible lo deseable.”

 Que sea un campeón en la defensa de la responsabilidad social de la propiedad, patrocinando con claridad la legítima propiedad privada que incorpora este planteamiento como su eje central. En consecuencia, la propiedad privada ha de extenderse a la mayor cantidad posible de ciudadanos, y debe impulsarse sabiamente para que su justa y equitativa distribución potencie las relaciones humanas, económicas, sociales y políticas.

-Un tema vinculado a lo anterior: un líder democrático en América Latina debe tener como objetivo prioritario la derrota de la pobreza, enfrentando las visiones populistas y el paternalismo estatal.

Necesitamos un líder que no intente prescribir cómo deben vivir los ciudadanos, que tenga una clara y muy subsidiaria conciencia de los límites de la acción estatal. No se trata de construir un estado burocratizado, amorfo y sobre-extendido, que busque invadir espacios sociales privados.

Que posea una audaz, pero realista, visión del futuro“La misión de un verdadero líder es llevar a su sociedad desde donde está hacia donde nunca ha estado” (Henry Kissinger).

-Se desea alguien que razone de manera muy heterodoxa, innovadora, creativa e imaginativa. Alguien a quien le atraiga no el país que siempre ha sido, sino el que podría ser.

Buscamos un conductor elocuente y valeroso, “un orador de discursos y un hacedor de hazañas (Fénix a Aquiles, “La Ilíada”). Un dirigente con oratoria persuasiva y convincente. No un mero lector desangelado de recetas administrativas, gerenciales y burocráticas. Un líder que nos convenza, que nos emocione, que explique por qué debemos dejarlo entrar en nuestras vidas y en nuestros corazones. Y eso no se logra ofreciendo solamente mejorar la balanza de pagos.

Se necesita un jefe de gobierno que entienda que las dificultades no son meramente administrativas, tecnocráticas o burocráticas; que debe trabajar para desmontar la cultura de la violencia, la pasión por la división y el odio, el egoísmo y el excesivo individualismo, con sus terribles expresiones cotidianas. Un líder realmente defensor de los derechos humanos, y de las violaciones a los mismos, dentro y fuera de su país.

Exigimos un líder 2.0, de este siglo y milenio, que no se rebaje a sí mismo ni irrespete a los ciudadanos llegando tarde a todas partes. La impuntualidad es signo evidente de subdesarrollo.

-Una vez más: ¡Que sepa de economía!

La gente en América Latina espera un nuevo liderazgo, un liderazgo que emocione, que conmueva y mueva.

Al final, de lo que se trata es: ni un nuevo mesías o caudillo, ni un simple gerente: necesitamos una persona con dotes de Estadista. Así, con mayúscula.

 

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