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Gehard Cartay Ramírez: Comunismo, fascismo y nazismo, hijos del socialismo

Comunismo, fascismo, nazismo e a noite dos cristais

 

Esta es una verdad incuestionable: el comunismo, el fascismo y el nazismo son históricamente hijos legítimos del socialismo y han sido los tres grandes azotes de la humanidad desde los inicios del siglo XX. Algunos han contabilizado sus víctimas en más de 100 millones de muertos, por hambre, guerras y violencia contra la disidencia.

Aparte de provenir de un mismo tronco, el comunismo, el fascismo y el nazismo compartieron igualmente mecanismos de poder absoluto y la crueldad contra los adversarios, así como el culto a la personalidad de sus máximos líderes. Todos sus movimientos políticos degeneraron hasta convertirse en dictaduras sanguinarias y totalitarias. Todas, por lo tanto, se hicieron enemigas de la democracia como sistema de libertades.

Carlos Marx sistematizó y modernizó algunos principios abstractos postulados por los llamados “socialistas utópicos” través de sus obras “Manifiesto Comunista” y “El Capital”. Así fue como le dio organicidad y cohesión para fundar, en 1847, la Liga Comunista. Posteriormente, a partir de 1917 con la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y luego de la III Internacional en 1919, se fundaron varios partidos comunistas europeos, desprendidos de las tradicionales organizaciones socialistas. Todo ese proceso fue liderizado Vladimir Ilich Ulianov (Lenin), quien con la ayuda del gobierno alemán priorizó la violencia y la guerra civil como mecanismos para suplantar al zarismo y los gobiernos que denominaba “burgueses”, lo que se cumplió a sangre y fuego, proponiendo entonces “la dictadura del proletariado” como instrumento para alcanzar una sociedad sin clases. Lo demás es historia conocida: al final, lo que se implantó fue una larga dictadura de la nomenclatura del Partido Comunista Soviético hasta la extinción de la URSS en 1990. La historia del comunismo soviético se repitió en sus países satélites de la Europa Oriental, luego de la II Guerra Mundial y más tarde en Cuba y Camboya.

Antes, en 1949, el Partido Comunista de China había triunfado sobre los nacionalistas de Chiang Kai-shek, luego de varios años de guerra civil, y proclamado su República Popular, bajo el liderazgo de Mao Tse-tung, con sus hambrunas repetidas y sus millones de muertos, sus recurrentes fracasos económicos y la instauración de una dictadura como pocas. Desde la década de los noventa del siglo pasado, los comunistas chinos abandonaron los fracasados principios económicos maoístas y han venido desarrollando un agresivo modelo capitalista que les ha permitido un indudable progreso y un expansionismo de sus mercados en muy poco tiempo, sin dejar de ser la dictadura que siempre han sido desde 1949.

Benito Mussolini, el fundador del fascismo, fue socialista de extrema izquierda al comienzo de su carrera política, cuando fundó su primer periódico “La Lota di Clase”, título originado seguramente por sus lecturas marxistas. En ese entonces era el jefe de la Federación Socialista de Forlì, donde vivía. Más adelante, en 1912, cuando su liderazgo creció, fue designado director de “Avanti!”, el periódico del Partido Socialista Italiano. Lo convirtió en una tribuna radical contra el militarismo, el imperialismo y a favor del pacifismo en Europa, poco antes de que estallara la Primera Guerra Mundial. Pronto abjuró de tales ideas y se volvió un fanático defensor del belicismo y del militarismo, creyendo que la guerra favorecería la revolución social en el continente europeo. Se separó entonces del partido socialista, advirtiendo “que soy y siempre seré un verdadero socialista”, según su biógrafo Christopher Hibbert (“Mussolini”, Editorial Pomaire, 1963, páginas 33 y siguientes). Inmediatamente fundó otro periódico, “Il Popolo d´Italia”, combatió en la guerra que luego estalló y en 1919, al regresar del frente, organizó su Partido Nacional Fascista, reforzando sus postulados socialistas, corporativistas y anticapitalistas, criticando la democracia burguesa y pronunciándose contra el Estado Liberal. Ya se sabe la desgracia que sus ideas totalitarias ocasionaron al pueblo italiano.

Adolfo Hitler también fue socialista en los inicios de su carrera política y nunca dejó de serlo, por cierto. La mejor demostración es que en 1919 fundó del Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP), que originalmente había sido llamado Partido Obrero Alemán. Era muy obvio que se sentía un socialista, que criticaba a la burguesía y los capitalistas y se oponía tenazmente al parlamentarismo como sistema político. Un acreditado biógrafo suyo, Ian Kershaw, explicó así las simpatías socialistas de Hitler: “Las ideas de un socialismo ‘nacional´, o ‘germánico´, en contraste con el socialismo internacional del marxismo, no eran nada nuevo en Alemania en 1919, aunque la guerra hubiese dado a estas ideas un fuerte impulso”, las cuales acabaron asociándose –agrega Kershaw– “con la política antiliberal extremista del movimiento ‘völkish´ y antisemita” (“Hitler, 1889-1936, páginas 151 y siguientes). Entre nosotros, Ramón Guillermo Aveledo en su interesante obra “El Dictador, Anatomía de la Tiranía”, escribe lo siguiente: “El socialismo de Hitler debe entenderse esencialmente como colectivismo y estatismo (..) A diferencia de los marxistas, no cree en el determinismo económico” (Editorial Libros Marcados, Caracas, 2008, página 105).

Por supuesto que los comunistas y socialistas actuales no aceptan todo este proceso histórico descrito brevemente antes. Y no lo aceptan especialmente luego de la derrota del nazifascismo durante la II Guerra Mundial a manos de los aliados (Estados Unidos, Inglaterra y la URSS) en 1945. Pero antes, en agosto de 1939, Hitler y Stalin habían hecho un pacto de no agresión y en septiembre de ese mismo año suscribieron un nuevo acuerdo para repartirse Polonia como si fuera una torta. En función de tales tratados, en 1940 la URSS enviaba alimentos y materias primas a Alemania y esta le mandaba maquinaria y pertrechos de guerra. Pero esos intercambios cesaron cuando Hitler invadió a la Unión Soviética en 1941.

Desde entonces los comunistas nunca han aceptado que su ideología, al igual que el nazismo y el fascismo, viene del tronco común del socialismo, como ya se ha explicado antes. Por eso mismo, luego de la derrota de Hitler y Mussolini, comunistas y socialistas han usado y abusado del cognomento “fascista” para insultar a todos sus adversarios, pero resulta muy difícil que se sacudan aquel parentesco que los une históricamente.

 

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