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Que las gafas no nos impidan ver la pasta

Una treta más con la que el presidente del Gobierno insulta la inteligencia de la prensa y de los ciudadanos

Que las gafas no nos impidan ver la pasta

Pedro Sánchez durante su intervención en la comisión de investigación. | EP

 

En plena festividad de Halloween, de noches de muertos vivientes y fantasmas, cabe hacerse la pregunta de rigor: ¿truco o trato? ¿Qué fue lo que vimos el jueves en la comparecencia de Pedro Sánchez en el Senado? El truco es inapelable. En la fullería habitual de La Moncloa, la irrupción de las gafas vintage de Pedro Sánchez se convirtió en el accesorio central de la puesta en escena. Un elemento con el que desviar la atención en el juego parlamentario y arrastrar a la prensa a los debates que suelen eclipsar los asuntos capitales, una estrategia pensada al milímetro. Forma vs. fondo. Una treta más con la que el presidente del Gobierno insulta a la inteligencia de la prensa y de los ciudadanos, aunque, a tenor del éxito de la operación mediática, quizás no sea Sánchez quien se equivoque.

Luego está el trato que sobrevoló toda la comparecencia. El excesivo tacto de Pedro Sánchez al alabar la «elocuencia» de José Luis Ábalos, «una persona políticamente sólida», de su «máxima confianza», y su silencio al no responder a la pregunta de si se arrepiente de haber nombrado a sus dos ex secretarios de Organización del PSOE. Sólo hubo un pequeño tirón de orejas en relación con sus «hábitos» sexuales: Sánchez confesó que le «repugnan» las prácticas relativas a la prostitución. Un punto en el que mintió en sede parlamentaria al asegurar que él lo desconocía y que no cesó a Ábalos por este motivo, entre otros, como publicó THE OBJECTIVE.

Pese a la delicadeza de su respuesta, Ábalos saltó como un resorte en la red social X contra el presidente por «dejarse contaminar por el relato de la derecha política y mediática». Una actuación que calificó de «decepcionante». La pregunta es: ¿qué esperaba y por qué? ¿Tiene algo que ver con la ruptura con su abogado, José Aníbal, a quien le acusó de «representar» más al PSOE que a él mismo por presionarle para que entregara el acta de diputado y así salvar la legislatura de Sánchez?

Teniendo en cuenta que fue la Fiscalía General del Estado la que salió al rescate de Ábalos ordenando no solicitar prisión provisional, no parece descabellado pensar que por lo menos exista un pacto de no agresión destinado a no enfadar a José Luis Ábalos, porque él podría llenar de palabras los clamorosos silencios del jefe del Ejecutivo. Entre el truco y el trato anda el juego del Gobierno. Dos maniobras que realmente persiguen el mismo objetivo: ocultar la verdad. Y mal que nos pese, la máquina propagandística de Moncloa consigue su objetivo de arrastrar a los medios de comunicación a debates inanes sobre la efectividad de los portavoces de la derecha parlamentaria, señalando sus carencias y errores frente al infalible Pedro Sánchez que «ha vuelto a salir vivo» ante la incapacidad de sus rivales.

¿Desde cuándo es el examinador el que recibe la calificación?

¿Desde cuándo el examinador, y no el examinado, recibe la calificación? ¿Cómo es posible que la prensa compre el relato manipulador del Gobierno y someta a examen la impericia de los parlamentarios en lugar de las respuestas de Pedro Sánchez a las cuestiones relativas a la corrupción que acorrala al PSOE y al Gobierno? Esto no era un examen del PP, sino de Pedro Sánchez. Y cuando en un examen no se responden las preguntas, el resultado es un suspenso. Poco lo piensan y menos lo dicen, pero Pedro Sánchez ha suspendido el examen. Y el motivo principal por el que en este país «no pasa nada», pese a las gravísimas pruebas y evidencias —nunca tantas— que se acumulan contra la corrupción del núcleo duro del presidente es que todavía consiguen que una parte de los medios de comunicación caiga en la trampa y actúen como aliados para desviar el foco.

