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El terrorismo revolucionario

La política con violencia se llama terrorismo y la política pacífica es democracia

 

 

La pérdida del respaldo ciudadano por parte de la camarilla roja ha permitido corroborar nuestra hipótesis de su naturaleza terrorista.

Hoy, ninguna persona medianamente objetiva puede abrigar duda alguna sobre la verdadera esencia de la logia política y militar que salió a luz pública el 4 de febrero de 1.992, bajo el mando del difunto teniente coronel Hugo Chávez Frías.

Esa primera aparición en escena se da con la ejecución de un sangriento golpe de Estado frustrado, lanzado contra el gobierno democrático del presidente Carlos Andrés Pérez. Chávez no se proyecta al país desde una dimensión académica o intelectual, mucho menos desde una perspectiva política, gremial o sindical. El país se enteró de la existencia de un comandante de apellido Chávez y de un contingente de militares golpistas, integrantes del autodenominado MBR200 (Movimiento Bolivariano Revolucionario 200), la madrugada de aquel fatídico 4 de febrero, cuando traicionando su juramento tomaron las armas de la República para asaltar el poder por la fuerza. Los años han demostrado suficientemente las motivaciones que impulsaron aquellos hombres a lanzar la violenta acción para acceder al poder. Hombres, la mayoría de ellos sin principios morales, sin sólida formación académica en historia, filosofía o economía, y sin ninguna experiencia en la gestión de los asuntos públicos. Ambiciosos y aventureros, dirigidos por agentes de la resaca de los grupos guerrilleros, promovidos por el dictador cubano Fidel Castro en la década de los sesenta.

Ese bautizo en sangre del MBR200 marca de forma permanente la vida política de lo que luego se autodefinió como el Socialismo del Siglo XXI.

Surgieron en la política, es decir pretendieron el poder, con violencia. Bien define el escritor canadiense Michael Ignatieff, en su libro El Mal Menor, que la política con violencia se llama terrorismo y la política pacífica es democracia.

Esta camarilla militarista, de inspiración marxista-castrista, es terrorista desde su nacimiento. Asumieron la democracia, se valieron de las reglas y de los mecanismos de la democracia para llegar al poder, pero apenas se instalaron en el volvieron a mostrar su rostro violento y abusivo. Los hechos están ahí para corroborar mi tesis.

Hugo Chávez no llego a la presidencia de la República para gobernar en el marco de los valores y principios de la democracia. Llegó al poder para instaurar una hegemonía personal. En su mente estaba la perversa intención de controlarlo todo, de perpetuarse en la presidencia y de someter a su voluntad a toda la sociedad, usando la fuerza de las armas bajo su control. Muchas veces lo expreso: «está revolución es para siempre» o «esta es una revolución pacífica pero armada».

¿Armada para qué? Para someter a su   capricho a toda la sociedad venezolana, usando por supuesto esas armas.   La democracia y el voto lo usaron como mecanismo de legitimación mientras lograron tener de su lado a la mayoría. Una vez que esa mayoría cambió, que densos sectores, inicialmente aliados, descubren el verdadero rostro del chavismo, es decir su incompetencia y su brutal corrupción, y deciden retirarle el apoyo, apelan al fraude y a la violencia para mantener su control sobre el poder del estado.

La mal llamada «democracia participativa y protagónica» derivó a una brutal dictadura, dónde los derechos civiles y políticos han sido confiscados y dónde es el estado el actor político violento de la sociedad. Los casos de muertos, secuestrados, torturados, exiliados y perseguidos ocurridos en estos años, y, sobre todo, desde que Nicolás Maduro sucedió a Hugo Chávez en el ejercicio abusivo del poder, son la prueba irrefutable de la existencia de un terrorismo de estado en nuestro país.

La depravación corrompida y criminal de la camarilla roja ha generado, como era lógico esperar, la reacción de la comunidad internacional.  Desde los órganos encargados de protección de los derechos humanos hasta estados vecinos afectados por esa conducta, han desarrollado iniciativas tendientes a revertir esa situación y a sancionar a los agentes de dicha desviación.

Los violentos usurpadores del poder en nuestro país, estimaron que su hegemonía estaba garantizada. Sabían que una nación pacífica y desarmada, como la nuestra, no podría desplazarlos. Hasta que aparecieron en el Mar Caribe un conjunto de equipos y fuerzas militares superiores a la que ellos administran. Ahí entraron en pánico. Allí han vociferado cómo nunca sobre su naturaleza violenta. Tanto Nicolás Maduro como Diosdado Cabello han amenazado a la nación y al mundo con una guerra de 100 años si son desplazados del poder por una fuerza superior a la que ellos utilizaron para dar el golpe del estado a la soberanía popular.

Nosotros, los demócratas venezolanos, no subestimamos esas amenazas. Ellas son otra muestra de la naturaleza terrorista de esta camarilla. Sabemos que una vez desplazados de los aposentos del poder se lanzarán por el barranco del terrorismo clásico. Ya no ejecutarán el terrorismo de estado, pasarán a hacerlo desde la oposición. No serán actores democráticos con proyectos alternativos para la conducción del estado y de la sociedad.  Serán grupos armados, lobos solitarios, drenando su odio y su frustración a través de atentados violentos contra personas individualmente seleccionadas y contra comunidades. Durante años se han dedicado a estructurar estos grupos y a formalizar alianzas con organizaciones terroristas de otros países, tales como las guerrillas de Colombia, o los grupos de Hamaz y Herzbola asentados en nuestro territorio.

El desafío para el gobierno de transición, que ha de venir a la salida de los usurpadores, es inmenso. Necesitará de la cooperación ciudadana y del auxilio de países amigos. Alcanzar la paz, someter a los grupos violentos estructurados por la barbarie roja, en estos años, será una tarea de principalísima urgencia y jerarquía.

La política violenta, es decir el terrorismo chavista-madurista, debe ser finalmente extirpado para poder avanzar en la construcción de una sociedad moderna, prospera y democrática.-

Imagen referencial: The Wall Street Journal

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