Carlos Granés: La normalidad del caos

El Perú tiene una particularidad que sorprende a todo el que lo visita. Mientras cae la presidenta Boluarte y la reemplaza un congresista anónimo de quien sólo se sabe que consume torrentes de pornografía (se apellida Jerí y ya –ingenio inigualable de los peruanos– le dicen Pajerí), en Arequipa se celebra el Congreso de la Lengua y todo sale de maravilla, las aulas se abarrotan de un público interesado, y la ciudad, blanca debido a la piedra volcánica con la que se erigieron sus casonas e iglesias, sigue con su vida apacible, con apenas alguna manifestación pública que solo notaron los que paseaban de noche por la Plaza de Armas.
Algo parecido ocurre con la economía. La sociedad civil ha sabido vivir al margen de la política, beneficiándose de la estabilidad monetaria que garantiza la independencia del Banco Central y prosperando. En el primer trimestre de 2025 el PIB creció 3,9%, una cifra envidiable para cualquier país, que hace pensar que el Perú, como Bélgica en su momento, puede vivir sin gobierno o con gobiernos que son pozos sépticos. En medio de la permanente crisis y de la mediocridad pública más exasperante, Perú tiene uno de los mejores rendimientos económicos de América Latina. Padece la clase política menos competente de la región, pero el rumbo no parece alterarse. 2026, a pesar de la delincuencia desbocada, será un buen año para el país.
Es un enigma que ni los peruanos entienden. A diferencia de Argentina, Colombia o México, en donde la política está llena de ideología y panfleto, de activismo y «performance», en Perú no hay nada. Aquí el problema no es el populismo rampante o la polarización. Ni siquiera hay un muro o una grieta social. Como bien diagnosticó el ensayista Alberto Vergara, el problema es el opuesto, el vaciamiento de la política. Los congresistas son unos informales que no tienen ideología ni ideas, mucho menos proyectos y casi ni formación profesional. Poco importa si son de derechas o de izquierdas. La ideología que de verdad los iguala es el beneficio personal y la defensa de quienes les dieron su escaño.
No es una exageración. El Congreso peruano legisla a favor de intereses privados, no para el beneficio general. Todo el mundo lo sabe y todo el mundo se tapa las narices, entre hartos y resignados. El país que hoy le rinde homenaje a Vargas Llosa, un premio Nobel que intentó llenar la política de ideas y propuestas, no encuentra la manera de regenerar un sistema que se convirtió en un hoyo negro. Cuando lo racional para cualquier persona talentosa y preparada es evadir el sector público, resulta muy difícil sanear las instituciones. Es el grado cero de la política, una situación que despierta mucha incertidumbre. ¿Cuánto soportará la sociedad civil el desgobierno? ¿Cuándo aparecerá un regenerador que ponga orden arrasando con la democracia? La política peruana dejó de ser predecible, y la inquietante prueba es que al cargo más importante del país no se llega por mérito, sino por el simple capricho del azar.