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León XIV: La tarea educativa en búsqueda de verdad y de sentido

Captura de pantalla 2025-11-01 120820 El Papa firma la carta «Trazando nuevos mapas de esperanza»

 

Quizás lo más importante de la crisis que atraviesa el modelo educativo venezolano en la actualidad sea la posibilidad de construir nuevos caminos, mirarnos con total sinceridad y preguntarnos adónde nos ha llevado el modelo educativo vigente, el cual ha procreado los seres humanos que somos hoy. Si nos atrevemos a mirarnos en los términos establecidos por nuestras leyes: «La Ley Orgánica de Educación en Venezuela, publicada en 2009, establece los principios, valores, derechos y deberes del sistema educativo. Define el objetivo de ‘desarrollar la educación como un proceso integral que contribuya a la transformación social, garantizando un sistema público, gratuito y de calidad, a través de la responsabilidad del Estado. La ley organiza el sistema educativo en subsistemas, niveles y modalidades, y regula el funcionamiento de las instituciones educativas'».

Para comenzar, es menester ubicar el sistema educativo y los conceptos que lo caracterizan dentro de una reflexión sobre la posible relación entre la educación y la denominada responsabilidad del Estado que sustenta el decreto de ley. No se trata de una sociedad donde la sociedad civil, los ciudadanos, sean el motor que mueve el país. Claramente, se establece la educación como «responsabilidad del Estado», sin ninguna alusión complementaria que señale que la educación de cualquier sociedad es un tema de sus ciudadanos, de la gente, y que el Estado actuaría como una institución que velaría por la existencia de este sistema educativo en todo el territorio y para toda la población. Obligatoriamente, debemos hurgar o tratar de encontrar definiciones claves, conceptos y significados tanto del Estado venezolano como lo que se define como Educación según nuestras leyes.

Previamente, sería necesario definir algunas características de lo que constituye el Estado venezolano. En primer término, resalta el carácter de un Estado propietario de la principal fuente de riqueza del país: el petróleo. Una propiedad de la cual se deriva una renta que, en nuestro caso, automáticamente lo convierte en un Estado rentista cuya principal tarea es la redistribución de esa renta, a diferencia de otros países productores de petróleo como Noruega, donde la administración del petróleo no es un privilegio del Estado, sino de los ciudadanos. Redondeando el concepto, tendríamos que partir de la idea de que la responsabilidad educativa del Estado está predeterminada por los límites de lo que significa un Estado petrolero-rentista-redistribuidor, como responsable de la tarea de educar a sus habitantes como parte de su tarea redistributiva.

Es una realidad que el ingreso o la riqueza nacional proviene de la renta petrolera que el Estado redistribuye según su peculiar modelo económico, de la venta de petróleo en el mercado mundial, y no de la comercialización de productos derivados del desarrollo productivo, industrial o tecnológico del país. Por otra parte, es cierto que el modelo de Estado venezolano nos habla de un Estado propietario-redistribuidor de la renta petrolera, dentro de un esquema de concentración de poder, con fuerte evidencia del ejercicio de un carácter debilitante de la existencia de equilibrio de poderes. Un factor determinante de la concentración del poder en Venezuela. La sumatoria de las características políticas del Estado venezolano define una institución propietaria, productora y redistribuidora de la riqueza nacional.

Si sumamos todas estas características determinantes del cumplimiento de la misión de educar en Venezuela, concebido como un verdadero ejercicio democrático creador de más y mejores oportunidades para todos, nos encontraremos con algunas limitaciones a lo estipulado en el artículo 102 de nuestra Constitución vigente:

Artículo 102. La educación es un derecho humano y un deber social fundamental, es democrática, gratuita y obligatoria. El Estado la asumirá como función indeclinable y de máximo interés en todos sus niveles y modalidades, y como instrumento del conocimiento científico, humanístico y tecnológico al servicio de la sociedad. La educación es un servicio público y está fundamentada en el respeto a todas las corrientes del pensamiento, con la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática basada en la valoración ética del trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social consustanciados con los valores de la identidad nacional, y con una visión latinoamericana y universal. El Estado, con la participación de las familias y la sociedad, promoverá el proceso de educación ciudadana de acuerdo con los principios contenidos en esta Constitución y en la ley.

