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María José Solano: El secreto de la sal

El recuerdo del jabón se quedó arrumbado en rincones de archivo y en palabras viejas

 

María José Solano

 

 

De todos los viajes de esta Tournée, el de hoy es quizás el más asombroso por lo desconocido: viajamos al jabón de Sanlúcar de Barrameda, célebre en el mundo entero durante casi cinco siglos, reclamado en Flandes, Lisboa y hasta en las ciudades remotas del Nuevo Mundo.

El secreto estaba en las marismas. Allí, en las praderas que la marea dejaba salobres, crecían plantas recias, hechas a base de resistencia: almajos, salicornias, suaeda vera. Quemadas hasta hacerse ceniza, de su polvo nacía la sosa vegetal, esa materia gris que, sin embargo, contenía el poder de la transformación.

La Almona fue fragua y corazón económico de Sanlúcar. En sus hornos ardía el pulso de una industria vigilada por los poderosos Medina-Sidonia, guardianes celosos de un monopolio que llenaba las arcas y daba, varias veces, la vuelta al mundo. Sanlúcar olía entonces a fuego, aceite y riqueza. Hasta que el tiempo, tan implacable como un verdugo, trajo la sosa industrial y la ruina de los monopolios.

El recuerdo del jabón se quedó arrumbado en rincones de archivo y en palabras viejas. Hasta que alguien, en un gesto digno de los antiguos artesanos, decidió devolverle al pasado su dignidad de presente: Juan Carlos García Pérez, maestro jabonero y perfumista. Gracias a su empeño, en julio de 2025 Sanlúcar inauguró el Centro Español del Jabón. Entrar en ese lugar es asomarse a un cofre abierto: jabones centenarios, una de las mayores colecciones de troqueles del mundo, aromas que ponen a prueba la destreza del olfato. Hay, incluso, talleres donde cualquiera puede moldear su propia pastilla, igual que hacían los jaboneros medievales. Afuera, el Barrio Alto sigue su vida de siempre; dentro, la historia respira otra vez su maravilloso secreto.

Sanlúcar milenaria, acostumbrada a reinventarse, lo ha vuelto a hacer. Y lo hace recordando que esta ciudad es mucho más que manzanilla, langostinos y verano; que de un puñado de plantas pobres nació una industria poderosa. Y que hoy, gracias a un maestro jabonero que no se resignó al olvido, vuelve a ofrecernos la más hermosa metáfora: la limpieza que surge de la ceniza, la memoria que regresa, viva, desde sus raíces.

 

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