Villasmil: Julio Moreno, primero; Julio César Moreno León, después
Si tuviera que dar gracias a la Providencia por algo -mi familia, mi lugar de nacimiento, mis amigos, mis maestros, en general quienes me han amado y querido, protegido, motivado y enseñado- un agradecimiento fundamental le correspondería a poder haber tenido en mi vida a JULIO CÉSAR MORENO, un ciudadano ejemplar, venezolano hijo de Trujillo, siempre orgulloso de serlo, siempre mostrador y demostrador de su trujillanidad, pero sin aspavientos ni exageraciones-. Para Julio ser trujillano era un hecho tan natural como que el sol sale día tras día por el este. Orgulloso de serlo, sin pedanterías ni jactancias.
En tantos y tantos viajes que hicimos por tierra en giras al interior, por nuestra militancia política democristiana -los aviones no eran precisamente el modo de transporte favorito de Julio-, en una Venezuela en la cual uno podía tomar la carretera de noche, sin expectativas de peligros inquietantes, llegado el amanecer, ya habiendo pasado por Lara y entrando a tierras trujillanas, él prendía la radio, esperando que en las emisoras sonara el himno nacional primero, el himno de Trujillo después…
“De Trujillo es tan alta la gloria
De Trujillo es tan alto el honor…”
Zuliano que soy, y residente capitalino, sin embargo con el tiempo no me quedó más remedio, ante la frecuencia de los viajes a Trujillo, que aprenderme las líneas iniciales de su himno, que tanto enorgullecía a Julio, al punto que mientras pasaban los minutos, y cruzábamos por las primeras poblaciones trujillanas, como Monay, Cuicas, Flor de Patria, Pampán y Pampanito, poco a poco su español iba transformándose, y cuando llegábamos a Valera ya hablaba con el acento de su tierra, como si se hubiera ido a Caracas hacía solo unos pocos meses.
Llevaba su amor por Trujillo como insignia y prueba eminente de orgullo, como sentía su amor por su familia, o su amor por el COPEI que lo vio nacer, crecer y ser un político completo.
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Él recordaba siempre su primer viaje a Chile (y creo que, al exterior, muchas décadas antes de ser embajador en Chile y en Guatemala), siendo muy joven, a un curso en el partido DC hermano.
Es de destacar que su fallecimiento causó profunda tristeza entre veteranos dirigentes juveniles demócrata-cristianos chilenos, que aprendieron a considerarlo un camarada más (en Chile, los DC se llaman camaradas). El economista Jorge (“Tote”) Cisternas, un gran camarada, que vivió muchos años en Venezuela, envió algunos mensajes, que merecen reproducción:
“No se muere quien tiene amigos y miles de caminos sin olvidos (…) siempre estuvo con sus llamadas de consideración y afecto; caminamos juntos por toda Venezuela de Cordillera al mar, estuvo al lado de tantas canciones y conversaciones que eran, junto a nuestras convicciones, un aliciente en situaciones y descalabros políticos.
Estimado Julio: fuiste un gran amigo de muchos de los nuestros, desde el Gute a Ricardo, a JM Fritis, Giacomo, o Kaco y tantos otros, estuviste lejos y cerca; como nadie te extrañaré; ¡¡Gran Julio César Moreno, amigo del alma…!!
Jorge Pizarro
¡Qué pena tan grande! revisando unas fotos antiguas, encontré unas con Julio César en los Adobes de Argomedo, cuando estuvo de Embajador en Chile. Siempre solidario y buen amigo; descansa en Paz querido Camarada.
Jorge Recabarren
Muchos amigos de Julio César estamos consternados. La distancia y el tiempo que no nos vemos no apagan sentimientos, vivencias, camaradería y genuina amistad. A su familia y esposa nuestras condolencias y amistad. Somos varios que hemos comentado la partida de Julio César y por ello los enumero: David Acuña, Juan Carlos Latorre, Jorge Pizarro, Edgardo Riveros, Marcelo Rozas, Jorge Cisternas y muchos más que al enterarse querrán sumar sus condolencias. Al buen político, al buen amigo, al embajador solidario, al social cristiano todo nuestro afecto y buen recuerdo. A su familia nuestra solidaridad. Julio César Moreno descansa en paz.
