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América Latina: Nueva izquierda, vieja derecha y Obama

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Comienzo esta nota luego de ver toda una serie de artículos publicados en la revista británica The Economist sobre los escándalos de los otrora muy populares Dilma Rousseff y Lula Da Silva, tumultos suficientemente aireados por la prensa internacional.

No puedo decir que esté sorprendido por estos nuevos giros personales de la pareja política brasileña, muy latinoamericanos en su caída estrepitosa luego de tiempos de esplendor y de triunfo. Casi no existe un país nuestro donde las clases dirigentes no hayan suministrado ejemplos similares.

Lo novedoso, lo propio de este nuevo siglo y milenio, es que quienes perpetran los escándalos llegaron -mediante un mensaje de eso que llamaban en mis tiempos más mozos, de izquierda- a la cima de las instituciones políticas navegando olas de denuncia en contra de la corrupción, el caudillismo y los abusos de todo tipo del viejo orden, llamado, por su parte, de derecha.

A velocidad de rayo, los nuevos protagonistas de la historia se han convertido en meritorios pupilos de sus odiados antecesores, copias casi exactas de las miserias que prostituyeron a algunos dirigentes políticos previos. Y en el seguimiento de sus pasos nos muestran que la condición humana, cuando es tentada por lo material y no tiene suficientes reservas morales, reacciona casi siempre de forma similar.

Los líderes de derecha acostumbraban convertirse en nuevos mesías de la patria, auténticos adanes de un ring político donde, gracias a ellos, la nación tenía un nuevo (el verdadero) amanecer. Lo mismo prometieron los cultores del supuestamente renovado socialismo (en sus diversas variedades) post-caída-del-muro.

Pasaron los años, y luego de tiempos de supuesta dicha y de cantos de sirena que arrullaban a millones, llegó la inevitable caída en barrena. Junto con ella, las protestas airadas de Lula, o de su pana Hugo Chávez, o de los Kirchner, luego de que la realidad decidió ser más fuerte y persistente que la augusta voluntad de estos ejemplares del parque jurásico socialista.

Me replicará alguno que el origen social de los jefes tiene mucho que ver. Nada de eso. Allí está el muy laureado, incluso en universidades gringas, Rafael Correa, como ejemplo de que la estupidez tiene, por desgracia, alas muy democráticas. O el hoy muy destituido y olvidado expresidente paraguayo, Fernando Lugo, originalmente obispo católico, pero cuya vocación, nos enteramos todos, era el de ser el supremo Padrote de la Patria.

Otra afirmación sería que la originalidad ha sido su marca distintiva. Al contrario. Como sus predecesores derechistas –militares o civiles- el mensaje demagógico y populista los caracteriza a todos, así como un modus operandi en el que la captura de las instituciones es fundamental, empezando por el parlamento y los órganos de justicia. Al final, lo que sucede es que para ellos las naciones no son para ser servidas, sino un botín de paz, o de guerra, lo que sea más rápido de obtener.

También es seña de fábrica el querer perpetuarse en el poder. Eso de los periodos presidenciales no va con ellos. Y tal y como proponían sus rivales derechistas, la reelección presidencial arribó a nuestras costas junto con las inversiones chinas, la subida de los precios de las commodities, las visitas de los dirigentes políticos regionales a la momia de Castro senior en La Habana, y las afirmaciones de todo tipo de que esta vez sí, por fin, América Latina alcanzaría un futuro negado por los accidentes e imprevisiones del pasado.

Asimismo se han caracterizado por querer dividir a sus pueblos entre buenos (los que los apoyan a ellos) y malos (los disidentes, los críticos). Los gobiernos socialistas buscan partir la sociedad, dividirla, generar la llamada “lucha de clases”. Y por desgracia muchos han caído bajo este arrullo mortal.

Si a los latinoamericanos nos pagaran por nuestra perenne ingenuidad, tendríamos más billonarios que el actual parlamento chino.

En medio de tanto desconcierto, desesperanza y desorden, ha habido ejemplos, voces y autores –notablemente del mundo civil- que se han opuesto a esta ola de desidia y abuso.

El ejemplo más reciente de que las cosas pueden ser distintas, viene de una voz foránea. Barack Obama, en La Habana, en uno de sus más brillantes e históricos discursos.

Obama le dijo varias verdades democráticas no solo al liderazgo cubano, o a la sociedad isleña, sino a toda Latinoamérica. Sin tono condescendiente, sin insultos ni miradas imperiales.

Y sin necesidad de mencionar –como sí hacen robóticamente todos los dirigentes latinoamericanos que pasan por Cuba, incluyendo al papa Francisco- al monstruo mayor, Fidel Castro. Ni lo mencionó y mucho menos se reunió con él. Porque Obama habla del presente y de un futuro que puede ser brillante, no de un oscuro y lamentable pasado.

Afirmó que construir democracia es diseñar oportunidades para todos. Oportunidades para construir cada quien la vida –y el bienestar necesario- que le parezca. Sin imposiciones, recetas ni remedios estatales. Mucho menos cuando el Estado cae en manos demagógicas, se vistan de civil o de uniforme.

El debate bizantino entre Estado y Mercado no puede ocultar que no hay alternativa económica fuera de la libre competencia, de la promoción del conocimiento, la creatividad y la innovación, esas metas imposibles de alcanzar cuando las decisiones principales las toman burocracias estatales. Que la generación de riqueza siempre ocurre en manos y acciones privadas, nunca públicas.

Teniendo Obama 55 años, recordó que le toca retirarse. Porque así lo dicen las leyes de su país, y no hay posibilidad de triquiñuelas, como las de modificar la constitución para reelegirse, o poner a la esposa en su lugar.

A Raúl Castro, y al resto del liderazgo de la región les destacó que no deben temer una amenaza de parte de los Estados Unidos; pero que tampoco teman oír la voz de sus pueblos. Voces necesariamente plurales y diversas.

A todo el pueblo cubano le habló de la suprema necesidad de la unidad nacional. Hay un solo cubano. Como hay un solo venezolano, colombiano, brasileño, argentino o mexicano.

Recordó asimismo Obama que los latinoamericanos somos capaces de hacer milagros, cuando se nos dan las posibilidades, las libertades y los incentivos apropiados. A los cubanos les dijo: “en los Estados Unidos hay un monumento claro de lo que el pueblo cubano puede construir. Se llama Miami”. Y a ese sueño se han unido colombianos, mexicanos, venezolanos, puertorriqueños, nicaragüenses, etc.

Con sus palabras rindió homenaje al sacrificio que muchos han hecho para lograr un ascenso en sus vidas, y para poder construir un mejor futuro para sus hijos.

Obama finalizó diciendo en español al pueblo cubano –con todo el mundo oyendo- que “sí se puede”. ¿Podremos, algún día los latinoamericanos sacudirnos de este letargo mental, ético, político y social en el cual algunos ya tenemos doscientos años?

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