Los rasgos del Estado venezolano se confrontan con la posibilidad de cumplir con el objetivo pautado en este artículo: “…la finalidad de desarrollar el potencial creativo de cada ser humano y el pleno ejercicio de su personalidad en una sociedad democrática basada en la valoración ética del trabajo y en la participación activa, consciente y solidaria en los procesos de transformación social consustanciados con los valores de la identidad nacional, y con una visión latinoamericana y universal”.

La pregunta que nos confronta es: ¿Dentro de un modelo sociopolítico basado en un Estado petrolero-rentista-redistribuidor de la renta petrolera, con una notable ausencia de equilibrio de poderes, es posible avanzar hacia un modelo educativo fundado en “la valoración ética del trabajo” y en la participación activa en la transformación del país?

Frente a estas reflexiones, es de gran importancia sumergirse en la carta sobre la educación que acaba de lanzar al mundo el papa León XIV, quien llama a «Diseñar nuevos mapas de esperanza, ser capaces de hablar, relatar, explorar y proclamar las razones de la esperanza que nos habita, y formar para ser hombres y mujeres nunca egocéntricos, sino siempre de pie», capaces de llevar «la alegría y el consuelo del Evangelio» a todas partes. Y recuerda a las universidades que la educación es un verdadero acto de amor, y que «saciar el hambre de verdad y sentido es una tarea necesaria, porque sin verdad y sentido auténtico, se puede caer en el vacío e incluso morir».

El Papa recuerda que cuando no somos capaces de entender nuestras limitaciones, con una visión de conjunto, seremos víctimas de nosotros mismos: “Cuando el ser humano es incapaz de ver más allá de sí mismo, de su propia experiencia, de sus propias ideas y convicciones, de sus propios esquemas, entonces se mantiene prisionero, permanece esclavo, incapaz de madurar un juicio propio”.

El Papa aclara que esta perspectiva requiere espiritualidad, ayudada por el estudio de la teología y de la filosofía, porque hoy, lamentablemente, «nos hemos convertido en expertos en los detalles infinitesimales de la realidad, pero somos incapaces de recuperar una visión de conjunto».

La experiencia cristiana, en cambio, quiere enseñarnos a mirar la vida y la realidad con una mirada integradora, capaz de abarcarlo todo, rechazando cualquier lógica parcial. Los exhortos, pues —me dirijo a ustedes, estudiantes, y a todos los que se dedican a la investigación y la enseñanza— son a no olvidar que la Iglesia de hoy y de mañana necesita esta mirada integradora.

Redefinir la educación para una Venezuela constituida con base en valores no es solo un trabajo intelectual separado de la vida. No basta con formular las más eficientes medidas macroeconómicas que puedan aliviar nuestra situación económica. El Papa nos fustiga recordando que el trabajo intelectual no debe separarse de la vida; es parte de ella. Y en el tema de la educación, es imprescindible poner los pies en la tierra y atrevernos a preguntar: ¿Es la educación una responsabilidad central del Estado o somos los ciudadanos quienes debemos arriesgarnos a crear un modelo educativo que conlleve los valores de la responsabilidad de la persona y la confianza en los otros?

“Siguiendo el ejemplo de Agustín, Tomás de Aquino, Teresa de Ávila, Edith Stein y muchos otros, que supieron integrar la investigación en su vida y en su camino espiritual”, León XIV nos llama a “llevar adelante el trabajo intelectual y la búsqueda de la verdad sin separarlos de la vida”.

“Es importante cultivar esta unidad, para que lo que ocurre en las aulas universitarias y en los ambientes educativos de todo tipo y nivel no se quede en un ejercicio intelectual abstracto. La tarea educativa de satisfacer el hambre de verdad y de sentido. Saciar el hambre de verdad y de sentido es una tarea necesaria, porque sin verdad ni significados auténticos se puede caer en el vacío e incluso se puede morir”.

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