Gutenberg Martínez
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Julio nunca fue cultor de definiciones personalistas; quien se considerara “morenista” daba prueba de un afecto especial más que de una postura política caudillista o ideológica, porque en Julio prevalecía la unión con sus afectos sobre la discordia hacia sus posibles adversarios; recuerdo haberle preguntado alguna vez cómo había logrado que Edecio la Riva y Arístides Beaujon -dos grandes dirigentes del partido alejados de cualquier cercanía con nuestra militancia Avanzada- lo apoyaran en su candidatura a secretario juvenil nacional, y su respuesta fue sencillamente morenista: “porque eran mis amigos”. Y quien tratara de escarbar en búsqueda de una escisión entre él y Abdón (Vivas Terán), pues, la verdad, intentaba una misión imposible. Fui testigo presencial, por décadas, del afecto, respeto y estima que se tuvieron siempre. Las últimas palabras que Julio me dijo -ya hospitalizado en la clínica donde falleciera- fueron sobre Abdón. Con mucho cariño y recuerdo.
Discutir con Julio, llevarle la contraria, era un deporte de contacto dialéctico (que él y yo practicamos con harta frecuencia); quien lo asumía lo hacía a su propio riesgo, porque Julio era un analista formidable, original, con un sentido muy especial y personal de lo estratégico, de saber diferenciar lo importante de lo subsidiario, lo fundamental de lo meramente episódico. Y con una memoria histórica envidiablemente perspicaz, acompañada por una realista aceptación de cuánto nos habían costado las conquistas democráticas.
Avanzo en esta semblanza, y me doy cuenta que no he dicho prácticamente nada de su carrera política, en la JRC, en el partido, en el Congreso (compartí años inolvidables con él en la Presidencia de la Comisión de Medios de Comunicación de la Cámara de Diputados, con nuestro fraterno Gehard Cartay en la vicepresidencia, yo en la Secretaría, y miembros excepcionales de la Comisión como Oscar Yanes, Alfredo Vetancourt, o Andrés Eloy Blanco Iturbe), su vida diplomática, su apoyo a Caldera II mientras yo apoyé a Oswaldo. Nada que nos diferenciara hacía mella en nuestra filial amistad.
En años más recientes, estuvimos siempre juntos en diversos grupos de análisis y opinión, como la revista Encuentro Humanista, o incluso antes, en el Grupo Maritain, con sus inolvidables jornadas de encuentro y discusión (junto a Abdón, Oswaldo Álvarez Paz, Haroldo Romero y Sadio Garavini) que también eran excusa perfecta para profundizar y ensanchar la amistad entre todos, y Julio siempre estaba allí, opinando, orientando y, claro, llevando la contraria a quienes nos empecinábamos, sin mucho éxito, en la casi imposible tarea de seguir sus originales -y frecuentemente brillantes- caminos analíticos.
Ya tenía años habiendo dejado atrás al JULIO MORENO, líder de nuestras juventudes, al JULIO CÉSAR MORENO parlamentario, para convertirse en JULIO CÉSAR MORENO LEÓN, el político con un pasado y un presente lleno de logros y frutos merecidos.
Termino con lo que dije al comienzo: eternamente le estaré agradecido por poder llamarlo hermano, más que amigo, por tenerlo siempre a mi lado, como apoyo, consejero y guía, por vivir ese privilegio de poder llamar a María Auxiliadora Rangel de Moreno, sencillamente Maru, siempre allí, cariñosa e incondicionalmente a su lado, así como sus tres hijos inolvidables, y junto a sus padres y hermanos, la hermosa familia Moreno León, la de Truco a Cardone en La Pastora. Por todo ello, por todo el inmenso amor recibido de él y de su familia, a pesar del inmenso dolor que siento porque nunca más podré hablar con él, verlo, disfrutar de nuestra amistad, al menos en este plano terreno, a pesar de todo ello, repito, escribo estas líneas con una sonrisa en el rostro. Él lo hubiera querido así.
Nos estaremos viendo, Julito, cuando Dios así lo disponga. Estoy seguro que él ya te bendice.