El presidente del Gobierno mintió en sede parlamentaria el pasado jueves. Mintió al afirmar que desconocía los «hábitos» sexuales de Ábalos cuando le cesó por ello, como desveló hace cuatro años este periódico; mintió cuando dijo desconocer a Víctor de Aldama, con quien se reunía su mujer en San Petersburgo un mes antes del cumpleaños de su exministro en el restaurante del empresario al que acudió el matrimonio Sánchez-Gómez, muchos meses después de su primera fotografía en el Teatro La Latina de Madrid. Sánchez también mintió cuando dijo que no supo de la llegada de Delcy a España hasta el último minuto, cuando fue Ábalos quien le mandó una carta de invitación como secretario de Organización del PSOE, cuando había una agenda con reuniones con Sánchez y Zapatero y cuando existe un mensaje del presidente autorizando su llegada con «vale» dirigido a su exministro de Transportes; también mintió cuando dijo desconocer la imputación de Begoña Gómez durante sus cinco días de reflexión; y cuando aseguró que el PSOE entregó «inmediatamente a la Justicia» el pendrive de Leire Díez cuando tardaron año y medio en hacerlo.

Pero casi más elocuentes que sus mentiras fueron sus silencios, cuando le preguntaron por la visita del ex gerente del PSOE Mariano Moreno a Moncloa para alertarle de que «Jose se está pasando con los gastos». El presidente no se acuerda, no le consta, no contesta… o sí. Porque su silencio es la mejor confirmación. A diferencia de todo lo anterior, aquí sí hay un registro de visitas que, de haber negado esa reunión, podría probar la mentira en sede parlamentaria y, por tanto, la comisión de un delito penado con hasta un año de cárcel.

Por eso el presidente Sánchez está tan obsesionado con el «tabloide digital» THE OBJECTIVE: la «biblia», se mofaba en su comparecencia del Senado. Porque este periódico ha publicado prácticamente todas las grandes exclusivas de este caso, entre las que se encuentran las fotografías de los fajos de billetes que guardaba Ábalos en su despacho en la residencia oficial. Unas imágenes que ningún miembro del Gobierno ha desmentido hasta la fecha.

Contenido, no continente

Si yo hubiera tenido que hacerle una sola pregunta al presidente del Gobierno, seguramente habría sido el vídeo que se grabó en marzo de 2020 en la residencia oficial del ministro sobre el armario en el que Ábalos guardaba bajo llave su caja b. Porque fue precisamente la «amenaza de un vídeo» lo que puso en guardia a Moncloa en los meses previos a la destitución de José Luis Ábalos en julio de 2021. Lo importante en un interrogatorio es el contenido, no el continente. Por ello, sorprende que en cinco horas de debate parlamentario nadie le preguntara por los fajos de billetes que guardaba el todopoderoso hombre fuerte de Sánchez en el Gobierno y en el partido. Afortunadamente, lo más relevante que ha acontecido esta semana no tuvo lugar en el Senado sino en el Supremo. El exgerente confirmó que no había un mecanismo de control en Ferraz para comprobar los tickets y facturas que Ábalos y Koldo presentaban al PSOE en sus liquidaciones de gastos.

El magistrado instructor solo se interesó por ese tema. Durante una hora de interrogatorio, repreguntó una y otra vez sobre lo mismo, escuchando la respuesta para poder afinar en la repregunta e ir estrechando el cerco sobre las evidencias y contradicciones. A la cuarta vez que preguntó a Mariano Moreno si se comprobaban las facturas, este cantó: «No se comprobaban», porque quienes presentaban las facturas eran «sus superiores» en la organización. He aquí la importancia capital del caso: no había mecanismo de control en Ferraz y quien autorizaba el sistema eran los custodios de la caja, la a y la b. Según fuentes jurídicas, hablar de descontrol en las liquidaciones de pago es sinónimo de responsabilidad civil de la persona jurídica, que es el PSOE, y de un presunto delito de blanqueo de capitales y de financiación irregular.

Esta frase la escribí el viernes por la mañana, antes de que el magistrado Leopoldo Puente instara en un auto a la Audiencia Nacional a investigar al PSOE por «actividades irregulares e incluso potencialmente delictivas» derivadas de las declaraciones del gerente Mariano Moreno, de la secretaria Celia Rodríguez, del empresario Víctor de Aldama y de Carmen Pano, la empresaria que entregó 90.000 euros en la sede del PSOE. Tras cuatro años de investigación periodística, algunos deberían estar cansados de equivocarse y dejar de caer en la trampa. Que las gafas no nos impidan ver la pasta.

 

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