Villasmil: Dime a quién atacas…

Hago referencia a la crisis política que, ya desde hace varios lustros, sufre España.
El arranque de la misma está en el afán socialista, desde la llegada al poder de Zapatero, de mantener el poder a toda costa, de insultar y atacar al Partido Popular, y de pactar con quienes, cada uno con razones propias, desean destruir la unidad de una España que creció y avanzó en bienestar y en integración en Europa gracias a la transición post Franco, y a las instituciones de la Constitución de 1978.
Para Zapatero primero, para Sánchez después, el PP no es un adversario, es un enemigo a destruir. Y en ese empeño llevan años los socialistas hispanos, los comunistas de Sumar y Podemos, los nacionalistas y golpistas catalanes, e incluso los nacionalistas del Partido Nacionalista Vasco, otrora un partido de centro-derecha, con vinculaciones históricas con la ideología y las instituciones internacionales demócrata-cristianas. Hoy ese partido es irreconocible.
Pero los mayores dolores de cabeza del PP no vienen de estos territorios comanches; surgen de una escisión suya, antiguos compañeros que, irresistiblemente atraídos por el olor a naftalina de una España imposible de replicar, de visiones del mundo desaparecidas, y de unas posturas claramente reaccionarias, decidieron abrirse, abandonar el lar centroderechista, e irse a una aventura irresponsable, por antidemocrática.
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VOX surge en diciembre de 2013, formalmente el 17 de diciembre, y fue fundado principalmente por exmiembros y disidentes del Partido Popular (PP).
Su fundación representó una escisión y una ruptura con el PP, principalmente por un desencanto ideológico y político con la dirección que el partido había tomado bajo el liderazgo de Mariano Rajoy.
VOX nació para «rectificar al PP», bajo la creencia de que los populares habían abandonado la senda de la “derecha tradicional”; los fundadores de VOX criticaban que el PP de Mariano Rajoy (entonces en el gobierno) se había convertido en un partido de «tecnócratas» que priorizaba la gestión económica y había abandonado sus ideas políticas tradicionales y de derecha en favor de posiciones más moderadas o de centro.
Hubo un profundo desacuerdo en la manera en que el PP de Rajoy abordó el desafío independentista en Cataluña y las tensiones con el nacionalismo vasco. Los críticos del PP consideraban que la respuesta era insuficiente, débil o contemporizadora.
La verdad es que el diagnóstico sobre los graves errores de Rajoy y de su gestión para enfrentar las amenazas de los nacionalistas, es en alguna medida compartible. De hecho, una líder importante del Partido Popular, verdadero látigo de los portavoces socialistas en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, hizo críticas similares.
La realidad les dio la razón, tanto a Vox como a Álvarez de Toledo. Pero mientras esta última asume la tesis de que las críticas a la democracia del 78 deben hacerse desde las instituciones democráticas, con soluciones respetuosas del Estado de derecho, del pluralismo y de la convivencia entre demócratas, la deriva reaccionaria de Vox los ha llevado a extremos sencillamente inasumibles. Tan solo un ejemplo:
En el parlamento europeo, donde bien se sabe que hay diversos grupos de derecha (siendo el claramente mayoritario el Grupo del Partido Popular Europeo, alianza de democristianos, liberales y conservadores) Vox coincidía con las posturas, un poco más a la derecha, de la líder italiana, Giorgia Meloni.
Pues bien, luego de las últimas elecciones europeas (en junio de 2024), sorpresivamente Silvio Abascal y Vox se dieron de baja y se alinearon con el grupo ultraderechista de Viktor Orban, el primer ministro húngaro, de posturas cercanas a Vladimir Putin. De hecho, el día que se produce el salto en garrocha política de Vox, estaba Orban en Moscú, fotografiándose muy sonriente con Putin.
Preguntada Giorgia Meloni por la deriva ultra de Abascal y de Vox, respondió: “el señor Abascal es un traidor”.
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Vox es hoy un partido que, al defender sus intereses, está también defendiendo los de Pedro Sánchez. ¿Contradictorio? Veamos:
Todas las encuestas (menos la del CIS, al servicio del Gobierno) dicen hoy que el Partido Popular ganaría las próximas elecciones, pero sin mayoría absoluta. Para gobernar necesitaría los votos de Vox. Y ciertamente este último está creciendo. Pero lo hace atacando más a Feijóo que a Sanchez.
Bien lo dice Antonio Caño: «El partido de Abascal se ha convertido en el último y más sólido argumento de Sánchez para continuar en el poder».
La deriva del partido de Abascal es preocupante: crece según se hace más antisistema. Feijóo acertó recientemente cuando dijo que Vox adopta la actitud de los radicales ante las instituciones políticas, más que las de un partido con sentido de Estado. Este activismo extremista le ha traído parte importante del voto joven. Por eso Vox se comporta como un dinamitero: barrena el texto constitucional, la monarquía, las autonomías, la Unión Europea, el sistema de partidos y las Cortes. Su lenguaje y actitud es el de pretendidos salvadores: logra el voto más irresponsable, el de aquel que prefiere el choque frontal, que desprecia el valor de la democracia centrista y del diálogo.
Mientras, por la izquierda, el zorro de Sánchez se está fagocitando el voto de Sumar y Podemos. Pero, cuidado; para ello, el sanchismo ha adoptado las conductas extremistas y antidemocráticas de Pablo Iglesias y los suyos.
Como en otros países, el centro disminuye por las tormentas creadas por una polarización suicida.
Lo peor es que, como afirmara la periodista Isabel San Sebastián en nota reciente, “España no se rompe”, como alertara José María Aznar hace casi treinta años: España ya está rota.
Pedro Sánchez es el Nerón que preside la vista del incendio destructor, precio necesario a pagar para mantenerse en el poder.
Nada de lo que ocurra, de las catástrofes que suceden -inundaciones, incendios, la crisis de vivienda, los escándalos de corrupción- produce caminos de colaboración o entendimiento entre PSOE y PP, los dos grandes partidos, porque de los dos, solo uno es todavía defensor de la constitución y de la democracia, el PP. El otro, junto con sus socios y con Vox, medran para -en palabras de Antonio Machado- “helar el corazón de los españolitos”.
España está rota; ¿habrá tiempo, y voluntades democráticas con los arrestos suficientes para reconstruirla?
